EL PRECIO DEL OLVIDO

La caída terminó en lodo que cantaba. —¿Qué...?— Elara intentó levantarse, pero la tierra viscosa le succionaba las piernas. Cada burbuja que estallaba emitía un coro susurrante:

"¡Bienvenida a la herida del mundo! ¡Deja tu esperanza... o tu nombre!"

Rovan ya estaba en pie, su daga de hueso brillando con runas hambrientas. Cortó las raíces carnosas que trepaban por las botas de Elara:—El pantano de los Ecos. Pisa rápido y no escuches.Kael jadeaba tras ellos, abrazando el grimorio como si le latiera. Sus ojos iban de la niebla púrpura a las sombras danzantes entre los árboles retorcidos:—El Liber... sintió algo. Algo antiguo. Debemos—¿Sentir? ¡Esa cosa gritó un nombre! —Elara señaló el libro—. ¿Qué es "Yaldhenoch"?Kael palideció. Antes de responder, el primer recuerdo cayó como un diente podrido.Era simple: el olor a manzanas horneadas que su madre hacía en invierno. Un aroma que la reconfortó durante años... y ahora solo quedaba un hueco frío en su memoria."El precio del portal" —murmuró Rovan, leyendo su horror—. "La Cicatriz se alimenta de lo que más valoras. Ayer fue un susurro... hoy es un recuerdo. Mañana será un órgano."Un gemido metálico rasgó el aire. Entre los árboles, figuras de humo y púas flotaban hacia ellos. Sombras Cantantes.Bocas como flautas rotas en sus torsos.Dedos de aguja que rasgaban el aire, liberando notas que hacían sangrar los oídos.Rovan se puso en guardia:—¡No las oigas! Su canción convierte los huesos en cristal!Pero Elara ya estaba escuchando. No con los oídos... con su don. Los susurros de las sombras eran desesperación pura:

"¡Libéranos! ¡Él nos atrapó aquí! ¡Su nombre es...!"

El grito fue ahogado por tres notas estridentes. Elara cayó de rodillas, sangre brotando de sus oídos. En su mente, un nombre resonó:

"KAEL LES ENSEÑÓ EL CAMINO."

—¿Qué hiciste? —gritó hacia el erudito.Kael retrocedió, el grimorio abierto en una página donde un ángel devoraba sus propias alas:—¡Yo solo busqué respuestas! Ellos... ofrecieron poder para salvar Cair Vorn.Las Sombras Cantantes rodearon al grupo. Su melodía ahora era un régimen de guerra:Las hojas de los árboles se hicieron añicos.El lodo hirvió, liberando manos esqueléticas.Rovan saltó. Su daga de hueso absorbió las notas cercanas, creando un silencio momentáneo:—¡Corran al norte! ¡Hay una torre de silencio!Elara corrió, arrastrando a Kael. Con cada paso, nuevos vacíos mordisqueaban su pasado:La cara de su mejor amiga... Desvaneciéndose.El sonido de su propia risa... ahogado.Detrás, Rovan luchaba. Cada sombra que derribaba le costaba una arruga nueva en sus manos. El precio de su vacío.Alcanzaron una estructura de huesos petrificados: la torre. Al cruzar su umbral, las Sombras Cantantes retrocedieron, sus flautas-torso emitiendo chillidos de frustración.Dentro, los muros estaban tallados con glifos que devoraban sonido. El silencio fue un bálsamo.Kael se desplomó contra un muro:—Lo siento... Las Sombras son Vigilantes caídos. Hice un pacto con ellos para proteger Cair Vorn. Fallé.Elara tocó su sien, donde el recuerdo de su madre había vivido. Solo quedaba eco y frío:¿Y el nombre que gritó tu libro? ¿Yaldhenoch?Rovan interrumpió desde la entrada. Su voz era áspera, como si la niebla le hubiera raspado la garganta:—Es el nombre de lo que duerme en el corazón de la Cicatriz. Lo que los Vigilantes temen.¿Un dios? —preguntó Elara.

Peor: un error. Y Kael lo despertó.

Fuera, las Sombras Cantantes comenzaron un nuevo canto. Esta vez, las notas formaron palabras en el aire ennegrecido:

"YALDHENOCH... VEN... JUEGA..."

Kael abrió el grimorio. En una página antes en blanco, sangre fresca trazaba una frase:"El Escriba debe completar la palabra."

El gemido de las Sombras se volvió un rugido. Los glifos silenciosos de la torre comenzaron a desprenderse como costras. Rovan empuñó su daga, mirando a Kael con desprecio: "Tu libro no grita pistas... grita órdenes".

Y entonces lo vi: en el hueco del cuello de Kael, bajo la túnica, un sello de éter palpitaba... y tenía la forma de un ojo-libro.