Un sonido bullicioso con un tarareo abrazante resonó por cuarta vez en el oído del chico, intentando despertarlo. Siendo su alarma, resultaba más una melodía para dormir que algo que pudiera sacarlo de su descanso. Irónico pensar que tuviera algún efecto.
¿Quién pondría una alarma así?
Confundió el ruido con un soundtrack que acompañaba su sueño. Detenido, se concentró. Algo de lo que escuchaba le sonaba familiar.
El sueño de un campo verde e interminable, donde la música resonaba a todo volumen, fue absorbido por un agujero negro en un instante.
Al percatarse de que era la alarma que había puesto para ir al colegio, el impacto fue tan abrumador que, al abrir los ojos, ya estaba de pie.
Con el cabello despeinado y una ojeras imperceptibles. Procesando lo que estaba pasando. No bastaron dos segundos para darse cuenta de que se hacía tarde para ir al colegio. Dando los dos primeros pasos hacia el vestidor, dijo:
—¡No, no! El colegio... —su voz decayó hasta convertirse en un susurro, pero alcanzó a completar la frase.
De repente, al igual que su voz, las fuerzas en sus piernas se debilitaron. Sus ojos se nublaron, perdiendo el conocimiento por un segundo. El despertar brusco dejó su cuerpo y mente lejos de funcionar correctamente, lo que hizo que cayera al suelo.
Cayó con una rodilla golpeando el piso, logrando sostenerse con una mano en la cama para no desplomarse hacia adelante.
—¿Qué me pasa...? —murmuró, confundido, mientras se sostenía la cabeza con una mano.
Por un momento se quedó quieto, pensando en lo que le pudo haber pasado. Al retomar la consciencia y movilidad, se levantó a toda prisa y tomó su uniforme, ya preparado para este momento. Se vistió rápido, se dirigió al baño, se lavó la cara, puso la pasta en el cepillo y le dio unas pasadas a sus dientes, primero a los costados y luego al frente. Con el agua que salpicó en la cara, mojó parte del frente de su cabello. Usó los dedos como peine, abriéndolos para acomodarlo.
Cogió su mochila del gancho en medio de la puerta. Estaba listo para partir al colegio.
—Bien... vamos —dijo para sí mismo.
Salió de su cuarto rápidamente, dirigiéndose hacia la puerta principal. Estaba apurado; no quería llegar tarde y, sobre todo, no quería causar una mala impresión. Después de todo, deseaba ganarse nuevamente la confianza de todos sus compañeros.
Mientras pasaba por la sala, su padre estaba sentado desayunando. Al verlo dirigirse directo a la salida, le habló con tono firme:
—¡Oe, espera! ¿No vas a desayunar?
—¡No, me haré tarde! —respondió sin detenerse, con una mano ya en el picaporte.
Su padre, al ver su muñeca y notar que solo había exagerado la hora, dijo:
—Entonces espera que lo ponga en un táper, ni que fuera lejos.
Se fue rápidamente hacia la cocina, dejando a su hijo confundido.
El joven estaba a punto de estallar por lo apurado que se encontraba. No podía rehusarse, ya que su papá actuó “rápido”, sin darle tiempo a oponerse. También notó la preocupación en su rostro. No tuvo más opción que tomar asiento y esperar.
—Pero rápido —dijo, sacudiendo el pie inconscientemente.
—Calma, hijo. No hay por qué estar desesperado —respondió su padre desde la cocina.
—Ay, papá… no me hagas desanimar —dijo, suavizando su expresión con una tenue sonrisa, casi imperceptible.
Después de dos minutos, su papá se acercó con una sonrisa en el rostro y el desayuno en la mano. Aunque sabía que su hijo estaba ansioso, nervioso e impaciente, solo le hizo la propuesta del desayuno para retenerlo unos minutos más y ayudarlo a relajarse.
Cuando vio a su papá acercarse con el desayuno, el chico se levantó de inmediato para tomarlo, pero su padre retrocedió la mano, negándole el intento.
—Las acciones desesperadas no salen bien —dijo en un tono sereno, sin reproche—. Relájate… sonríe.
El joven comprendió el mensaje. Cerró los ojos y suspiró profundamente, inflando el pecho. Exhaló lentamente hasta vaciar por completo sus pulmones. Lo repitió una segunda vez.
—[Paz A…] —cortó la frase al recordar que su padre estaba justo frente a él.
Ya se sentía relajado, hasta que la expresión de su rostro cambió: una sonrisa radiante, de oreja a oreja, se dibujó en su cara.
—Gracias, papá.
—Así me gusta. Que te vaya bien, hijo —dijo con orgullo.
El joven, más calmado, salió a confrontar sus problemas. Aunque las palabras de su padre lo habían tranquilizado, no podía negar que seguía un poco nervioso; después de todo, era normal estarlo. Mientras caminaba, su cabeza se llenaba de pensamientos sobre cómo tendría que actuar para dar una buena impresión después del incidente.
¿Cómo lo verían? ¿Cómo reaccionarían sus compañeros al verlo?
