Cap.11- El Santuario de las Sombras

“Quien mire dentro del abismo, que esté preparado para encontrar una parte de sí… mirando de vuelta.”

—Texto grabado en la entrada del Santuario de las Sombras

(Regreso con el viento inquieto)

Apenas habían pasado dos días desde su regreso de la Isla Azur cuando Ren recibió una carta lacrada con el sello de la mismísimo director de la Academia Celestia.

“Ren. Se ha descubierto una anomalía mágica en el Bosque de las Sombras. Requiere habilidades excepcionales. Tú y las portadoras han sido seleccionados. Considera esto una prueba especial. Discreción total.”

Ren frunció el ceño. Ese bosque era un lugar prohibido incluso en las leyendas. Se decía que estaba maldito, que devoraba a los que se adentraban con miedo en el corazón.

Elyra, Kaien y Silne aceptaron sin titubeos.

—¿Una misión secreta al bosque más maldito del continente? ¡Estoy dentro! —exclamó Kaien, sonriendo como si fuera una excursión escolar.

—No es un juego —replicó Elyra, su mirada seria, pero con una leve chispa de emoción—. Puede que esto esté vinculado a los fragmentos.

Ren guardó silencio, pero en su interior algo se agitaba. Desde su sueño, esa luz misteriosa y esa figura vestida como un oficinista del otro mundo, no lo dejaban dormir tranquilo. Y en el centro de todo, la piedra negra que apareció tras aquel sueño seguía ardiendo levemente cuando se acercaba al bosque.

(Adentrándose en el abismo)

La expedición inició al amanecer. Cuatro jinetes y un guía silencioso atravesaron los campos hasta llegar a un bosque cuya entrada parecía tragarse la luz del sol. Los árboles estaban torcidos, como si sufrieran. El aire olía a humedad antigua y desesperanza.

—Esto… no es natural —dijo Silne, sujetando con firmeza su lanza de viento.

Al avanzar, la niebla los envolvió. Las brújulas mágicas dejaron de funcionar. El guía desapareció sin rastro. Y entonces, lo escucharon.

Sus propios pasos… pero replicados. Como si alguien los imitara.

Kaien fue la primera en atacar, lanzando una ráfaga de fuego hacia un reflejo entre los árboles. La figura se deshizo como humo.

—Son ilusiones. Pero reales —murmuró Elyra—. Este lugar juega con lo que tememos.

—No. Este lugar es más que eso —Ren se detuvo—. Este lugar… sabe quiénes somos.

(El Santuario Perdido)

Al centro del bosque, entre raíces negras y piedras hundidas, emergía un santuario antiguo cubierto por símbolos olvidados. Una puerta de piedra se abrió sola al tocar la piedra negra de Ren.

Dentro, un gran círculo mágico los encerró y las paredes comenzaron a proyectar imágenes.

Ren se vio a sí mismo… muriendo. Solo, en un escritorio, con la cabeza sobre papeles manchados de café. Su cuerpo no era el actual, sino el del sueño: delgado, con traje, frente a una computadora rota.

—¿Qué demonios…? —susurró.

Kaien vio a su madre encadenada, gritando por ayuda.

Elyra vio su aldea sumergida en agua helada, con ella incapaz de salvar a nadie.

Silne… simplemente desapareció de las visiones. Como si no hubiera tenido miedo alguno. Pero apretaba los puños con rabia.

El santuario había comenzado a leer sus almas.

—¡Esto no es real! —gritó Ren, lanzando una explosión oscura que rompió parte del círculo mágico.

Pero en medio de ese caos, una cápsula de cristal emergió del altar central.

Dentro, dormía una chica de cabello blanco grisáceo, vestida con ropajes ceremoniales… y cadenas mágicas atadas a su cuello, muñecas y tobillos.

—¿Una sacerdotisa…? —murmuró Elyra.

Ren se acercó. Sintió una conexión inmediata. Su fragmento vibraba.

Cuando tocó el cristal, este se agrietó… y la chica abrió los ojos.

Dos esmeraldas lo miraron con una mezcla de miedo y furia.

—¿Quién… eres tú? ¿Por qué… yo siento que te he estado esperando?

Entonces, una ráfaga de energía estalló desde su cuerpo y las cadenas se deshicieron.

El viento se levantó en todas direcciones. Pero no era magia de viento… era tierra. El santuario tembló.

—¡Es ella… la portadora del fragmento de la Tierra! —gritó Silne, protegiéndose.

La chica cayó de rodillas y Ren la atrapó.

—Tranquila… estás a salvo ahora.

—Mi nombre… creo que es Aria…

Y luego se desmayó.

(El eco de un secreto enterrado)

A su regreso a la academia, nadie preguntó por la expedición. Nadie se atrevía.

Ren llevaba a Aria en brazos, dormida profundamente. La piedra negra en su bolsillo palpitaba con más intensidad.

Y en lo alto de la torre celestial, una figura cubierta por una túnica blanca observaba todo a través de un espejo etéreo.

—El Fragmento ha despertado a los cuatro pilares… pero uno más camina entre ellos. Uno que jamás debió existir.

Sus ojos brillaron con una luz dorada.

—Es hora de enviar al Inquisidor.