Capítulo 4— Bajo la luz del fuego

Capítulo 4— Bajo la luz del fuego

El fuego danzaba en la chimenea, proyectando sombras alargadas por las paredes de madera. Afuera, la lluvia seguía cayendo en silencio, como si el mundo entero hubiese decidido dormir.

Dentro de la cabaña, la familia se acomodaba sobre mantas, cojines y sillas arrastradas frente al fuego. Brisa se acurrucaba en los brazos de Mira, mientras Darin afilaba con pereza un cuchillo ya afilado más por costumbre que por necesidad. Kael estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, mirando las llamas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Brisa—. ¿Cuento la historia del cerdo que hablaba?

—Esa ya la contaste dos veces —rió Mira, pasándole una manta.

—¡Pero esta vez el cerdo va al mar!

—¡No! —dijeron todos al unísono.

Brisa bufó, cruzándose de brazos.

—Pues entonces que cuente Kael.

Kael se quedó un momento en silencio, con los ojos fijos en el fuego. La luz anaranjada bailaba sobre su cabello blanco, haciéndolo parecer aún más etéreo de lo normal.

—Yo no quiero contar una historia —dijo, finalmente.

Darin alzó una ceja, curioso.

—¿No? ¿Y qué quieres entonces?

Kael tragó saliva. Había esperado ese momento por mucho tiempo, pero siempre le faltaba el valor. Hasta ahora.

—Quiero saber la verdad —dijo, mirando a Mira—. Sobre mí.

El silencio cayó sobre la sala como una manta pesada. El chisporroteo del fuego fue lo único que se escuchó por un instante.

—¿Qué quieres saber exactamente, cariño? —preguntó Mira, con una dulzura temblorosa.

—Cómo llegué aquí. Qué soy. Por qué no me parezco a nadie. Por qué no puedo usar maná, pero soy… como soy. Fuerte. Rápido. Inmune al frío. Las heridas no me duran. Lo saben. Yo lo sé.

Darin dejó el cuchillo a un lado y se irguió en su silla. Mira acarició la cabeza de Brisa, que la miraba confundida.

—Kael… —comenzó Darin—. Lo que te vamos a decir es lo que sabemos. No más. No menos.

Kael asintió, serio.

—La noche que llegaste, toda la aldea fue envuelta en una ráfaga de luz azul. No era fuego, ni magia, ni tormenta. Solo… luz. Silenciosa. Cálida. Pero inmensa.

—Yo fui la primera en verte —dijo Mira, con voz suave—. Estabas en los matorrales, como si hubieras aparecido ahí, sin dejar huellas, sin rastro. Como si el cielo mismo te hubiese dejado caer. Llorabas… pero no parecía que te doliera nada.

Kael bajó la mirada. El silencio volvió.

—Nunca supimos qué eras —continuó Darin—. Ni de dónde venías. Y créeme que buscamos respuestas, aunque nadie supiera darlas.

—Y a medida que crecías, vimos cosas… cosas que no eran normales —añadió Mira—. Tu fuerza, tu piel, tu resistencia. Tu cuerpo no era como el de otros niños. No enfermabas. No te lastimabas como los demás.

—¿Y entonces? —preguntó Kael, casi con un nudo en la garganta—. ¿Qué soy?

Mira y Darin se miraron. Luego, Darin habló, con voz firme pero serena:

—No lo sabemos. Puede que no seas normal, Kael. Puede que no seas de aquí. Pero eso no cambia lo que sentimos por ti. No importa si viniste del cielo, del mar o de un lugar que nadie puede nombrar. Aquí, en esta casa, eres uno de los nuestros.

—Te criamos como a un hijo —dijo Mira, acercándose y tomándole la mano—. Y eso es lo que eres. Lo que siempre serás.

Kael los miró a ambos. Había una mezcla de alivio y vacío en su pecho. No tenían las respuestas que buscaba, pero tenían algo más importante: no lo rechazaban por lo que era.

Brisa se rascó la cabeza, confundida.

—¿Entonces Kael vino en una luz mágica? ¿Como los héroes de las historias?

Kael sonrió, aunque sus ojos brillaban con algo más que gratitud.

—Supongo que sí.

—¡Entonces quiero una nueva historia! —exclamó Brisa, saltando—. ¡La del chico que vino del cielo!

Darin se echó hacia atrás, riendo.

—Pero sin cerdos que hablan esta vez, ¿eh?

Todos rieron. El fuego siguió ardiendo, cálido y protector, como el lazo que los unía.

Y Kael, por primera vez, aceptó que no tenía todas las respuestas… pero sí tenía un hogar.