ESPECIAL II - ¿Sin razón?…

(30/09/2030 - 11:42PM)

…Reacio, aprovecha el instante en que Alejandra se ahoga levemente con un trozo de pastel para tomar un respiro, un segundo vital en medio de su propio campo de minas. Por un microsegundo titubea, atrapado entre el impulso de seguir adelante de su anécdota convenientemente editada y una especie de pánico escénico repentino que le seca la garganta. Parece tomar el valor de continuar, de seguir tejiendo su red de mentiras piadosa, pero se ve abruptamente interrumpido. La chica, tras recomponerse con un par de toques secos en la garganta y forzando la voz que aún le suena un poco rasposa, lo fulmina con la mirada.

- Bien… Tengo que ser honesta contigo. Tu vida era bastante aburrida.

Su voz se tiñe entre la habitación con un matiz que oscila peligrosamente entre la diversión más pura y la sinceridad más cruda, justo cuando una sonrisa irónica, casi una obra de arte del sarcasmo se dibuja en su cara curvándose en un arco burlón mientras inclina ligeramente la cabeza, permitiendo que su mirada penetrante, se fije en él sin piedad.

- ¡EY! - Replica Ismael, fingiendo una herida mortal por la crítica hacia su anécdota, esa que, en primer lugar, había estado contándole a regañadientes. Era la historia de aquel día en que decidió escapar de casa, la misma que ella llevaba pidiéndole, con una insistencia tan dulce como implacable, desde hacía ya un buen tiempo. Pero claro, lo que ella desconocía era su supuesto plan maestro: le había estado entregando una versión descafeinada y sin azúcar de los hechos, una historia teñida de una monotonía deliberadamente gris, el relato de una rutina constante en la que, aparentemente, no había ocurrido nada remotamente interesante. Pensó, en su infinita (e ingenua) astucia, que se aburriría totalmente y que, finalmente, perdería todo el interés por saber más detalles de aquel día.

Sin embargo, se sorprendió internamente al ver que su treta había fracasado de la manera más estrepitosa posible. En los ojos de ella, lejos de mostrar el más mínimo atisbo de desinterés, aún delataban unos inconfundibles dejos de curiosidad voraz, un brillo que sugería un deseo sincero, casi una necesidad, de explorar los rincones oscuros y polvorientos de la vida del chico que tenía delante.

- Supongo que, en esencia, aún lo sigue siendo un poco - continuó finalmente él, complementando la frase con su ya icónica y fugaz risa forzada, esa que es mitad nerviosismo, mitad armadura antiemociones. Comienza a girar lentamente su propio plato de postre, jugueteando con él con una concentración absurda, intentando evitar el contacto visual a toda costa. Está librando una batalla interna por mantener esa fachada de normalidad que tanto le cuesta construir. Sus dedos trazan círculos invisibles alrededor de los bordes del plato, un manifiesto silencioso de su creciente inquietud, de cómo esa conversación, aparentemente cómoda y segura en la superficie, amenazaba con desatar una peligrosa corriente subterránea de profunda e insondable incomodidad.

- Bueno, bueno, no te ofendas… es que… a ver, recapitulemos: acabas de describir el día de un chico que se despertó tarde, llegó tarde a la escuela, salió de la escuela y luego volvió a casa. Fin de la historia. Mmmh… Cuando prometiste contarme sobre el día que decidiste escapar de tu casa, esperaba algo con más de... ¡IMPACTO!, ¿sabes? Algo con persecuciones, con drama, con un giro inesperado… no sé, ¡con alienígenas! - Reprocha ella, dando otro bocado a su postre con la satisfacción de quien sabe que tiene la sartén, el mango y la cocina entera bajo su control. Su mirada sigue fija en él, implacable, penetrante y ahora, si cabe, con un cierto matiz ligeramente amenazante, como la de un gato que ha acorralado a su ratón.

Bueno, ahora estaba claro. Las sospechas del chico eran correctas: Alejandra no estaba simplemente escuchando, estaba escarbando, paleando entre las capas de sus palabras, buscando algo más profundo, algo más significativo. Por más siniestro que pudiera sonar, quería escuchar sobre algo que doliera. Él sabe, con la intuición de quien también conoce bien los silencios ajenos, que ella intuye que debe haber una gran razón para haber escapado aquel día, algo que, en todo el tiempo que llevan de conocerse, en toda la confianza que han construido, aún no le ha confiado.

