"Sóplala suavemente".
Y Vivianna no tuvo más remedio que extender la mano y rascar suavemente la gasa de un lado a otro. Entonces, Augustine descubrió que el picor no sólo no disminuía, sino que se hacía más fuerte. Sus ojos instantáneamente se tornaron oscuros y peligrosos.
En su lugar, los dedos blancos y tiernos de la chica tocaban la venda; y de repente, el hombre le sostuvo, cubriendo el lugar más peligroso.
El calor seguía en forma, lo que ocasionó que la muchacha se sorprendiese tanto que quisiese retirar la mano. Sin embargo, su acompañante no le soltó; deteniéndole agresivamente.
Se estaba volviendo loco.
"Augustine, ¿qué estás haciendo?", preguntó Vivianna con la cara roja.
En ese momento, el aludido la miró con lástima y suplicó: "Oye, ayúdame sólo una vez".
"Ah...". Sorprendida, la chica sacudió la cabeza y replicó: "No lo quiero".
"Solo usa tus manos", sugirió Augustine sin exigir demasiado.