Prólogo.

El Aura de los Caídos

Prólogo: Ira inconcebible

Sonidos de huesos rompiéndose, costillas que se quebraban, manos destrozadas en un parpadeo. Todo ocurrió en segundos, hasta que un golpe seco —una cabeza contra el piso— marcó el final.

PAM... TRACK... TRACK... PAM... ¡BANG, TRACK!

El dolor fue breve. La muerte, inmediata. Toda señal de vida se extinguió junto con una llama ferviente, apagada por una ráfaga oscura que arrastró la mente al abismo.

El cuerpo yacía boca abajo en el descanso intermedio de la escalera. Ya sin vida, perdía calor segundo a segundo.

La sangre desbordaba desde su cabeza, extendiéndose en el suelo como una marea roja. Formó un charco inmenso, que fluía lentamente hacia los escalones, descendiendo por el tramo inferior, arrastrada por la gravedad. Escalón por escalón, la sangre llegó a la planta baja, donde se expandió en un segundo charco, aún más amplio.

Un alumno que subía hacia su salón del segundo piso notó a lo lejos un líquido que resaltaba sobre el piso de la entrada.

—¿Qué es eso? Seguro alguien derramó algo y no limpió —murmuró.

No sabía con certeza qué era, pero su cuerpo lo presentía. Se le heló la piel y los vellos se le erizaron.

A medida que se acercaba, el color rojo comenzó a volverse inconfundible. Aun así, su mente se negaba a aceptarlo. Dudaba. Quería creer que no era lo que parecía. Pero su corazón latía con fuerza, como si ya supiera la verdad.

Se detuvo frente al líquido. El rojo lo inundaba todo. No podía apartar la vista. El corazón golpeaba como si hubiese corrido una maratón. No había duda. Era sangre.

Dio un paso atrás con intención de huir. Su mente gritaba:

¡Corre! ¡Corre!

Pero algo le impidió moverse. Al mirar el charco en el suelo, notó que aún era alimentado por un hilo de sangre. Con la vista pegada al piso, giró lentamente la cabeza hacia la escalera. Levantó la mirada de abajo hacia arriba.

¡Corre! ¡Corre! —le seguía gritando su mente.

Una corriente de sangre bajaba desde lo alto. Su rostro se desencajó.

—¿Qué está pasando...? —susurró con voz temblorosa.

El miedo lo inmovilizó. Cada músculo de su cuerpo se tensó, como un animal atrapado en la mirada de su depredador. Quería huir, pero respiró hondo. Tragó saliva. Con el corazón golpeando su pecho, decidió subir.

Avanzó escalón por escalón. Las articulaciones le crujían como si fueran de piedra. Seguía el rastro rojo, mientras su mente recreaba escenas horribles. El olor a sangre se volvía más intenso a cada paso. Su rostro reflejaba un terror puro.

Se detuvo a un escalón del descanso intermedio. Lo primero que vio fue el suelo completamente cubierto de sangre. Su respiración se volvió más profunda, como si intentara prepararse.

Subió el último peldaño. Sus zapatos negros se mancharon al pisar el descanso. Desvió la mirada a la derecha.

Un silencio espeso y macabro llenó el ambiente.

...

Sus dientes castañeaban. Sus ojos, abiertos como los de un búho, no parpadeaban. Frente a él, una escena que solo en películas gore podría imaginar.

Un cuerpo con uniforme escolar estaba tirado boca abajo. De la cintura hacia arriba, en el descanso intermedio; de la cintura hacia abajo, en el tramo superior de la escalera. Apenas salía más sangre de su cabeza, porque ya estaba casi toda regada por el lugar.

Tembloroso, el alumno se acercó. Con cada paso, salpicaba sangre, formando ondas en el charco. Se agachó, extendió las manos y giró el cuerpo con fuerza, dejándolo boca arriba.

Reconoció al instante quién era, aunque su rostro estaba cubierto de sangre. Se quedó con la boca abierta, respirando por ella, sin poder tomar aire por la nariz.

—Ro... ro... ¿estás bien? —tartamudeó.

La tembladera se detuvo por un instante. Puso dos dedos sobre el cuello del cuerpo, junto a la tráquea, debajo de la mandíbula.

Silencio. Frío. Nada.

—Aaaac...

Apartó la mano de golpe. Intentó levantarse, pero resbaló con la sangre y cayó sentado. Se sostuvo con las manos atrás, evitando quedar tendido. Respiraba con dificultad, petrificado. Ya no sabía qué hacer. Ya no podía correr. Su mente solo imaginaba estar él también ahí... muerto.

Giró la cabeza. Lentamente alzó la mirada por los escalones, hasta ver en lo alto del segundo piso... una silueta.

Alguien lo observaba desde arriba. Quieto. Inexpresivo. Como si nada hubiese pasado.