Suena la alarma. Esa melodía que ya tengo programada como "hora de ser funcional", aunque mi cuerpo no esté muy de acuerdo. Me levanto con flojera, pero sin pelear con el reloj. Hoy toca clase.
Me meto a la regadera y dejo que el agua fría me despierte de a poquito, deslizándose por mi piel como si intentara arrancarme el sueño a chorros. Salgo envuelta en mi toalla favorita, esa rosa que ya no es tan rosa, y camino directo a mi cuarto.
Busco mi playera de "Crecer en Arte y Deporte" —mi uniforme no oficial de los sábados— y me la pongo sin pensar mucho. Luego mis pantalones acampanados favoritos, los que juro proteger de las manchas de pintura como si fueran de diseñador.
Spoiler: siempre terminan con pequeñas manchas que logro quitar con agua, pero termino yo con la pierna mojada, pero ey, al menos mis pantalones están bien.
Me cepillo el cabello con paciencia. Ese castaño oscuro que a veces amo y a veces odio, pero que hoy decido tratar con cariño. Me aplico crema para peinar y hago scrunch para que las ondas salgan medio decentes. Luego un poco de maquillaje básico, lo justo para parecer despierta aunque por dentro siga en modo zombie.
Encuentro mi mandil de arte y el gafete (ese que siempre pierdo y milagrosamente aparece justo cuando estoy a punto de rendirme). Me los cuelgo como si fueran parte de mi armadura del día.
Por último, mis Converse, las de siempre, y unas calcetas que no combinen pero que nadie notará.
Me despido de mamá y de Edwin, que aún tiene la cara pegada a la almohada, y salgo rumbo a mis clases de los sábados. Las que más flojera me dan, sí, pero también las que necesito terminar si quiero acabar mi servicio.
Lo bueno del arte es que puedes llegar medio dormida... y aún así crear algo bonito.
Al llegar, saludo al maestro Caleb y a la maestra Isabel. Ya tienen esa expresión de "estamos aquí, pero solo físicamente", igual que yo. Me uno a la rutina: repartir vasitos de pintura para los niños, intentando no mancharme desde el minuto uno. (Spoiler dos: ya tengo rojo en el brazo.)
El maestro inicia la clase con la misma energía con la que yo salí de la cama esta mañana: cero.
Parece que no soy la única que habría preferido quedarse arropada en la cama.
—Recuerden, chicos: no importa si el trazo no es perfecto. El arte no nace del pulso firme, sino del alma que se atreve a expresarse —dice el maestro Caleb, con voz soñolienta pero corazón de artista.
Los niños lo miran con ojos brillantes y enseguida se acomodan frente a sus hojas como si fueran soldados antes de una misión secreta... o una guerra de color. Lo que venga primero.
—Buenos días, maestro zombie —le digo en tono burlón mientras le paso una paleta limpia.
—Buenos días, aprendiz sarcástica —responde con una sonrisa ladeada—. ¿No te pasa que a veces sientes que los sábados fueron creados solo para dormir?
—Hoy todos venimos con el alma en modo ahorro de batería —agrega la maestra Isabel desde el escritorio, mientras acomoda los pinceles.
—Sí, pero también para terminar el servicio social sin llorar —respondo, levantando un vasito de pintura como si fuera una copa en brindis.
—¿Tú crees que alguno de estos gremlins termine en un museo? —le pregunto al maestro Caleb mientras abro un frasco de amarillo.
—Con que no se coman la pintura, ya ganamos el día.
Nos reímos. Y por un momento, el sueño se disuelve entre colores, risas y ese olor a pintura fresca que, curiosamente, también huele a esperanza.
pienso en Aiden y en cómo le estará yendo en sus clases de taekwondo, así que después de pensarlo un poco, finalmente le escribo...
Adellai:
Hoy es el día 😏 Prepárate mentalmente, vas a caminar entre estantes con una verdadera fan de Nerea Vara.
Aiden:
¿Nerea qué? ¿La de los libros que parecen diarios emocionales con estética bonita y trauma bien narrado?
Adellai:
Exacto. Te estás acercando al concepto. Te voy a obligar a leer uno. Es casi un acto de iniciación.
Aiden:
¿Voy a llorar?
Adellai:
No lo sé... ¿tienes sentimientos reprimidos?
Aiden:
Depende. ¿Cuenta si lloro cuando matan perros en las películas?
Adellai:
Cuenta. Entonces sí, probablemente llores con Nerea. Pero bonito, te lo juro.