Él se inclina un poco hacia adelante, en un intento de retomar el control de la conversación, capturando su atención con una mirada que intenta, sin mucho éxito, ser juguetona y despreocupada.

- Para empezar, tú pediste específicamente conocer hasta el más mínimo y aburrido detalle sobre ese día… la culpa, entonces, es tuya por pedir detalles aburridos y no especificar que querías una versión con explosiones y naves espaciales.

 

- Bueno, bien pues… en ese caso… sigue entonces. Dime, ¿Qué pasó después? - inaugura ella, que se encuentra plácidamente tumbada boca abajo sobre la cama, sus piernas oscilando ligeramente en el aire y el mentón apoyado sobre las manos. Se reajusta brevemente, acomodándose sobre los codos para mirarlo más cómodamente. Su postura es la de una esfinge dispuesta a esperar una eternidad si es necesario, atenta a cada palabra, a cada gesto, a cada matiz, para no perderse ni un solo detalle, esperando a que él, por fin, se rinda y retome la verdadera historia.

Él suspira profundamente, un suspiro de derrota, haciéndose consciente de su movimiento en falso, de su error de cálculo. Se toma un momento para ordenar sus pensamientos, para decidir qué cartas de su maltrecha baraja está dispuesto a mostrar sobre la mesa.

- Ah, pues... después fui a la fiesta y...- Intenta comenzar a relatar, por fin, después de arrastrar consigo el peso de los años, pero es interrumpido tan rápidamente que sus palabras quedan levitando en el aire, huérfanas y sin sentido.

- ¡WOW! ¡WOW! ¡Más despacio velocista! - Lo recrimina con un tono de broma tan afilado como el filo de una navaja, alzando una ceja con incredulidad teatral - La fiesta… mmh, si no me equivoco, empezaba a las diez. ¡Te estás saltando unas siete u ocho horas de historia! ¡TRAMPOSO! - Levanta los dedos de la mano para enfatizar las horas que él ha omitido con tanto descaro, agitándolos delante de su cara. Su rostro exhibiendo una mezcla deliciosa de seriedad impostada y diversión genuina; claramente, esta chica está disfrutando sin la más mínima vergüenza de su rol de interrogadora, dispuesta a no permitir que Ismael omita un solo detalle, por más doloroso o insignificante que este pueda ser.

Atrapado en su torpe intento de acortar la historia, se defiende con un nerviosismo y una vergüenza que ya no puede ocultar.

- Pensé que querías omitir las partes aburridas… - Dice, tratando de justificar su omisión con una lógica que sabe que no puede sostener.

Ella, sin perder un ápice de su actitud inquisitorial, replica con una sonrisa triunfante - No…no… sabes perfectamente que lo de antes era solo una broma. Quiero todas las partes… especialmente aquellas que tú consideras "aburridas".

Con un movimiento rápido y certero, le lanza el cubierto de plástico de su postre. Él lo bloquea en el aire con un reflejo sorprendentemente ágil, y ambos complementan el momento con una risa cómplice que aligera, por un instante, la tensión acumulada.

Ahora ella está más decidida que nunca a descubrir lo que ocurrió en ese lapso de tiempo perdido, sintiendo que ha dado en el blanco, que ha encontrado la “X” en el mapa del tesoro. ¿Es posible que ahí, en esas horas silenciosas, se encuentre el verdadero detonante, la razón real que lo orilló a tomar una decisión que, claramente, le cambiaría la vida para siempre?

Sin embargo, la emoción del descubrimiento, ese subidón de adrenalina, se le comienza a despedazar tan rápido como la creó. Lo ve quedarse pensativo. Su apenas esbozada sonrisa se desvanece de su rostro como si nunca hubiera estado allí. Los ojos del chico se pierden en algún punto indeterminado de la habitación, como si de repente hubiera comenzado a proyectarse en la pared una película que solo él es capaz de ver… Se sacude la cabeza ligeramente, un gesto casi imperceptible, y se cuestiona en silencio si debería decir algo más sobre ese día, consciente del peso, de la carga, que cada palabra podría tener si no tiene cuidado. Su tono, cuando finalmente habla, se vuelve serio, grave, con una tristeza inconfundible que se asoma entre su voz.

