Entonces, Vivianna no pudo evitar alzar las cejas; ligeramente satisfecha consigo misma. Interpeló: "¿Ah, sí?".
Y el hermoso rostro de Augustine mostró enfado. "No dudes de mis palabras".
Pero, la chica hizo un puchero y dijo: "¡Muy bien! Ven a comer".
El aroma de los pastelillos impregnó todo el lugar. En efecto, Augustine tenía hambre. Así pues, conmoverse por la acción de su mujercita fue quedarse en corto.
En ese momento, el sol poniente fuera de la ventana brillaba a través de las ventanas francesas, ocasionando que la luz fuese tenue y colorida. Les cubría a los dos, lo cual hacía de la escena algo romántica y pacífica.
En todo caso, Vivianna tomó una de las tazas de café que había comprado y bebió un sorbo; entretanto el caballero picaba un trozo del pastel y se lo llevaba a la boca. Poco a poco, y de este modo, se fueron llenando hasta hartarse.