Aiden:
Ya veo venir el momento en que tú estás feliz entre libros y yo estoy teniendo una crisis existencial en la sección juvenil.
Adellai:
Te voy a cuidar. Pero solo si después admites que te gustó lo que leíste.
Aiden:
Voy a fingir que fui yo quien encontró el libro, y que lo compré porque "me llamó la atención".
Adellai:
Acepto esa mentira. Pero lo voy a anotar mentalmente para burlarme después.
Aiden:
Perfecto. Entonces, ¿nos vemos a la 1:30?, Voy mentalmente preparado para Nerea Vara, emociones profundas y que me ganes recomendándome algo mejor que mis mangas.
Adellai:
Desafío aceptado. Prepárate para que esta cita termine con un "te dije que te iba a gustar" y yo sonriendo con superioridad.
Aiden:
Esa sonrisa me va a gustar más que cualquier libro.
Leo su último mensaje y tengo que morderme el labio para no sonreír como idiota en medio del salón. Justo cuando estoy limpiando un pincel lleno de azul ultramar, siento que algo en mi pecho se acomoda bonito. Como si una parte de mí supiera que esta cita no va a ser una más. Que algo bueno está por pasar.
Guardo el celular y me obligo a concentrarme en los niños. Uno está pintando un sol verde. Otro, un gato con tres ojos. Y honestamente, los amo un poquito más por eso.
—¿Quién te está sacando esa sonrisa, Rossi? —pregunta la maestra Isabel, alzando una ceja con aire cómplice.
—¿Qué? ¿Yo? No, nada. Es el sol verde de Matías —digo mirando el dibujo de un niño que se ha manchado por no limpiar bien el pincel. —Es arte revolucionario —digo, sin poder disimular del todo.
Ella no insiste, solo me lanza una mirada de "luego me cuentas" y sigue organizando materiales.
La clase termina entre manchones, carcajadas infantiles y promesas de que el próximo sábado usaremos diamantina (yo tiemblo). Cuando ya todos se han ido, me lavo las manos con fuerza pero aún así, como siempre, me quedan rastros de pintura en las uñas. No me molesta. Es como llevarme un pedacito de esta versión mía: la que enseña, la que crea, la que se mancha pero sonríe igual.
Llego a casa justo a tiempo para darme una ducha rápida. Me cambio: blusa suelta color crema, mis jeans favoritos y una chaqueta de mezclilla. Me veo en el espejo, me doy una última acomodada al cabello. y me vuelvo a maquillar con tonos rositas y brillitos en el parpado.
Antes de salir, reviso el celular. Un nuevo mensaje de Aiden:
Aiden:
Confirmo que ya estoy mentalmente preparado. Traigo hasta mis lentes falsos para parecer lector profesional, y eso que uso lentes...
Adellai:
Me encanta tu compromiso con el personaje. Espero una reseña falsa de Goodreads al final del día.
Aiden:
5 estrellas a la chica que me hizo entrar a una librería un sábado. "Emocionalmente devastador pero adictivo".
Cierro los ojos un segundo. Sus palabras se sienten como una caricia en medio del caos de la semana.
Salgo rumbo a la plaza. Mientras camino, con cada paso se me van calmando los nervios. No porque no esté emocionada, sino porque, por primera vez, siento que no tengo que fingir nada. Solo ser yo, con mis libros, mi sarcasmo y mis Converse, y él... con sus bromas malas y esa forma en la que me mira como si de verdad me estuviera viendo.
Y eso, la neta, me emociona más que cualquier autor favorito.
...
Finalmente, él viene a recogerme a casa como todo un caballero de brillante armadura, y nos vamos juntos en camión hacia la librería. Vamos platicando tranquilamente, pero mi mente no logra concentrarse del todo; no puedo dejar de pensar que siento miedo...
No a él, aclaro, por si acaso.
Es miedo a lo que siento por él, a lo fácil que fue empezar a sentirlo, y a lo mucho que ese sentimiento ha crecido en las últimas semanas. No quiero pelear conmigo misma, pero sigue ahí esa parte de mí que se asusta y quiere huir. Y al mismo tiempo, quiero que forjemos algo nuevo, él y yo... Podríamos moldear el futuro, y no me refiero a adaptarnos a él, sino a crearlo.
A veces pienso que mi corazón es un territorio desconocido, con caminos que se bifurcan y mapas que aún no sé leer. Cada latido es una pregunta, una promesa y, a la vez, un miedo que me susurra que no todo está bajo control.
Pero entonces, pienso en él. En la forma en que sonríe sin pretensiones, en cómo sus ojos parecen entenderme sin necesidad de palabras, y en ese silencio cómodo que podemos compartir sin sentirnos extraños.