- Es que… No quiero hablar de eso… - Admite, en una frase que parece intentar explicar que es una herida que aun después de este tiempo… aún duele.

- ¿Q-qué?... ¿Por qué no? M-me lo prometiste... - Le responde, su voz bajando de volumen, adoptando un tono tristemente juguetón, casi un puchero, un último y desesperado intento por persuadirlo, por traerlo de vuelta de ese lugar oscuro al que se ha ido.

 - Yo… Es que… Solo no me siento cómodo… - Murmura con la voz apenas un hilo, sus ojos ahora se fijan en un punto indeterminado del suelo, evitando a toda costa el contacto visual, intentando no navegar por esos recuerdos dolorosos que amenazan con ahogarlo si los mira de frente.

 

- Está… Está bien. Lo entiendo…

Lo deja ir finalmente, resignada después de notar el cambio radical en Ismael, que parece construir un muro entre ellos con una velocidad sobrehumana. No fue su intención, honestamente no pensaba que el motivo fuera extremadamente doloroso como para que se reprimiera de esa manera. Por un instante consideró en preguntarle si estaba bien, consolarlo, pero una voz en su interior le rechazó la idea. ¿Era acaso que incluso después de tanto tiempo… su relación no era “así” de cercana? ¿O quizás era al revés, que era precisamente porque era tan cercana que entendía que había heridas que, simplemente, no tenía el derecho a tocar?

Después de un silencio que pareció encajar perfectamente con la definición del término “infinito”, se aclaró la garganta, improvisó aprovechando el sonido que el viento generaba al colarse entre la ventana para cambiar de tema.

- Vaya, pero qué mal día fue el de hoy, ¿no? - Comenta con tono deliberadamente jocoso, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa nerviosa y a su vez juguetona, esperando que su bálsamo funcione.

Ismael sonríe, una sonrisa modesta pero genuina. Aunque para muchos un día así podría considerarse de mala suerte, extrañamente, no le desagrada en lo absoluto.

- Sí, bueno… parece que siempre he tenido mala suerte - Su voz cargada con una mezcla de resignación y aceptación, como si hubiera aprendido, a base de golpes, a encontrar pequeños y extraños destellos de luz sobre días así de sombríos.

Como un gran y doloroso ejemplo, se le viene a la mente el primer gesto genuinamente amable que recuerda que su madre tuvo hacia él.

- S-sí, un poco sí que la tienes… - Responde en un tono bajo, casi inaudible, antes de ser interrumpida.

 - Marco… y tú… son lo mejor que me ha pasado hasta ahora - Comenta de repente, su mirada fija en las cortinas que se agitan con el viento que golpea las ventanas con desesperación durante esa noche - Y seguramente son lo mejor que me pasará en la vida…

Las palabras llevaban una sinceridad tan profunda, tan desnuda, que resuenan en el interior de Alejandra, quien sonríe, visiblemente conmovida y sin saber muy bien qué decir.

- A mí también me alegra que llegaras a nuestras vidas, y no hace falta mencionar que a papá igual… aunque lamento que no pudiera quedarse todo el día de hoy - Su tono pasa fugazmente por un dejo de tristeza que aparta rápidamente, como quien espanta a una mosca molesta. Se levanta de la cama con un movimiento rápido y fluido, y cierra la distancia entre ellos para abrazarlo. Un abrazo cálido, firme, que dura varios segundos preciosos. Al separarse, sus rostros quedan muy cerca, casi demasiado. Inevitablemente, ante el gesto, la ha mirado a los ojos… A pesar del sonrojo, extrañamente percibe en la expresión de él una especie de resistencia silenciosa, un "no sigas por ahí", dirigido a lo que ella, por un instante, estaba pensando hacer. Así que decide ahorrarse la posible pena y el momento incómodo.

