A las 19:30, hora de China.
Un magnífico jet privado 778 avanzó a toda velocidad por la pista del aeropuerto y luego alzó el vuelo.
A bordo de aquella aeronave, Augustine, sentado en el grande y lujoso sofá de la misma, cruzó sus esbeltas piernas. Una luz brillaba débilmente sobre su cabeza, mientras leía un dossier que sostenía en la mano. Sus rasgos faciales eran muy atractivos; poseía un rostro finamente esculpido. Además, los músculos de su cuerpo eran bien definidos. Era un hombre encantador, todo un seductor.
Cada vez que las cuatro azafatas le servían el té, lo miraban disimuladamente. Algunas de sus azafatas eran algo atrevidas y tenían ciertos gestos provocadores, como desabrocharse la blusa para dejar una mayor extensión de tersa piel al descubierto, vestir con coquetería o hablar con voz meliflua.