Todo al ver la indiferencia e normalidad de Karui como si nada hubiera pasado, como si lo que hizo nunca hubiera pasado. Haciendo enfurecer más a todos sus compañeros.Susurros entre ellos se comenzaba a decír.
—Que le pasa?.
—Que monstruo.
—¿Por qué le dejaron entrar?
—Vez un demonio es.
—por qué está aquí.
Lo que no sabía era que el rechinar de los dientes resonaba a su alrededor como hienas rabiosas, a punto de morder. Pero no, no eran hienas. Eran serpientes, disfrazadas de personas, listas para escupir veneno.
Así continuó la clase, entre miradas y murmullos...
Bip. Bip.
Un sonido agudo y prolongado atravesó el aire, marcando el final de la clase y la llegada de la hora libre.
—Uff… —dijo, aliviado—. Me moría de hambre.
—Chicos, cuando regresemos del recreo retomaremos el tema de hoy ya. Adelante, pueden salir.
Los estudiantes comenzaron a salir al recreo. Era raro que todos lo hicieran; siempre había alguien que se quedaba en el salón. Pero, al ver que todos se marchaban, Karui respiró aliviado. Estar solo le otorgaba un respiro; no soportaba esas miradas constantes.
En el ambiente tranquilo, sacó su desayuno, saboreando la calma. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de dar el primer bocado, una sombra se posó frente a la entrada.
Un alumno de sexto A, llamado Fer, apareció en el umbral. Alto, de cuerpo robusto, y con una presencia que evidenciaba su entrenamiento en karate. Era el representante de la institución en ese deporte.
Se plantó en el marco de la puerta, mirando de un lado al otro del salón, como buscando algo. Al notar que Karui estaba solo, dijo en voz alta:
— ¡El asesino volvió! —dijo Fer, claramente dirigiéndose a Karui, con una sonrisa desafiante.
Karui hizo oídos sordos a esas palabras. Sabía que solo era una provocación. Si se ponía bravo, solo empeoraría la situación en la que ya se encontraba. Así que decidió ignorarlo y siguió comiendo, como si nada estuviera pasando.
Fer, al ver que lo ignoraba, se ofendió profundamente. Un tic apareció en su rostro, y la vena en su frente comenzó a salir con fuerza, dejando claro lo furioso que estaba. Sin embargo, no se quedó quieto: avanzó hasta plantarse justo frente a Karui, cubriendo por completo su campo de visión. La sombra de su silueta se proyectó sobre él, bloqueando la luz de la ventana.
Karui, imperturbable, siguió con su tarea de llevar la cuchara llena de comida hacia su boca. Se lo merecía, después de todo. El día había sido largo y la comida era lo único que lo mantenía en calma en ese momento. Sin embargo, cuando estuvo a punto de morder la cuchara...
Fer, con un rápido movimiento, levantó la mano izquierda y golpeó la mano de Karui con fuerza. La acción fue tan repentina que la cuchara voló de la mano de Karui, rozando su rostro y cayendo con un sonido metálico sobre el costado de su carpeta. La comida se esparció por el aire en una breve lluvia.
Karui, por un instante, se quedó inmóvil. Miró la cuchara caída y luego levantó la mirada hacia Fer, su rostro mostrando la incredulidad de alguien que no entendía cómo habían llegado a ese punto. No quería que esto fuera un problema, solo pensó que si lo ignoraba, Fer se calmaría. Pero parecía que ese había sido el peor de los errores.
— ¿Cómo te atreves a ignorarme, asesino? —gritó Fer, enfurecido, las palabras llenas de veneno.
La palabra asesino resonó en la cabeza de Karui. Su mandíbula se tensó y, sin darse cuenta, sus manos se entrelazaron en puños, apretando con fuerza los dedos hasta que los nudillos se blanquearon. Los pelos de sus piernas se erizaron, como las plumas de un gallo a punto de entrar en combate. Cada fibra de su ser se preparaba para explotar. La presión aumentaba. El control que había mantenido hasta ese momento comenzaba a desmoronarse.
El chico fuerte sonrió al ver que su plan estaba funcionando, ya que quería que Karui reaccionara ante su provocación. Estaba preparado, esperando la respuesta de Karui. Aunque este estaba a punto de optar por la violencia, logró controlarse. Suspiró y exhaló, tratando de tranquilizarse y contener su ira.