- ¿D-debería irme ya a dormir, no es así? – Pregunta la chica, la voz ahora evidentemente nerviosa y aun a horcajadas superficialmente sobre él y sus brazos todavía rodeando el cuello. Pero para aclarar de una vez, es la clase de momentos que, a pesar de las tensiones y las chispas, saben que no necesitan ser llevados más allá. La conexión entre ellos se puede definir como enorme, sí, pero es precisamente esa razón la que los lleva a un entendimiento silencioso, no dicho, pero extremadamente profundo: La simple presencia del otro es más que suficiente.

- S-sí, creo que deberías… - Responde él de manera espontánea, sin saber exactamente qué otra cosa decir, tan solo siendo claramente consciente de la tensión que ambos están provocando - Y-ya es tarde

Agrega, intentando sonar despreocupado, aunque su voz traiciona con un leve y casi imperceptible temblor.

Finalmente, ella se levanta. Y en un momento de incomodidad casi cómica, donde no sabe exactamente qué hacer con su propio cuerpo, se reajusta el cabello, se alisa un poco la ropa que ni siquiera está arrugada, se aclara la garganta por décima vez, se muerde el labio inferior, señala torpemente hacia la puerta y, finalmente, camina hacia ella. Justo antes de salir, se detiene y se queda momentáneamente pensativa, la mano en el pomo, como si recordara algo de vital importancia. Vuelve la vista hacia él, quien ha mantenido su mirada fija en ella durante todo ese proceso, como si estuviera viendo una película fascinante y ligeramente confusa.

- …Y feliz cumpleaños número diecisiete, Ismael - Le felicita nuevamente, esta vez casi en un susurro, aunque ya lo había hecho por la mañana. Su voz, ahora lleva una suavidad aún más especial, una calidez que envuelve las palabras como si fueran un regalo intangible, quizás el más importante de todos los que ha recibido ese día.

 - G-gracias… - Le responde, con una sonrisa que no puede, ni quiere, ocultar su profundo y sincero aprecio. Realmente valora, más de lo que jamás podría expresar con palabras, el poder celebrar su cumpleaños por tercera vez consecutiva con personas a las que, sin dudarlo ni un instante, puede llamar familia. En sus ojos brilla un destello de gratitud, una sensación de pertenencia que ha llegado a significar para él más de lo que jamás se hubiera atrevido a imaginar.

La sonrisa de Alejandra se amplía en respuesta, y el momento se llena de calidez. Después de unos segundos más, se da la vuelta y sale, cerrando la puerta suavemente tras de sí. Él se queda a solas en su relativamente enorme habitación, y una sensación de posible paz, de calma recién encontrada, comienza a ser lenta pero inexorablemente consumida por una melancolía creciente, como la marea subiendo en la más absoluta oscuridad.

Es una noche fresca, y el viento continúa azotando con rabia contra el cristal de la ventana; una ventana significativamente más grande que las ventanas promedio de cualquier casa normal, permitiendo una vista panorámica del cielo nocturno. Las cortinas se mueven con cada ráfaga, y el susurro del viento colándose por las rendijas no deja ni un solo minuto de quietud en su habitación, como el de un eco perfecto de la tormenta que se libra en su interior.

Da el último bocado a su rebanada de pastel, quedándose unos segundos observando el plato ahora vacío, como si en él pudiera encontrar alguna respuesta, alguna clave. Suspira. La habitación está bañada por la suave y cálida luz de la lámpara de noche, creando un ambiente que invita a la confesión, aunque el único oyente sea él mismo. La iluminación tenue proyecta sombras delicadas y danzantes en las paredes, envolviendo el espacio en un manto íntimo y ligeramente opresivo.

Resignado a que su mente, esa traidora incansable, lo lleve a repasar los sucesos ocurridos esa tarde de hace años, los que no quiso contar, se recuesta en su cama. Los recuerdos comienzan a fluir, no como un río tranquilo, sino como una inundación repentina, una avalancha que lo arrastra sin piedad. Cada detalle resurge con una claridad dolorosa, casi insultante. La noche fresca y el viento que susurra contra el cristal parece acompasar el ritmo de sus pensamientos, mientras él se sumerge, inevitable e irremediablemente, en las profundidades de su propia memoria, confrontando los eventos que aún no ha compartido con nadie, los eventos que supuestamente debía olvidar, para siempre.