Quiero dejar de correr. Quiero dejar de esconder esa parte vulnerable que teme caerse y no poder levantarse. Porque quizá, justo ahí, en esa vulnerabilidad, está la fuerza para construir algo real.
No es solo miedo a lo desconocido, es también un impulso, una chispa que me dice que vale la pena arriesgarse. Que a veces, crear el futuro significa dar un salto sin red, confiando en que alguien te sostendrá.
Y aunque esa parte de mí que duda sigue presente ahora es más pequeña, menos ruidosa. Porque esta vez, quiero creer que no estoy sola en este camino. Que él también quiere caminarlo conmigo.
Y sin saber por qué, lo observo.
Él está ahí, sentado a mi lado, mirando por la ventana del camión con esa expresión tranquila que me da paz. El sol de la tarde le dibuja un contorno dorado en el rostro y por un segundo, todo parece ir más lento. El ruido de la ciudad se apaga, los movimientos de la gente se vuelven lejanos, como si el universo me estuviera dando espacio... justo para esto.
Aiden nota mi mirada y se gira hacia mí con una sonrisa curiosa.
—¿Qué pasa? —pregunta, bajito, como si no quisiera romper la burbuja.
Y yo... no sé bien por qué lo digo. No lo planeé. No me lo ensayé. Solo lo siento, tan claro, tan inevitable, que si no lo digo ahora, se me va a salir por los ojos, por las manos, por el silencio.
Con el corazón en la garganta, con las palabras tambaleándose en la lengua, lo miro a los ojos y digo:
—Te quiero, Aiden.
Así, simple. Crudo. Real.
Por un instante, me invade el vértigo. Como cuando saltas desde lo alto sin saber si hay agua abajo. El tiempo se suspende, el aire parece hacerse más denso. Él parpadea. Me mira como si quisiera asegurarse de que lo escuchó bien.
Y luego sonríe.
No una sonrisa cualquiera. No la que usa para disimular nervios o para bromear. Esta es diferente. Suave. Sincera. Como si mi frase le hubiera tocado algo dentro. Como si él también lo hubiera estado esperando.
Aiden no dice nada de inmediato. Solo aprieta mi mano con fuerza, como si con eso me respondiera todo. Y en sus ojos hay algo que me deja sin aliento.
—Yo también te quiero, Adellai —dice al fin, con esa voz que siempre me desarma.
Y por primera vez en semanas, el miedo no gana
El silencio después de decirlo no es incómodo.
Es más bien como ese momento en el que terminas un libro y te quedas abrazando la última página, sin querer soltarla todavía.
Aiden sigue sujetando mi mano, con el pulgar trazando círculos suaves sobre mi piel. Miro por la ventana unos segundos, intentando encontrar palabras que le hagan justicia al huracán que tengo dentro.
—No sabía si era muy pronto —murmuro, apenas audible—. Pero tampoco quería guardármelo. Se me salía... solo pasó.
—Fue perfecto —responde él, mirándome serio, como si quisiera memorizar cada gesto mío—. Y no fue pronto. Fue cuando tenía que ser.
Sonrío, pequeña, pero genuina.
—¿Te dio miedo? —pregunto, más por saber si también está tan revuelto como yo que por otra cosa.
Él asiente lentamente.
—Sí. Pero del bueno. Del que se siente cuando estás a punto de hacer algo que importa mucho.
Nos quedamos en silencio un momento más. De esos silencios que dicen más que cualquier conversación larga. No necesito que me lo repita mil veces. En sus ojos ya lo escuché de nuevo.
—Me asusta lo mucho que te quiero —confieso—. Porque nunca pensé que me fuera a pasar así. Tan rápido. Tan... claro.
—A mí me asusta que no se me pase —dice Aiden, medio en broma, medio en serio—. Porque cada vez que te miro, siento que me estás enseñando a querer distinto. Como si estuviera aprendiendo desde cero. Y me gusta.
Mis ojos se humedecen un poco. No de tristeza. De todo lo contrario.
Estamos a punto de seguir hablando, de tal vez decir algo aún más importante, cuando el camión se detiene con un pequeño chirrido y la voz del chofer interrumpe el momento como si supiera que nos hemos olvidado de que estábamos en el camión:
—Plaza central. Última parada.
Ambos reaccionamos al mismo tiempo, medio sobresaltados, medio riéndonos por la interrupción.
—Destino alcanzado —dice Aiden, poniéndose de pie—. Aunque siento que ya estábamos en uno.