Un dilema… pensamientos lo rodeaban en su mente una y otra vez.
Al notar su intranquilidad volviendo, repitió su técnica: suspiró, exhaló… y dijo:
—[Paz Abrazante].
Recuperando la compostura, hizo un gesto de alivio… pero ese instante de tranquilidad se desvaneció en un segundo. Al revisar su celular, se dio cuenta de la hora: 6:57.
¡Tres minutos!
Tres minutos antes de que cerraran las puertas.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente pudiera asimilarlo. Salió disparado, corriendo calle abajo. Aunque era buen atleta, cinco cuadras en menos de tres minutos rozaban lo imposible. Aun así, no podía rendirse.
Corría y corría, con el corazón martillando en su pecho y los pulmones ardiendo como si quisieran desprenderse de su cuerpo. La vista comenzaba a nublársele, empañada como un vidrio cubierto por las lágrimas del cielo.
Y entonces la vio: la reja metálica del colegio deslizándose lentamente hacia abajo.
Con lo poco de aliento que le quedaba, gritó con todas sus fuerzas:
—¡ESPEREN, NO CIERREN!
Su voz cortó el aire como un rayo. El maestro encargado de la entrada, que ya estaba por terminar su turno, detuvo el cierre al escuchar aquel grito desesperado. Asomó la cabeza hacia fuera, curioso.
A lo lejos, entre el sol naciente y el temblor del aire por el calor de la mañana, vio al joven con los brazos en alto, cruzándolos en el aire como señal de detenerse.
El maestro, con una mezcla de sorpresa y comprensión, esperó.
El maestro lo esperaba con un cuadernillo en mano para anotarle una falta por tardanza. Sin embargo, al ver que se trataba de Kariu, se sorprendió un momento y dejó el cuaderno a un lado.
—Buenos días, maestro. Disculpe mi tardanza —dijo el joven, inclinando la cabeza, algo apenado.
—Dos minutos tarde... Lo dejaré pasar esta vez. Adelante.
—Gracias, maestro —respondió, pasando a su lado, aunque no pudo evitar sentirse confundido. Sabía que en esa institución no solían ser tan flexibles con la puntualidad.
El chico se dirigió a su aula, caminó por un largo camino pasando por algunas aulas vió a lo lejos el la entrada de la escalera que subía el segundo piso donde se encontraba su aula. Caminó llegando a “aquel lugar“. subiendo las escaleras pasar por cierto sitio, nublo su mente ya aquel lugar le traía malos recuerdos. Logrando pasar sin problemas. Estaba en el segundo piso de su colegio caminó hacía su salón. Se acercaba más y más a su aula; sentía los pasos pesados, como si un toro atado a sus pies lo jalara, intentando evitar que entrara.
Estando su salón a la vista vió que la puerta estaba abierta, escuchó que la clase había comenzado. Se detuvo un momento antes de ponerse frente a la entrada. Suspiró profundamente y, al exhalar, murmuró para sí mismo:
—[Paz Abrazante]...
Haciendo este procedimiento, dio los pasos necesarios hasta colocarse en la entrada del aula. Inclinando la cabeza, dijo:
—Buenos días, profesora. Disculpe mi tardanza. ¿Me daría permiso para entrar?
La clase, que estaba en proceso, se detuvo de repente ante la interrupción del chico. El ambiente cambió: todos quedaron en silencio, mirándolo.
Aunque Karui mantenía la vista baja, podía sentir las miradas de sus compañeros, como los ojos de lobos acechando a su presa en la oscuridad.
—Jovencito Karui, qué sorpresa tenerlo de vuelta. Espero que se encuentre bien. En verdad pensé que sería trasladado a otra institución po... —la profesora se tapó la boca antes de completar la palabra—. Ay, perdón. Adelante, Karui.
La maestra, aunque intentaba mantener su compostura, no pudo evitar sorprenderse al verlo. Un leve temblor en su voz traicionó lo que pensaba: ¿qué tan lejos había llegado Karui para que volviera con tanta normalidad, cuando todo el mundo sabía lo que había sucedido?
—Gracias —respondió él.
Pasó por el frente de la clase con la vista baja. Las miradas de sus compañeros no se despegaban de él.
Fila cuatro, asiento cinco. Se dirigió a su respectivo lugar y tomó asiento, reconfortando a sus destrozados pies que, si pudieran hablar, le habrían susurrado un "gracias".
El ambiente había cambiado por su presencia. La profesora, al notar esto, dio una palmada fuerte para llamar la atención y redirigirla al frente.
—¡Ey, sigamos con la clase! —dijo en un tono alto, cortando de golpe el ambiente tenso que se había formado en la sala.
La clase retomó su curso. Karui sentía las miradas de reojo, los murmullos que se deslizaban a su alrededor. Ignorando todo eso, su mirada se mantenía fija en el frente. Aunque parecía estar prestando atención a la clase, lo cierto era que solo quería evitar el contacto visual con cualquiera. Pensó que era normal, después de la mala impresión que había dejado. Él ignorando lo que había pasado.