Karui, en todo este momento, lo observó de reojo, fijándose en su cuello, pero evitando mirarlo a la cara. Al ver que la situación podía empeorar, decidió retirarse. Se agachó, estiró el brazo para recoger su cuchara, tapó su comida, agarró su tupper y comenzó a ir hacia otro lugar para desayunar.
El chico fuerte se quedó sorprendido.
—Este no va a hacer nada al respecto, ¿qué le pasa? ¿Seguirá ignorándome? —dijo para sí mismo.
Karui se levantó de su carpeta para retirarse, pero el chico bloqueó su salida, quedándose en frente de él.
—¿Me dejas pasar? —dijo Karui, mirando hacia abajo.
El chico dio dos pasos atrás, con una sonrisa, como si estuviera tramando algo.
—Ya que por educación, cuando alguien te habla debes mirarlo a la cara... ¿Acaso cuando asesinaste a Roi perdiste el respeto a lo más básico hacia los demás?
Karui escuchó esas palabras sin levantar la mirada. Decidió avanzar, intentando pasar por entre las carpetas, pero el chico fuerte, al ver que volvía a ignorarlo, gritó:
—¡¿Cómo puedes ignorarme otra vez?!
En ese instante, lo agarró del hombro con fuerza y lo jaló hacia atrás poniendo de frente a Karui con el, haciéndolo tambalear. Sin darle tiempo de reaccionar a Karui, le lanzó un puñetazo directo al rostro. El golpe fue tan certero que Karui cayó de rodillas al suelo, aturdido, sujetándose la mejilla.
El tipo, mirando desde arriba con una mueca de desprecio, soltó:
—Asesino… si estuviéramos en las escaleras, te empujaría, ¡tal como lo hiciste con Roi, maldito asesino!
Escupió al suelo cerca de Karui y, sin decir más, se retiró del aula, dejando tras de sí un silencio denso como un pantano.
Karui se quedó de rodillas en el suelo, apretando los dientes. Con una mano se sujetaba la pierna, haciendo tanta fuerza que sus dedos se hundían en la piel al punto de hacerse daño. Estaba al borde de explotar. Su mente estaba tan desbordada que ni siquiera registraba el dolor que él mismo se provocaba.
De pronto, la campana sonó, marcando el fin del recreo. Karui parpadeó, como si despertara de un trance.
—Aups... —murmuró al sentir el dolor en la pierna.
Se levantó lentamente. Vio su comida regada por el suelo, esparcida tras haberla soltado al recibir el golpe. Caminó hacia una esquina, tomó una escoba y un recogedor, y comenzó a juntar su desayuno.
Los alumnos empezaron a entrar al aula, algunos con sonrisas en la cara, otros soltando risitas al no poder contenerlas.
Todos se sentaron esperando a la maestra. Cuando ella entró al aula, se detuvo al ver a Karui de pie, barriendo.
—Jovencito Karui, ¿qué haces barriendo? —preguntó, visiblemente confundida.
Karui se quedó mudo por un segundo, sin saber qué responder. La profesora frunció el ceño al ver con más detalle: vió el moretón en su mejilla que no pasaba desapercibido.
Se acercó con preocupación.
—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó en voz alta, lo suficiente como para que todos la escucharan.
Karui la miró, sin mover la cabeza. Sintió las miradas clavadas en él, todas llenas de tensión, como si esperaran que revelara algo que no debía. Al ver esos ojos, supo que no podía decir la verdad.
—No es nada, maestra. Me tropecé y me golpeé la cara con una mesa —respondió con una sonrisa forzada, mientras se rascaba la cabeza—. Además, se me cayó el desayuno que traje.
La maestra se quedó en silencio unos segundos, pensativa.
—Bueno... limpia rápido, joven. Estamos atrasados con el tema.
Fue hasta su escritorio y se sentó, observando de reojo a Karui mientras él terminaba de limpiar.
—Está mintiendo. Es obvio que no fue eso lo que pasó—pensó la profesora.
Karui dejó la escoba y el recogedor en su lugar. se dirigió a su carpeta y se sentó.
—Ya, maestra. Puede comenzar. Disculpe mi torpeza.
La clase comenzó. Karui permaneció en su asiento, mientras las miradas llenas de odio y los susurros de “lárgate” y “muérete” se clavaban en su espalda como agujas.
Tuvo que resistir esa presión hasta que, finalmente, sonó el timbre de la salida.
Bip, bip, bip, bip...