Le aprieto la mano antes de bajar. La ciudad nos espera. Los libros, también. Pero ahora algo cambió. Ya no somos los mismos que subieron a este camión.
Y eso... se siente increíble.
Entramos a la librería y el cambio es inmediato.
Afuera todo era bullicio, gente caminando rápido, claxons, anuncios, pasos... pero aquí dentro, todo es calma. Un aire templado que huele a papel nuevo y madera vieja nos envuelve como si supiera que venimos con algo delicado en el pecho.
Aiden y yo caminamos despacio, como si el silencio de las estanterías nos obligara a bajar el volumen de nuestras voces y pensamientos.
—¿Tienes algún autor en mente o vas a improvisar? —pregunta él, aún con su mano rozando la mía, como si no quisiera soltarla del todo.
—Voy a improvisar. Aunque tengo prohibido salir sin haberte recomendado un libro que te cambie la vida. O al menos la semana —respondo con una media sonrisa.
—Qué presión —bromea—. Yo solo vine con la esperanza de que me lleves a la sección de "cosas que no duelen tanto".
Lo miro de reojo.
—Las que no duelen tanto no valen la pena. Pero prometo que al menos serán bonitas.
Nos separamos un poco, no mucho. Lo suficiente para que cada quien explore a su ritmo, pero con miradas que se cruzan entre los estantes como si siguiéramos hablando en silencio.
Lo observo mientras hojea un libro, concentrado. Mueve los labios como si leyera en voz baja. Se toca el cabello sin darse cuenta. Me parece de repente que lo quiero de una forma distinta, más profunda. Como si hoy algo se hubiera sellado sin que nadie nos lo exigiera.
Él me mira en ese mismo instante. Y sonríe.
—¿Sabes que me gustas más así? —dice sin necesidad de levantar la voz—. Aquí. Entre libros. Como si fueras parte de este lugar.
Me acerco. Le muestro uno de Nerea Vara, con el titulo de Clandestino.
—Y tú me gustas más así. Cuando dejas de bromear por dos segundos y dices cosas que me hacen querer besarte.
Aiden se ríe bajito, como si le diera pena pero también gusto.
—Estoy tratando de ser digno de esta cita —responde, tomando el libro que le ofrecí—. Así que no me provoques, por favor.
—Demasiado tarde —le digo, y le guiño un ojo antes de volver a perderme entre los estantes.
No nos decimos nada más por un rato. Solo caminamos juntos, escogemos títulos, comentamos portadas absurdas y nos reímos de sinopsis ridículas. Pero todo, absolutamente todo, tiene un nuevo brillo. Como si después del "te quiero", las palabras en los libros, incluso las no dichas, hubieran empezado a significar un poquito más.
Y cuando salimos, con una bolsita con dos libros y el corazón más ligero, sé con certeza algo que antes solo intuía: este no fue solo un buen día.
Fue un capítulo importante...
volviendo a la realidad. Estoy revisando el estante de literatura juvenil cuando mis dedos se detienen sobre una portada que ya conozco. Fondo morado profundo, tipografía limpia, y ese título que me hace sonreír casi por reflejo: Sigue mi voz, de Ariana Godoy.
Lo saco del estante con cuidado, como si ya supiera que va a ser importante. Camino unos pasos hasta donde está Aiden, que se debate entre un libro de ciencia ficción y uno de ensayos que claramente solo agarró por el título provocador.
—Oye —le digo, llamando su atención—. Quiero enseñarte este.
Levanta la mirada y me ve con curiosidad. Le extiendo el libro.
—Sigue mi voz —lee en voz alta—. ¿De qué va?
—Es... un libro que aborda temas profundos como la salud mental, el amor y la superación personal. La historia sigue a Klara, una joven de 17 años que padece de agorafobia, depresión y ansiedad después de enfrentar la muerte de su madre por cáncer y su propio diagnóstico de cáncer de mama. Klara encuentra consuelo en un programa de radio llamado "Sigue mi voz" presentado por Kang, un joven carismático y empático.
A medida que Klara interactúa con Kang a través del programa, comienza a desarrollar sentimientos hacia él sin haberlo visto en persona. Su vida cambia cuando logra comunicarse con Kang y descubren que asisten a la misma escuela. A lo largo del libro, Klara enfrenta sus miedos y aprende a valorarse a sí misma con la ayuda de Kang.
Lo hojea, deteniéndose en las primeras páginas mientras escucha atentamente mi explicación sobre el libro.
Aiden hojea el libro con curiosidad, pasando los dedos por la portada como si pudiera leer algo más allá del título.
