"¿Por qué tienes que hacer esto?", replicó Farid, quien sentía que un alambre de hierro invisible rodeaba su corazón.
Ángeles se mordió el labio y replicó: "Esa es mi única exigencia. No interferiré con tu matrimonio; no arruinaré nada. Solo pido un trabajo que me permita estar junto a ti, ¿vale?"
La última frase constituía una humilde súplica.
Farid respiró hondo; no soportaba mirar a la chica que estaba a su lado. No sabía qué haría ante su petición.
Era difícil decir cuándo había comenzado el amor, pero era profundo.
"¡Está bien, te conseguiré el trabajo que buscas!", accedió él con voz ronca.
Entonces él oyó que, a su lado, ella soltaba una risa de satisfacción.
El automóvil de Farid siguió avanzando en línea recta y, veinte minutos después, se detuvo en el patio. Ángeles abrió la portezuela y se apeó del vehículo. Agitó la mano frente a él, en el asiento trasero, y le dijo: "Adiós".
Ángeles permaneció de pie, inmóvil, viendo el vehículo alejarse.