¿Por qué yo?

En la intimidad de su habitación, un niño de aproximadamente ocho años, con cabello castaño, levantó su cabeza lentamente. Sus ojos hinchados revelaban el llanto incesante que lo había acompañado durante todo el día. Fijaba su mirada en una fotografía: la imagen de un hombre sosteniendo un guante peculiar, de tonos blancos, negros y amarillos. Mientras tanto, una mujer de unos 45 años observaba la escena desde la distancia, con una expresión indescifrable. El niño, a punto de romper el silencio, parecía cargar con un gran peso.

En otra escena

Un niño de apenas diez años, con el rostro contraído por una mezcla de odio y rabia acumulada, deambulaba por una base militar atestada de soldados. Su mirada se encontró con la de una figura impactante: un hombre de cabello oscuro, o lo que quedaba de él. La mitad de su cara estaba cubierta por piezas metálicas, dándole una apariencia casi robótica, y donde antes crecía su cabello, ahora solo había una extensión protésica.

A pesar de su aspecto inorgánico, la expresión en la poca piel humana que le quedaba revelaba una profunda tristeza. El hombre, con una mirada penetrante, parecía saber algo sobre el niño. Mientras los soldados se acercaban para interrogar al pequeño sobre su presencia sin un tutor, el misterioso hombre se limitó a encender un cigarro. En su mente, una sombría convicción se arraigaba: el futuro de ese niño estaba marcado por el sufrimiento, y su destino, casi con certeza, sería una muerte en el campo de batalla.

Un niño de rostro adorable, pero con una mirada llena de sufrimiento, se abrió paso entre la multitud. Ignorando a todos a su alrededor, se dirigió directamente hacia la base hasta que una figura con aspecto robótico le bloqueó el paso. Señalando un cartel que indicaba "Solo personal autorizado", le prohibió la entrada.

En un arrebato de furia, el niño exclamó que venía a unirse al programa de élite. Declaró que no le importaba el sufrimiento y que estaba dispuesto a arriesgar su vida para entrar. El soldado, imperturbable, lo condujo ante el comandante.

Al ver al niño, el comandante comprendió de inmediato: era el hijo de aquel hombre. Seguramente venía buscando venganza. El comandante solo le advirtió que si su motivación era la venganza, se arrepentiría, que lo meditara mejor antes de hacer algo muy devastador en su vida.

Ignorando la charla digo que sabia de eso después de todo quería unirse aunque eso podía devastarle la vida.

Un mes después, el ambiente era tenso. En una zona de practica de peleas a muerte dentro de la base, salpicado con lo que parecían rastros de sangre, se congregaban un grupo dispar: dos adultos, nueve jóvenes y veintitrés niños. Entre ellos, Traset, el niño de pelo rubio, destacaba, absorto en sus pensamientos de anhelo por convertirse rápidamente en parte del ejército de élite. A su lado, un niño de pelo blanco irradiaba miedo, mientras que uno de pelo negro intentaba proyectar una confianza exagerada.

El comandante rompió el silencio con una voz grave, anunciando que estaban a punto de entrar en un infierno. Explicó que eran la última defensa de los pocos humanos que quedaban dentro del domo, un refugio que los protegía de partículas de energía que, de no ser por él, los contaminarían y los convertirían en "ellos".

"Ahora, necesitan pasar estas pruebas", continuó el comandante. Advirtió que aquellos que sufrieran una herida o estuvieran en peligro de muerte serían rescatados, pero su participación en el programa sería negada permanentemente. Con una frase final que resonó como una sentencia —"Mucha suerte y ojalá no los vuelva a ver"—, dio inicio a la prueba.

La zona de pruebas era un laberinto de púas, con soldados que disparaban en ráfagas controladas. Los participantes debían escalar, luego esquivar zonas donde una caída significaba la muerte segura, todo ello para alcanzar un botón en un límite de 30 minutos. No llegar a tiempo significaba la descalificación inmediata.

Un joven, sobreconfiado en sus habilidades, se lanzó al campo. En lugar de humo, utilizó la arena del terreno para levantar una cortina que, pensó, ocultaría sus movimientos. Un error fatal. Un disparo le impactó en el pie y la rodilla, arrancándole un grito de dolor. Los demás, incrédulos, quedaron paralizados. Traset, el niño rubio, aprovechó la situación, usando al herido como escudo humano. Observó que las balas solo tenían el poder de atravesar a una persona antes de perder potencia, y se lo comunicó al resto.