—Entonces... ¿esto es lo que te hace llorar a las tres de la mañana? —dice, alzando una ceja.
—No todo el tiempo —me defiendo, dándole un empujoncito suave con el codo—. Solo cuando estoy emocionalmente disponible para sufrir.
—¿Y por qué me lo estás dando a mí? —pregunta, con tono suave.
—Porque siento que... tú también lo leerías distinto. Y me gustaría saber cómo lo vives tú. Qué partes subrayarías. Qué frases se te quedan. A lo mejor si lo lees, me conoces un poquito más.
Aiden guarda silencio. Luego mira el libro como si ya no fuera solo papel, sino algo que ahora tiene peso emocional.
—Está bien. Lo voy a leer. Prometo no juzgar si hay drama adolescente o declaraciones cursis.
—Vas a encontrar ambas —le advierto, sonriendo—. Pero también vas a entender por qué me gusta tanto.
—Y si me gusta, ¿te lo puedo leer en voz alta? —pregunta de pronto, y hay algo en su voz que me toma por sorpresa.
Lo miro. No está bromeando. Habla en serio.
—Solo si prometes no reírte cuando lleguemos a los párrafos intensos —respondo, con una sonrisa que no puedo disimular.
—Trato hecho —dice, y guarda el libro bajo el brazo como si ya fuera suyo.
Y entonces pienso que tal vez, con personas así, es más fácil compartir lo que a veces no sé cómo decir. Que hay libros que se vuelven puentes. Y que Sigue mi voz puede ser uno de esos
Antes de que pueda contestar, Aiden se acomoda la mochila al hombro y dice:
—¿Vamos por algo de comer? Hay una cafetería en el segundo piso. Podemos tomar algo y luego bajamos con energía renovada a escoger libros.
—¿Eres consciente de lo adorable que suena eso? —le digo, mientras empezamos a subir las escaleras.
—¿El plan o yo?
—Ambos. Pero el pan de elote con café le gana por poquito —bromeo, y él se ríe en voz baja.
La cafetería está casi vacía, con apenas un par de estudiantes leyendo en las esquinas. Elegimos una mesa cerca de la ventana, donde el sol de la tarde pinta reflejos dorados sobre su cabello.
Compartimos un pan y dos cafés. Aiden corta un trozo, lo pincha con el tenedor y me lo ofrece sin decir palabra. Yo abro la boca teatralmente, aceptándolo.
—Esto sí es amor —murmuro con la boca medio llena.
—Aún no lo has probado con leche condensada, entonces —responde, y ambos reímos como si no hubiera nadie más en la sala.
Por un rato solo hablamos de tonterías: profesores, películas malas, lo mucho que huele a canela el lugar. Hasta que, en un descuido, su mano roza la mía sobre la mesa. No la aparta. Y yo... tampoco.
Nuestros dedos se entrelazan con una naturalidad que me hace pensar que esto tenía que pasar tarde o temprano.
—¿Y si compramos un libro para leerlo juntos? —propone de pronto, bajando un poco la voz.
Lo miro, sintiendo el corazón haciéndose ovillo en el pecho. No sé si es por lo que dijo... o por cómo lo dijo.
—Solo si prometes no adelantarte si yo me tardo —le digo.
—Prometido. Lo leeremos a la misma velocidad... como en las pelis cursis —dice, apretando suavemente mi mano.
En ese instante, el mundo parece ponerse en silencio. Solo el murmullo del ventilador, el calor del café y nuestros dedos entrelazados.
Y yo ahí, con el chico que me quiere leer despacito.
Bajamos nuevamente a la librería, todavía saboreando el pan de elote y el momento que acabamos de compartir. Mis dedos juegan con los bordes de mi café para llevar mientras Aiden camina a mi lado, relajado, como si estuviéramos en nuestra burbuja personal.
—Entonces... ¿segura que quieres que leamos Sigue mi voz? —pregunta con tono travieso, como si estuviera aceptando un reto de alto riesgo emocional.
—Lo leí en Wattpad cuando estaba en pleno colapso adolescente. Nunca lo tuve en físico. Sería como cerrar el círculo —respondo, acariciando la portada recién reimpresa del libro. Es más bonito de lo que recordaba. Más real.
—Cerramos círculos y abrimos traumas —bromea Aiden, pero se lo queda viendo un segundo más antes de añadir—: Me gusta la idea.
—Aunque también quería Clandestino, de Nerea Vara —digo, sacándolo de la estantería y mostrándoselo—. La portada está preciosa, ¿a poco no?
