A través de aquella diminuta rendija sobrepuesta al suelo era únicamente como los rayos del sol se colaban en el calabozo. Recostado en la igual de pequeña cama, que no era más que un simple montón de paja seca, un chico, de unos diecisiete o dieciocho años, dormía tan plácidamente, ajeno al hedor a excrementos y al bullicio a su alrededor, que parecía estar descansando alojado en un palacio.
El eco de la puerta de acero de su celda abriéndose retumbó en el pasillo subterráneo, pero el enclenque tampoco se inmutó. Sin embargo, cuando los dos guardias que habían llegado lo levantaron bruscamente de la cama, sujetándolo por los brazos, su rostro se iluminó extrañamente.
—¡Ah, que ya vienen por mí! —exclamó con una sonrisa burlona—. Me alegra ver lo rápido que es el sistema penitenciario de este lado del continente. Así sí da gusto ser prisionero.
Los guardias le empujaban con fuerza por el pasillo, pero el chico no mostraba signo alguno de preocupación. En cambio,mientras era arrastrado por el húmedo corredor, se dedicó a despedir sarcásticamente a los demás reclusos con un "¡Hasta luego!" acompañado de una sonrisa.
—Por fin salgo de aquí. Estas malditas cadenas y harapos dan un calor que no imaginan. A ver si cambian eso, ¿eh? —señalaba a los guardias en un intento fallido de sacarles conversación, obteniendo solo un par de empujones más fuertes que ayudados por los grilletes que le sujetaban de manos y pies, lo hicieron desequilibrarse un poco.
En un momento, atravesaron el largo pasillo, subieron unas escaleras y alcanzaron la superficie. Luego pasaron más celdas, más pasillos... Y al final, dieron con la imponente puerta de madera que se abría hacia la luz del sol. Un elemento que no sentía hacía tres días y que cegó al chico por un instante.
Cuando recobró la visión, no podía creer que el panorama ante él fuera real. Su corazón dió un acelerón sin proporciones.
—¿Y mi transporte dónde está? —preguntó a los silenciosos guardias que, ignorándole, lo escoltaban a su verdadero destino. Alrededor se encontraban otros tantos guardias y, justo en el medio, sobre una plataforma de madera, una recién montada guillotina aguardaba por su cabeza.
—¿Acaso esto es nuevo? ¿Algún tipo de broma? ¿Qué demonios piensan hacerme? —desesperaba el chico desconcertado, en lo que era empujado hacia arriba.
—Axhel —lo llamaron desde el palco al otro lado del recinto carcelario. Allí estaba el pomposo Regente Colt, regordete como un cerdo y acompañado por el anciano Director de la prisión Fercin. Ambos ataviados con lujosas túnicas color vino y prendas doradas.—Este día ha sido elegido para tu ejecución Cuervo. Tu cabeza será presentada ante el Gran Cardinal —explicó de forma lacónica el Regente después de sorber de su copa tras captar la atención del joven.
La sorpresa en el rostro de Axhel fue palpable; la sonrisa que había iluminado su mañana se desvaneció de inmediato.
Con un empujón más fuerte, sus retentores lo hicieron caer de rodillas y obligaron a inclinarse sobre el suelo de tablas y quien sería su verdugo, un hombre alto y robusto con el rostro cubierto, pero con el resto del cuerpo vestido solo con un simple pantalón de cuero, le aplastó el cuello contra la base de la guillotina.
Axhel alzó su mirada. Al frente de él, encerrada en una jaula de acero igual de pequeña que su prisionero, había una extraña criatura. Su pelaje era tan oscuro como el carbón, poseía una larga cola de gato, orejas similares a las de un conejo, la morfología de una ardilla y cabeza con ojos más grandes de lo normal. El ojo derecho estaba enmarcado por una vasta mancha blanca. La criatura lo examinaba sentada en su jaula con una expresión que se asemejaba a una sonrisa. Le veía como si esperara algo de él.
—¿No se supone que yo debía ser juzgado en la Gran Capital? —cuestionó Axhel, realizando un último intento por salvarse a si mismo y a su plan, mientras giraba la cabeza en busca de los rostros de ambos mandatarios.
El corpulento Colt, apoyado en uno de sus escoltas, se levantó de su asiento. Acercándose al borde del palco seguido del Director y dio otro sorbo a su copa.
—Por supuesto. Ya lo he dicho, las cabezas de ambos, claro que serán enviadas a la Gran Capital —respondió con desdén—. Sin duda, nuestra querida Galin estará en boca de todos durante un buen tiempo. —concluyó, finalizando con otro trago a la bebida.
—¿¡Pero qué tipo de juicio es este maldito!? —se retorció quejándose. Golpeaba con la punta de los dedos de sus pies desnudos la plataforma de madera cual niño pequeño.
—El que se merece un criminal como tú, miserable. —rió mientras se rascaba la panza.
—Agh... Malditos corruptos. —desdeñó, colgando su cabeza para luego mirar de vuelta a la criatura frente a él. El pequeño ser figuraba un "Te lo dije" con su mirada satisfecha.
—Sí, sí... Ya sé... Eres brillante y me equivoqué un... poco —murmuraba Axhel derrotado a su amigo encerrado. La criatura, insaciable, exageró el parpadeo de sus ojos, espectante de algo más.