Los soldados reaccionaron rápido, disparando una bala que le hirió la mano derecha. Traset aguantó el dolor y, con un movimiento veloz, el joven herido recibió un disparo mortal en la cabeza. Los dos adultos presentes lanzaron piedras a los cascos de los soldados, confundiéndolos momentáneamente. Cuando los soldados se disponían a disparar, un adulto y el niño de pelo blanco, con precisión asombrosa, desarmaron a dos de ellos simultáneamente. Todos corrieron, y Traset dejó atrás el cuerpo del joven. El comandante, al ver la escena, ordenó que regeneraran al muchacho si era posible. En sus pensamientos, sabía que la venganza estaba transformando a Traset en algo aterrador, pero dejó de mirarlo con miedo. La gente, sin embargo, temía al niño; querían matarlo, pero su aura de fortaleza los disuadía.

Las pruebas siguientes resultaron más sencillas, aunque algunos jóvenes y un adulto cayeron. De repente, apareció un soldado diferente: su armadura presentaba patrones inusuales y una masa blanca levitaba a su lado. Con solo quince minutos restantes, este soldado declaró que para pasar, debían superarlo y presionar el botón; él tenía la intención de matarlos. Un adulto reconoció al soldado: era PGDUDC, uno de los pocos con la habilidad de obtener poder de conceptos. Antes de que el adulto terminara de hablar, Traset se lanzó, pero el adulto reaccionó con rapidez, perdiendo un brazo para salvar al niño de un corte mortal en la cabeza. Los últimos tres jóvenes se unieron, tomándose de las manos para proteger a los niños mientras corrían. Sin embargo, el niño de pelo blanco y el de pelo negro actuaron en conjunto: agarraron la masa blanca del soldado, que se transformó en una lanza. Con ella, atacaron a PGDUDC, golpeándolo en la cabeza. Pareció no afectarle; simplemente se quitó la lanza y los dejó pasar.

Aun después de pasar la prueba, la visión de que la cabeza de PGDUDC no sufriera daño los hizo temblar. Si un ser con tal poder existía entre lo que consideraban los ejércitos más débiles, no querían ni imaginar lo que encontrarían en los demás frentes de esta guerra.

El comandante irrumpió bruscamente, comunicándoles que, para su "desgracia", habían pasado. Aunque algunos superaron la prueba de ayuda y uno, en referencia a Traset, logró convertir algo inservible en útil, el comandante notó que este último rompió el protocolo de pensar con la cabeza fría. Ignorando ese detalle por el momento, les informó que les regenerarían las heridas. Les explicó que, a medida que ascendieran en rango y completaran misiones, progresarían y podrían adquirir piezas robóticas. Como demostración, transformó su propia mano en un disparador de ocho cañones, una mejora que superaba con creces la potencia de cualquier arma que hubieran visto. Después de esta impresionante hazaña, les aseguró que por ahora solo necesitaban ascender de rango, y sus cuerpos mejorarían progresivamente con el tiempo.

Mientras las heridas les eran curadas en la enfermería, el niño de pelo blanco soltó un suspiro de alivio. Esto provocó la risa del niño de pelo negro, desatando una pelea infantil entre ambos. Traset, el rubio, se giró y no pudo evitar una sonrisa, lo que hizo que los dos niños ahora se enojaran con él. Por primera vez, Traset olvidó por qué estaba allí y, en su enfado juguetón con ellos, una sonrisa genuina se dibujó en su rostro.

