La lluvia caía con furia sobre los campos marchitos, como si el cielo llorara por algo que el mundo aún no comprendía. En medio de la tormenta, un hombre caminaba solo.
Sus pasos eran pesados, arrastrando una capa hecha jirones por el barro. Su rostro, oculto por una capucha empapada, solo mostraba un par de ojos cansados. Llevaba en brazos a un bebé envuelto en una manta oscura que no era suya.
Ese hombre era Khalen, un antiguo héroe que una vez fue temido en los campos de batalla y reverenciado por los reinos. Ahora era un exiliado. Un traidor, según las mentiras de quienes alguna vez lo llamaron hermano.
Se detuvo frente a una vieja cabaña oculta entre árboles ennegrecidos. La puerta de madera crujió al abrirse, como si también sintiera el peso del pasado.
—Sobreviviste… —murmuró al bebé, con voz ronca y quebrada—. No sé de dónde viniste ni por qué el destino te arrojó a este mundo. Pero si estás aquí… es por algo.
El niño no lloraba. Solo lo observaba en silencio, con ojos que brillaban como el amanecer y el ocaso al mismo tiempo. Como si ya hubiera vivido… y muerto.
Khalen encendió el fuego y preparó un lecho improvisado.
—Te llamaré… Ren —susurró—. Porque renacer es lo único que nos queda.
Así comenzó una historia que el mundo intentaría enterrar.
Una historia que los dioses temerían.
Una historia escrita por una alma… que jamás debió existir.
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Años después…
—¡Golpéalo más fuerte, Ren! ¡Vamos! —rugió Khalen mientras esquivaba el ataque de un joven de cabello oscuro y mirada intensa.
El chico tenía dieciséis años, y aunque su cuerpo aún estaba en crecimiento, su fuerza superaba la de muchos guerreros adultos. Los entrenamientos eran brutales, y aún así, Ren rara vez se quejaba.
Cada mañana entrenaban con espadas de madera, trepaban riscos sin cuerda, cazaban sin magia. Khalen le enseñaba todo lo que sabía, pero en el fondo, lo sabía bien:
Ren no era como los demás.
Desde pequeño, la energía a su alrededor se retorcía. A veces las sombras se movían solas a su paso. Otras, cuando tocaba el agua, esta se congelaba. Pero Ren lo ignoraba. No entendía lo que era. Solo sabía que Khalen lo protegía… y eso bastaba.
Una noche, al calor del fuego, Ren preguntó:
—¿Qué fuiste antes de encontrarme?
Khalen se quedó en silencio un momento. Luego respondió:
—Un guerrero. Un tonto que luchaba por reyes que solo sabían mentir. Fui traicionado por quienes llamaba hermanos… y dejado a morir.
—¿Y por qué me salvaste?
—Porque incluso un traidor merece redención.
—¿Y tú crees que yo…?
Khalen lo interrumpió con una sonrisa triste.
—Tú… eres mi mejor oportunidad de redimirme.
Ren bajó la mirada. La noche siguió su curso, pero en el fondo, algo había cambiado. Como si su vida hasta ese momento hubiera sido solo un preludio.
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(El llamado del mundo)
A la mañana siguiente, una carta llegó a la cabaña. Un cuervo de alas plateadas la dejó caer. El sello pertenecía al Reino de Zevhen, el más poderoso del continente.
Ren la abrió con curiosidad. Khalen solo bebía té en silencio.
“Ha sido seleccionado para ingresar a la Academia de Héroes de Zevhen. Su expediente mágico ha sido evaluado por observadores invisibles. No se requiere examen previo. Su presencia es solicitada de inmediato.”
Ren alzó la mirada.
—¿Esto es… real?
Khalen no respondió de inmediato. Finalmente, se levantó y le puso una mano en el hombro.
—Es hora de que conozcas el mundo.
—¿No vendrás?
—Este es tu camino, Ren. Yo solo era el comienzo.
Ren apretó el puño. Sabía que debía partir. No por la academia. No por el título de héroe. Sino porque en su interior… algo dormía, y cada día despertaba un poco más.
Así comenzó el viaje del joven con poderes que no comprendía.
Un chico con el alma dividida entre luz y sombra.
Un fragmento olvidado por el tiempo…
…que estaba a punto de hacer temblar a los dioses.