—Agh... ¡Está bien! Todo el plan salió mal, ¿complacido? —el pequeño rechinó en lo que se presumía una risa.
«Debí haber puesto en mi ecuación el factor "son unos corruptos y ambiciosos"» anotaba mentalmente para la próxima vez que propusiera una idea.
—Bueno, creo que debe... —Cuando el Regente fue a iniciar con el juicio, un Fercin visiblemente nervioso le interrumpió. Un guardia se le había acercado hace un segundo con noticias—. ¿Cómo ya están aquí? —explotó Fercín cuando también las recibió en su oído, abriendo los ojos como platos.
—...Como decía —retomó, recuperando la mesura e intentando ignorar todo lo que recién supo. Justo quienes no podían presentarse estaban por llegar. Sus planes corrían el riesgo de fracasar.—Axhel, el Cuervo del Sur, por los crímenes de atentar contra la familia Cardinal y del mismísimo Imperio Sur. Además de múltiples grandes hurtos de bienes burgueses en doce ciudades; este día, tú y tu mascota serán penados con la decapitación bajo guillotina.
—¡Ni siquiera hice todo eso! ¡No creo q hayan sido tantas ciudades en las que estuve! Tampoco nos pongamos tan fraudulentos.— la criatura desde la jaula le faltaba poco para desplomarse de la risa al verle en esa posición.
—Cállate de una vez. Deberías estar orando y arrepintiéndote de tus pecados antes de ser ejecutado Cuervo. Tal vez el Gran Árbol quiera apiadarse de tí.— el chico le miró con ambas cejas curvadas y luego descolgó su cabeza resoplando molesto.
Más que quebrarse por su condena, se mostraba ¿decepcionado? "No teme por su muerte" o "Es un demente" llegaron a pensar los custodios a su alrededor y en general, todo el mundo.
—Bueno, entonces terminemos con esto. Hasta otra, Cuervo.— dijo el repugnante Colt sonriendo, adueñándose de la orden de ejecución que normalmente era tarea de Fercin.
A la orden, el verdugo obedeció. Con ambas manos levantó la pesada hacha por encima de su cabeza, listo para un corte limpio. Un silencio sepulcral se apoderó del patio de la prisión. Todos miraban la escena, incluso los reclusos asomaban por las ventanas de sus celdas para presenciar el espectáculo. El famoso Cuervo iba a morir. Pero un evento inesperado ocurrió.
—¿Si quieres te demoras un poco más sabes?— comentaba el chico momentos antes de que el filo del Acha tocase la carne. Su amigo entonces actuó.
El caos se desató en el patio. El estruendo producido fue tan intenso que incluso atemorizó a los reos. En la plataforma de madera, una monstruosa criatura con extremidades desproporcionadas y musculosas, cuernos endemoniados y fauces enormes, se materializó. No era otra que la antes tan pequeña criatura azabache que no llegaba a las rodillas de su amigo.
Imposible de imaginar.
De la jaula que la contenía apenas quedaba rastro. Con su brazo inmenso, la bestia lanzó al verdugo contra el palco donde estaban Colt y Fercin. Nadie se asustó más que ellos ante un giro así.
Con su otra extremidad expulsó fuera al resto de los guardias. Luego levantó a su compañero, pellizcando sus ropas desde la espalda y usando una de las cuatro garras en su par, rebanó las cadenas y grilletes que le contenían.
—¿Tenías que esperar al último instante para hacer eso? De hecho, pudiste habernos sacado de aquí desde que supiste lo que nos pasaría.—reprochó el chico una vez devuelto en el suelo y masajeando sus muñecas.
—Skhhrss (Sé agradecido) —respondió el monstruo, indiferente, con su propio lenguaje, el cual solo a oídos de Axhel tomaba sentido. Para los demás, eran meros rugidos.
—¡Pero si ya lo hice antes! No abuses de mi humildad —excusó, elevando las cejas. —¡Ah! —recordó. —Encárgate tú solo de esto que aún debo buscar mis cosas. —continuó, volteándose luego hacia el palco destruido. Su comportamiento no correspondía con la situación que estaba viviendo.
Mientras conversaban, todos los guardias, armados con lanzas, ballestas y espadas, se proponían enfrentarlos. La criatura solo resopló sobre toda la cabeza de su compañero antes de que se largáse y dejara solo, resignándose así a su "aburrida" tarea.
Esquivando las flechas que volaban hacia él, el chico se teletransportó de inmediato al palco de la segunda planta de la prisión. El cuerpo inconsciente del verdugo, al impactar contra el muro había destruido todo un tramo.
—Para estar gordo que rápido corre esa bola de cebo.—Ya no había nadie allí, ni sus objetivos ni sus guardaespaldas. Solo quedaba la copa con el vino derramado entre los escombros, junto a la puerta abierta por la que seguramente escaparon.
El chico se tomó un momento para observar a su amigo. La imponente bestia acababa con todo el que se le acercaba, destrozando las inútiles armas con que solo impactasen en su piel. Incluso los ballesteros en las torres de vigilancia fueron neutralizados cuando les lanzó los cuerpos de sus propios compañeros. Desde los calabozos, todos los reclusos gritaban en apoyo del monstruo, un motín así jamás había sucedido en Tropos.
Una vez confirmado que todo estaba bajo control, el chico se adentró en la prisión.