—Se ve misterioso —admite—, pero uno a la vez, ¿no?
—Tienes razón —suspiro, devolviéndolo al estante con un poquito de tristeza—. Lo dejamos para la próxima.
Seguimos avanzando entre los pasillos, y de pronto, Aiden se detiene frente a un libro de Inma Rubiales.
—¿Este lo has leído? El arte de ser nosotros —me pregunta, mostrándomelo como si acabara de descubrir un tesoro escondido.
Mis ojos se iluminan.
—¡Sí! Es precioso. Y duele bonito, como de esos que te dan esperanza aunque tengas el corazón hecho migajas.
—Perfecto, lo necesito. Para entrenar mi lado cursi, como tú dijiste.
—Lo estás haciendo muy bien —respondo, dándole un golpecito en el brazo—. Te doy una estrellita emocional.
Entonces lo veo: el pequeño estante de ciencias, medio escondido al fondo, casi ignorado por los demás.
—Espera —digo, caminando hacia allá.
Aiden me sigue curioso.
—¿Qué haces?
—Regresando el favor —le sonrío, y tomo dos libros de física. Uno sobre mecánica clásica y otro de problemas resueltos de álgebra vectorial—. Para que tengas con qué sufrir tú también.
—¿Me estás regalando tarea? —pregunta, fingiendo indignación mientras recibe los libros.
—No. Te estoy regalando contexto. Así puedo entender mejor tus quejas de universitario frustrado.
—Eres cruel —murmura, pero sonríe como si acabara de recibir el mejor regalo del mundo.
Terminamos en la caja con una selección bastante peculiar: dos libros juveniles cargados de drama, dos manuales de física, y un montón de risas acumuladas entre estante y estante.
Salimos de la librería ya con el cielo teñido de naranja. El aire se ha enfriado un poco, pero su cercanía me basta para no sentirlo tanto.
—Gracias por esto —dice Aiden, mirando la bolsa que lleva—. Por arrastrarme a leer y por elegirme libros que probablemente me harán llorar... o dormir.
—De nada. Lo hago con amor. Y un poco de malicia.
Me mira de reojo, se detiene un segundo y, sin decir nada más, me acomoda un mechón detrás de la oreja. Su mano se queda ahí, apenas rozándome la mejilla.
No nos besamos. No hoy. Pero el gesto lo dice todo.
Y es suficiente para ambos.
Pagamos los libros entre risas y pequeños comentarios, y salimos de la librería cargando la bolsa con nuestro "botín literario". Decidimos tomar el camión para regresar a casa, porque el día ya empieza a caer y queremos aprovechar el tiempo juntos.
Al llegar, justo en la puerta, nos recibe la sonrisa cálida de mamá. Ella nos saluda con cariño y le pregunta a Aiden si quiere pasar a tomar algo. Mientras tanto, Edwin, mi hermano menor, aparece detrás de ella, con esa energía contagiosa que siempre tiene.
—¡Ey, Aiden! —saluda Edwin—. ¿Qué libros trajiste? ¿Me dejas ver?
Aiden le muestra la bolsa, y Edwin se acerca curioso, revisando lo que hay dentro como si fueran tesoros.
Lo que realmente me sorprende es que, entrando por el pasillo, aparece Erick, mi hermano mayor.
—¿Erick? —le pregunto, con una mezcla de sorpresa y alegría.
—Hola, Adellai —responde con su sonrisa tranquila—. Vine de la universidad porque es fin de semana y quería pasar a saludarlos.
Me gusta tenerlo cerca, y sin pensarlo, lo invito a acompañarnos a la plaza para seguir la tarde y porque ya me había dicho que quería conocer más a mi quedante.
Aiden parece tranquilo, pero noto que lo observa todo con algo más que interés. Cuando salimos, Erick y yo caminamos juntos, y Aiden se adelanta un poco, tirando de su gorra, nervioso.
En un momento, se detiene y dice en voz baja:
—Oye, Adellai, ¿qué onda con Erick? ¿Son... amigos?
Me quedo congelada un segundo. ¿Amigos? Erick es mi hermano, ¡obvio!
Antes de que pueda responder, Erick se da la vuelta y, con una sonrisa divertida, aclara:
—No, Aiden. Soy su hermano mayor. Ya puedes dejar de imaginar historias raras.
Aiden se rasca la nuca, rojo de la vergüenza.
—Ah, vale... es que no sabía. Perdón si se me salió lo celoso o algo así —confiesa, medio riendo.
—No te preocupes —le digo—. La familia Rossi tiene ese efecto en las personas.