Karui, al escuchar el timbre, exhaló con alivio. Al fin acabaría ese tormento. Comenzó a guardar sus cosas en la mochila, sin levantar la vista.
De repente, la profesora se acercó a él.
—Karui, como no estuviste un tiempo en las clases pasadas, busca un compañero para que te pongas al día con los temas que perdiste.
—Está bien, maestra —respondió Karui, mirando hacia abajo. Sabía que no era buena idea.
Se retiró del salón y fue a esperar al patio, justo frente a las puertas que aún no se abrían. Mientras esperaba, comenzaron a llegar los demás alumnos. En medio de la multitud, comenzaron a escucharse voces:
—Mira...
—¿No es el asesino ese?
—El que empujó a su compañero por las escaleras.
—Sí, ese mismo.
—El asesino.
—Es él.
—¿Cómo puede volver como si nada?
—¿De verdad lo dejaron regresar?
—No lo expulsaron.
—Qué asco.
—Debería estar muerto...
Los murmullos, aunque apagados por la multitud, llegaban claros a los oídos de Karui. Esos minutos se convirtieron en un infierno. Cada palabra lo golpeaba como una piedra invisible. Sentía cómo se acumulaban dentro de él el enojo, la tristeza, el miedo... el odio. Todo sentimiento negativo se apoderaba de él en ese momento.
Esto fue una mala idea, pensó. Volver fue un error. Papá... estabas equivocado.
Las puertas de la institución se abrieron. Una masa de alumnos comenzó a salir, y Karui fue empujado por la corriente de cuerpos. Mantuvo la cabeza baja, apretando la mochila contra el pecho.
En medio del tumulto, recibió tres golpes desde distintos ángulos. Un codazo en las costillas, un empujón en la espalda, una mochila que lo golpeó en la cara. No pudo saber quiénes fueron. En medio de esa multitud, era imposible distinguir manos de sombras.
Se dirigió a su casa con las pupilas decoloradas, como si el color se hubiera derramado en sus escleróticas.
Llegó. Abrió la puerta con su llave y entró con cuidado, sin hacer ruido. Cruzó la sala y subió las escaleras al segundo piso. Cuando ya estaba por llegar a su cuarto, la voz de su padre lo detuvo en el pasillo.
—Karui, llegaste.
—Sí, papá —respondió sin energía.
—¿Por qué entras así? ¿Cómo te fue en el colegio? —preguntó, con un dejo de sospecha.
—Bien —dijo Karui, con la voz apagada.
—Espera... ¿Por qué tan rápido? ¿¡Pasó algo!? —preguntó de nuevo, alzando la voz en las últimas palabras.
Karui dándole la espalda a su padre. El colegio lo había drenado, y ahora tenía que soportar preguntas de su padre. Evadió su pregunta
—Voy a cambiarme —dijo como excusa, y retomó el paso hacia su cuarto.
Su padre, al ver que le respondía dándole la espalda, insistió con un tono más firme:
—¡Karui, mírame cuando te hablo! Por qué me das la espalda cuándo te hablo.
—¿En serio tengo que cambiarme? —respondió, levantando levemente el tono de voz e ignorando otra vez la pregunta.
El padre, al ver la evasión y la reacción de su hijo, reflexionó sobre la forma en que le había hablado. Con un tono más calmado y preocupado, dijo:
—¿Dime qué pasó?
Karui se dio la vuelta, dejando ver el moretón en el rostro.
—Nada, papá. Ah, esto en mi cara... hoy tuve clase de física y recibí un pelotazo jugando fútbol. Jajajaja —fingió una sonrisa—. Sabes que no soy bueno en ese deporte.
El padre sabía que era mentira. Al observar de arriba abajo, notó que su uniforme no tenía señales de haber hecho deporte, además de que no había llevado ropa de educación física. Era obvio que le estaba mintiendo… pero, ¿por qué?, se preguntaba. Aunque sabía que era una mentira, fingió creerle.
—Bueno, hijo, ten mucho más cuidado. Cuando termines de cambiarte, ven a almorzar.
—Ya, papá.
El chico se fue a su cuarto, percibiendo un olor externo a putrefacción. Un olor tan penetrante que, si se pudiera oler de verdad, haría picar la nariz. Abrió la puerta de su habitación y entró. Cerró la puerta y se colocó frente a ella, presionando sus manos en forma de puños, a punto de estallar de ira y romper todo lo que tuviera a la vista.
Una presencia sombría moldeaba un poco su forma.