Arachne Edevanne.
Corfú, grecia.
Me siento cansada. Aún puedo sentir el corazón latir con fuerza contra el pecho. Camino despacio y trato de normalizar mi respiración.
Me deshago de las botas para sentir la arena bajo mis pies. La ropa comienza a picarme, así que pronto hago lo mismo con el enterizo que estaba adherido a mí como una segunda piel, quedando completamente desnuda.
Camino hacia el agua, que de inmediato me recibe. Cierro los ojos y me dejo llevar. Por unos minutos, dejo de pensar. Solo respiro. Solo siento.
Pero sé que no dura mucho.
Escucho pasos, y sé que viene por mí. Sonrío. No abro los ojos. Solo dejo que el agua me cubra hasta el cuello y me preparo para lo que sigue.
Fingir.
Fingir que me duele.
Fingir que me afecta lo que dijeron.
Fingir que estoy confundida, herida, incluso asustada.
Fingir que no lo planeé todo desde el principio.
Salgo del agua y siento cómo recorre mi piel. También siento su mirada recorrer todo mi cuerpo, pero no volteo. Camino hacia donde dejé mis cosas y comienzo a vestirme. Una vez lista, preparo el arma y activo el localizador.
—Estoy lista —digo en tono duro.
—Zera nos está esperando —dice, sin apartar esos ojos verdosos de mí. No ha hecho otra cosa que mirarme desde que llegamos—. Ara... lo siento.
—Ya déjalo, Tristan.
—Sabes que nunca haría algo que te dañara. Simplemente no quería que supieras a dónde iríamos después de esto.
Lo miro de reojo y dejo escapar una sonrisa que él no ve. No tiene idea de lo que está por pasar.
Ni él ni Zera saben que esta misión es exactamente lo que yo quería. Bueno, Zera tal vez sabe algo pero nunca habla demás. Llevo años esperando este momento.
—No quiero ir —miento con frialdad—, pero si tengo que hacerlo, lo haré. —Camino en dirección a donde espera Zera—. Vamos, no me gusta perder el tiempo.
Me sigue sin decir nada más, y lo agradezco. Estoy agotada, y necesito descansar. Porque si todo está saliendo como lo planeé, hoy será un gran día.
Visualizo el auto y subo en la parte trasera. Zera voltea y me da una mirada comprensiva, cargada de culpa.
—Ya lo sabes —dice. Asiento—. Puedes negarte.
—No voy a permitir que esto destruya lo que he trabajado durante tantos años —fingo disgusto con habilidad—. Me gustaría dormir un rato.
—Está bien —se limita a responder.
Unos segundos después entra Tristan que empieza una conversación con Zera que no me interesa. No quiero escucharlos.
Quiero concentrarme en lo que viene.
Acabo de eliminar a personas importantes para Él. Eso debería bastar para que empiece a preocuparse.
No lo conozco, pero puedo leer sus pasos. Sé cómo actúan los hombres como él y tarde o temprano, lo enfrentaré.
Y lo mataré con mis propias manos.
Él es el culpable de todo. Mató lo único que me quedaba. Y pagará muy caro por eso.
Miro por la ventana cómo el mar se desvanece a lo lejos. Siento cómo los rayos del sol calientan mi rostro. Una punzada me atraviesa el pecho, y de inmediato toco el collar que cuelga de mi cuello: un dije en forma de sol, al que le falta la mitad.
La mitad que juré encontrar.
Vamos de camino a la central de los Hitrìus, cuya función es asignarnos misiones: nombres, fotos, lugares.
Personas que deben morir.
No somos muchos. En todo el mundo se podrían contar unos trescientos. Todos somos altamente capacitados para ser letales.
Cada cierto tiempo, se eligen nuevos Hitrìus y se forman grupos de tres.
Zera y Tristan son mis compañeros asignados. Ya llevamos más de siete años trabajando juntos. Somos el grupo número siete.
No somos justicieros. No trabajamos para el FBI, la CIA, ni ninguna de esas mierdas.
Se podría decir que somos sicarios... que eliminamos la basura que otros no se atreven a tocar.
Hoy, por fin, me lo asignaran a Él.
Por fin voy a conocer al hombre que destruyó mi vida.
Y a partir de hoy...
Comenzaré a destruir la suya.