Seguimos caminando hacia la plaza, entre bromas y risas, con esa sensación cálida de que, aunque haya malentendidos, el cariño está presente y nada se interpone.
La tarde en la plaza transcurre tranquila, con luces cálidas encendiéndose poco a poco y el bullicio bajando a un murmullo constante. Estamos sentados en una banca, los tres, compartiendo un refresco y bromeando sobre los nombres raros de los puestos ambulantes.
—Voy al baño, no tarden en irse sin mí —digo, poniéndome de pie con mi bolsa de libros abrazada al pecho.
—Prometemos quedarnos aquí, señorita Rossi —responde Aiden, haciendo una mini reverencia.
—Te cuido los libros —añade Erick, tomando asiento más cómodo.
Camino hacia los baños de la plaza, sin pensar demasiado en lo que estoy dejando atrás.
Aiden se queda en silencio, balanceando las piernas levemente. Siente el peso de la mirada de Erick sobre él, como si estuviera midiendo algo que aún no entiende del todo.
—Así que... tú eres Aiden —dice al fin Erick, cruzando los brazos con calma.
—Sí... soy yo. Bueno, sí. Aiden.
—He escuchado tu nombre más veces esta semana que el mío en todo el mes —comenta, sin dejar de observarlo—. Parece que estás teniendo un impacto importante en la vida de mi hermana.
Aiden traga saliva, nervioso.
—Pues... intento no hacer desastre —bromea, con una risa tímida.
—Mira, no quiero sonar como el cliché del hermano protector, pero Adellai es especial. Y no me refiero a que sea "linda" o "buena onda". Me refiero a que es una persona de las que no se encuentran fácil. Es genuina, intensa, noble... y sí, a veces un caos.
Aiden asiente lentamente, sin interrumpirlo.
—Lo sé. Me doy cuenta cada día que hablo con ella.
—Entonces cuídala bien. No juegues con sus emociones. Y si algún día dudas de lo que sientes, díselo de frente. Mi hermana merece sinceridad, aunque duela. Porque ella se entrega de verdad, ¿sabes? Y quiero verla feliz. Con alguien que le sume.
Aiden respira hondo y asiente con firmeza.
—Lo entiendo. Y no planeo lastimarla. En serio me importa. Mucho.
Erick lo observa unos segundos más, luego relaja los hombros y le da una palmadita en la espalda.
—Bueno. Me caes mejor ahora. Aunque si me entero de que le haces daño, voy a encontrar la manera de regresar solo para darte una plática muy incómoda.
—Quedó claro —responde Aiden, entre risas nerviosas.
Justo en ese momento regreso, sin tener idea de la conversación que ocurrió mientras estuve fuera. Me acomodo entre ellos y estiro los brazos.
—¿Me extrañaron?
—Un poco —responde Aiden, y me lanza una mirada suave, como si me viera distinto ahora.
—Mucho —dice Erick, guiñándole un ojo a Aiden en silencio.
Y seguimos la tarde, como si nada hubiera pasado, pero sabiendo que algo sí cambió: ahora Aiden sabe que hay alguien más velando por mí... y que él también quiere hacerlo.
Ya se hizo más tarde. La plaza está llena de luces cálidas y olor a elotes y pan recién hecho. Erick se despide con una sonrisa, diciendo que se va a reunir con unos amigos. Me da un abrazo rápido y me revuelve el cabello, como cuando éramos más chicos.
—Nos vemos en casa —le digo.
—Cuídate. Y tú también, Aiden —agrega con tono significativo.
Aiden asiente con una leve sonrisa, pero no dice nada. Solo se queda mirándolo hasta que se pierde entre la gente.
Nos sentamos en una de las bancas cerca del kiosco. No decimos mucho por unos minutos. Solo estamos ahí. Viendo a los vendedores recoger, a unos niños correteando, al cielo oscurecerse más y más.
—Oye —dice Aiden de pronto, rompiendo el silencio.
—¿Hmm?
—No sé si ya te lo he dicho así, sin tanto chiste ni sarcasmo... pero me haces sentir en paz. Contigo no tengo que pensar tanto lo que digo o cómo me veo o si todo está saliendo perfecto.
Me volteo a verlo, un poco sorprendida. No por lo que dice, sino por cómo lo dice. Su voz baja, sin apuro, como si me estuviera contando un secreto.
—Es bonito eso —le contesto, bajando la mirada, porque me da algo de pena que me lo diga así de frente. Como si mi corazón se sintiera expuesto de golpe.
