Thomas recibió la noticia una fría mañana mientras estudiaba en la biblioteca del seminario. Su abuela, la mujer que había sido su mayor apoyo y quien había hecho todo para que él pudiera seguir su sueño, había fallecido.
Al principio, no pudo creerlo. Un nudo se formó en su garganta y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. Se retiró a un rincón tranquilo, donde sus amigos del seminario lo encontraron poco después.
Lucas, con voz suave, se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Thomas, estamos aquí para ti. No tienes que pasar por esto solo.
Los demás también se acercaron, ofreciéndole palabras de consuelo y compañía. Aunque el dolor era profundo, el apoyo de sus amigos le recordó que no estaba solo en su camino.
Esa noche, Thomas rezó con más fervor que nunca, agradeciendo por el amor de su abuela y pidiendo fuerza para seguir adelante, honrando su memoria y el sacrificio que ella hizo para que él pudiera cumplir su vocación.
La pérdida marcó un antes y un después en su vida. Ahora sabía que su sueño tenía un significado aún más profundo: llevar adelante el legado de quienes creyeron en él.