Un adulto observaba la escena. Detrás de él, un niño de pelo rojo, con una expresión de miedo, se escondía. Había deseado entrar allí para morir, pero al ver a los otros niños, y notando que ellos no lo veían, sintió el anhelo de ser tan fuerte como ellos. El adulto percibió su presencia y le sugirió que se uniera a los demás. El niño se negó, argumentando que era demasiado débil, que ellos parecían fuertes porque destacaron en la prueba mientras él solo se había escondido. El adulto le dio unas palmadas en la espalda y le preguntó su nombre: Sudadio. El adulto, por su parte, se presentó como Leudo

Lo que parecía una carta con el diseño de un arma y la silueta de un soldado con tonos amarillos, de repente, cobró vida. Se "despertó", saliendo del campo visual y revelando un paisaje devastado con un hermoso campo lleno de flores. En medio de esa desolación, un portal blanco se abrió, y a través de él, la figura emergió en lo que antes fue un templo, ahora en ruinas y completamente vacío. Su objetivo era claro: un orbe blanco.

Mientras tanto, en otra escena, un joven de ojos azules claros y cabello rubio, alto y esbelto, estaba con el comandante. Este último, sin preámbulos, le abrió una maleta. De inmediato, una espada con colmillos y fragmentos a ambos lados, de aspecto demoníaco, se lanzó directamente hacia el joven. La sorpresa era evidente en el rostro del comandante, porque la espada lo eligió a él. El joven, sosteniendo la espada, la probó con una sonrisa en el rostro, aceptando su nuevo destino peligroso.

Tiempo después, la zona de entrenamiento era masacre de actividad. Los reclutas realizaban ejercicios físicos extenuantes, llevándose al límite al cargar el doble de su propio peso. Los niños, sin embargo, aún luchaban por levantar esas cantidades.

Mientras tanto, en otra sección, el joven de la espada practicaba intensamente con otro usuario de espada, puliendo sus reflejos y métodos de combate.

En la zona de seguridad, el comandante observaba atentamente el entrenamiento de los nuevos reclutas. Notó a Leudo, quien levantaba sin esfuerzo el doble de su peso, mostrando un progreso asombroso desde la prueba inicial. En sus pensamientos, el comandante reflexionaba sobre cómo Traset había empezado a unirse más a los otros niños, entrenando juntos todos los días. Aunque a veces Traset parecía recordar su misión, y su semblante se ensombrecía, el brillo de la camaradería con los niños le devolvía la sonrisa.

El rápido avance de Leudo, sin embargo, significaba que pronto dejaría esa área de la base para embarcarse en misiones de riesgo de muerte. Qué lástima, pensó el comandante, que Leudo se separaría tan pronto de Sudadio, con quien había forjado un cariño evidente.

Un año había transcurrido, y el escenario del entrenamiento se había reducido drásticamente. Ahora solo quedaban los 23 niños originales. Traset y su grupo, conformado por Atiart (el niño de pelo blanco) y Etirm (el de pelo negro), estaban a punto de alcanzar la meta final: levantar el triple de su propio peso.

Mientras descansaban, Traset, con curiosidad, preguntó a Atiart: "¿Por qué el comandante, cuando te vio, dijo que era de esperar que tú estuvieras aquí?". Antes de que Atiart pudiera responder, el comandante irrumpió en la escena.

Explicó que era el momento de recibir a la nueva gente, pero antes, necesitaba determinar quiénes ya tenían el nivel para recibir el rango de soldado y quiénes quedarían en rango de espera. Para ello, los niños tendrían que pelear. Solo los diez primeros avanzarían. El primer combate sería: Traset contra Egenver

El comandante dio la señal de inicio. Egenver, empuñando un arma que disparaba orbes en lugar de balas, se lanzó con ferocidad hacia Traset, quien portaba una espada. Egenver abrió fuego, apuntando a los ojos, el cuello y hasta la entrepierna de su oponente. Traset esquivó rápidamente, pero algunos orbes impactaron en su nariz.

Aprovechando esos segundos de confusión, Egenver disparó a los ojos de Traset, dejándolo inútil, y luego le asestó un remate en la cabeza con el arma que disparaba orbes, derribándolo. Cuando Traset cayó por el impacto, con su propia espada, le dio un golpe en la rodilla a Egenver, haciéndolo caer al suelo. Mientras Egenver intentaba levantarse, Traset le propinó un gancho con su espada que lo hizo volar por el aire.

Confiado, Traset fue tras Egenver para acabar con él, pero su exceso de confianza le impidió esquivar las balas que Egenver disparó. Una lluvia de orbes lo alcanzó, dejándolo finalmente en el piso.

Haciendo que el combate lo gane egennver