—Eres... especial, Adellai. Mucho. Y sé que a veces no sabes cuánto, pero quiero que lo tengas claro. Porque yo sí lo veo. Todo el tiempo.
Mi pecho se aprieta. Algo en su tono tiene una carga distinta. No suena a coqueteo ni a cumplido fácil. Suena a algo que viene desde muy adentro.
—¿Todo bien? —le pregunto, sonriendo con dulzura.
—Sí, todo bien. Solo... estoy siendo honesto. Ya era hora.
Nos quedamos en silencio un momento más, con el aire tibio y suave entre nosotros. Aiden me mira como si quisiera decir algo más, pero se contiene. En lugar de eso, me toma la mano despacito, como si pedir permiso ya no fuera necesario.
No hace falta que diga nada más. Porque ya lo dijo todo.
Pasa una hora más y caminamos en silencio hacia mi casa ya que el ha insistido en dejarme en mi casa, pero no es un silencio incómodo. Es de ese tipo de silencios que se sienten llenos, como si estuviéramos compartiendo algo sin necesidad de palabras.
Cuando por fin llegamos al frente de mi casa, la luz del porche está encendida y se escucha la televisión adentro. Me detengo junto a la reja, mirando a Aiden con una sonrisa suave.
—Gracias por acompañarme hoy. Y por los libros. Y por... todo —le digo.
—Gracias a ti por dejarme ser parte de esto —responde, pero su voz suena un poco más baja, más tensa.
Se rasca la nuca, evita mirarme directamente. Hay algo raro en su forma de pararse, como si estuviera peleando consigo mismo.
—¿Estás bien? —pregunto.
Asiente. Silencio.
—Es que... no debería, pero quiero —dice de golpe, sin contexto, sin explicar nada.
—¿Qué cosa?
Y antes de que pueda decir más, se acerca un poco. Solo un paso. Me mira como si estuviera buscando permiso en mis ojos. Y entonces, despacito, se inclina y me da un beso en la comisura de los labios. No es un beso completo, pero tampoco un accidente. Está justo en ese punto intermedio que hace que mi corazón se dispare.
Se aparta al instante, los ojos muy abiertos.
—Perdón. Perdón, de verdad. No fue... no debía hacerlo así —dice rápido, con las palabras atropellándose—. Es solo que no me he podido aguantar.
Me quedo en silencio por un segundo que se siente eterno. Luego sonrío, bajando un poco la mirada antes de volver a encontrar la suya.
—No te disculpes si fue sincero.
Aiden respira aliviado, pero todavía se ve medio en shock. Le toco suavemente el brazo.
—Yo también he querido.
Y esa frase parece desatar algo en el aire, pero ninguno de los dos se mueve. Solo nos quedamos ahí, parados en la banqueta, mirándonos como si ya todo estuviera dicho... pero igual nos costara creerlo.
—Buenas noches, Adellai —dice en voz baja.
—Buenas noches, Aiden.
Y mientras lo veo alejarse calle abajo, con las manos en los bolsillos y la mochila colgando de un hombro, me doy cuenta de que voy a guardar ese beso incompleto como uno de los momentos más bonitos que nadie me había regalado.
Adellai [10:37 p.m.]
Oye... solo quería decirte que aún tengo mariposas en el estómago. 🦋
Gracias por hoy, por los libros, por acompañarme, y por ese casi-beso que voy a estar repasando mentalmente toda la noche.
Duerme bonito, Aiden. Y sueña cosas cursis (aunque digas que no te gustan). Buenas noches.
Aiden [10:44 p.m.]
Mariposas confirmadas también de este lado... aunque las mías están más como murciélagos con ritmo raro. 🦇
porque... soy Batman, pero shhh, no le digas a nadie
En serio gracias por dejarme estar cerca, por no enojarte con mi impulso tonto... y por hacer que todo hoy se sintiera diferente, bonito.
Duerme bien, Adellai. Prometo soñar algo cursi si tú también sueñas conmigo. 😅🌌
Buenas noches
Leo su mensaje una vez. Luego otra. Y otra más.
No puedo evitar sonreír como boba frente a la pantalla, con el corazón apretado y ligero al mismo tiempo, como si las palabras se hubieran colado directo a mi pecho.
"Prometo soñar algo cursi si tú también sueñas conmigo."
¿Quién lo diría? El mismo Aiden que se hace el indiferente y el sarcástico... ahora escribiéndome eso.
Abrazo la almohada, sintiendo las mejillas arder. Y con su mensaje en la mente, finalmente caigo ante el sueño.
Y sí... soñé con él.