Luciana ya había pensado en ello la noche anterior. Ella lo miró y dijo: "Ya deja de inquietarte por lo que pasó antes; es algo que ya no me preocupa".
"¿Entonces no me consideras culpable?", repuso Henry, complacido. Le sorprendía que ella tuviera el magnánimo gesto de perdonarlo.
Como era de esperar, aquella chica tenía un corazón muy noble. Inexplicablemente, él experimentó una cierta sorpresa al darse cuenta de que todo indicaba que por fin había encontrado su alma gemela.
Luciana negó con la cabeza. "Yo soy la responsable de que te hayas lastimado, así que ¿por qué habría de culparte?", explicó. "Ahora iré a buscar un médico".
Tras haber hecho aquella declaración, ella salió de la habitación. Pronto, el mayordomo entró y, al ver a Henry sentado en la cama, le preguntó con semblante de preocupación: "¿Se encuentra usted bien, joven amo?"
"Sí, pero necesito tu ayuda en cierto asunto", repuso él mientras le dirigía una mirada al mayordomo.