Capítulo 1: Noche Roja en Carthya

La ciudad de Carthya respiraba un aire cargado de misterio, donde la modernidad se mezclaba con secretos ancestrales. Los rascacielos de cristal reflejaban las luces de neón, pero bajo esa brillante fachada, la oscuridad reinaba sin piedad. Era una metrópoli donde lo sobrenatural se ocultaba a plena vista, donde vampiros y brujas caminaban entre humanos, sus vidas entrelazadas en un juego peligroso de poder y deseo.

La luna llena se alzaba en el cielo como un ojo rojo, observando cada rincón de la ciudad. Era la noche de la luna sangrienta, una ocasión que solo ocurría cada década, y con ella, antiguos pactos se renovaban y fuerzas dormidas despertaban.

En un callejón iluminado apenas por la luz mortecina de una farola, Aiden apareció de la nada. Su figura alta y esbelta se movía con la gracia letal de quien conoce el arte de la caza. Sus ojos, de un verde intenso y profundo, reflejaban siglos de historias, de pérdidas y victorias. Su piel pálida contrastaba con la oscuridad que lo envolvía, y en su mano derecha, un anillo antiguo con un símbolo arcano que brillaba tenuemente.

Aiden olió el aire. Algo había cambiado. Un aroma familiar, dulce y oscuro, se mezclaba con el perfume de la noche.

Desde la esquina opuesta, Elena caminaba sin prisa, envuelta en un abrigo negro que ocultaba su figura esbelta. Sus ojos marrones brillaban con una determinación que desafiaba al destino. Había aprendido a controlar los susurros de su magia, aunque no sabía aún hasta dónde llegaría su poder. Pero esa noche algo la llamaba, la atraía hacia un encuentro que cambiaría su vida para siempre.

Cuando sus miradas se cruzaron, la ciudad pareció contener el aliento. El tiempo se ralentizó, y la luna sangrienta iluminó sus rostros con un brillo casi sobrenatural. Aiden dio un paso hacia ella, y Elena sintió cómo su corazón latía con fuerza, aunque sabía que ella ya no era del todo humana.

El primer contacto fue eléctrico, una chispa que encendió el fuego oculto en sus almas. No era solo atracción; era la sensación de dos destinos entrelazados por siglos, destinados a encontrarse en esa noche roja y peligrosa.

Sin embargo, lejos de ellos, en las sombras de un edificio abandonado, Morrigan observaba. Sus ojos oscuros y penetrantes analizaban cada movimiento, y una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios. La poderosa bruja sabía que ese encuentro no era casualidad, y que las piezas del tablero se estaban moviendo para un juego mucho más grande y mortal.

La noche en Carthya apenas comenzaba, y con ella, la historia de Aiden y Elena que rompería los límites entre amor, poder y oscuridad.

La lluvia comenzó a caer suavemente, como un susurro tenue que acariciaba las calles de Carthya. Las gotas brillaban bajo la luz de los faroles, creando reflejos que parecían espejos rotos de otro mundo. Elena levantó la mirada al cielo, sintiendo la energía que emanaba de la tormenta. No era una lluvia común; llevaba el sello de la magia ancestral.

Aiden se acercó con paso firme, sus ojos verdes penetrando el alma de Elena, mientras extendía la mano. “Ven conmigo,” dijo con voz profunda y cautivadora, “hay cosas que debes ver, verdades que necesitas conocer.”

Elena dudó un instante, pero la atracción que sentía hacia él era más fuerte que cualquier miedo. Tomó su mano y juntos se adentraron en el laberinto de callejones y edificios olvidados. El murmullo de la ciudad quedó atrás; ahora sólo existía la conexión entre ellos, un lazo invisible que parecía tejido con hilos de luna y sangre.

Mientras caminaban, Aiden comenzó a contar fragmentos de su historia: siglos de soledad, la maldición que lo ataba a la noche, y la guerra secreta que enfrentaban contra la congregación de brujas que controlaba los secretos más oscuros de Carthya.

Elena escuchaba fascinada y asustada. Por fin comprendía que su vida cambiaría para siempre.

Las calles de Carthya parecían susurrar viejas leyendas mientras la pareja avanzaba, como si la ciudad misma reconociera la importancia de aquella noche. Los edificios antiguos, con sus fachadas gastadas por el tiempo, se alzaban junto a estructuras modernas, simbolizando la mezcla peligrosa entre lo antiguo y lo nuevo.

Aiden llevó a Elena hasta un antiguo teatro abandonado, un lugar que había sido testigo de innumerables secretos y encuentros clandestinos. Allí, en la penumbra del escenario, las luces de la luna atravesaban las ventanas rotas y dibujaban figuras fantasmales sobre las tablas de madera.

—Este es nuestro santuario —dijo Aiden con voz solemne—. Aquí, lejos de las miradas indiscretas, podemos ser quienes realmente somos.

Elena respiró profundo, dejando que el aire frío llenara sus pulmones. Sentía una mezcla de nerviosismo y excitación, una combinación que la hacía sentirse viva como nunca antes.

De pronto, Aiden se acercó lentamente, sus manos rozando con suavidad la cintura de Elena. Sus ojos brillaban con una intensidad hipnótica que la desarmaba. La noche roja les otorgaba un permiso tácito para entregarse a sus deseos más profundos, sin miedo ni reproches.

Sus labios se encontraron en un beso que ardía con la fuerza de siglos reprimidos. La pasión brotó con fuerza, envolviéndolos en un torbellino de sensaciones. La piel pálida de Aiden contra la cálida de Elena, el roce de sus manos, el latido de sus corazones desbocados… todo se fusionaba en un momento suspendido entre el tiempo y la eternidad.

Mientras se entregaban a ese fuego, en la oscuridad del teatro, una figura silenciosa los observaba. Morrigan, la bruja enigmática, había seguido sus pasos. Su presencia era una sombra que prometía que nada sería fácil para ellos.

Con una sonrisa fría y calculadora, Morrigan murmuró para sí misma:

—El juego acaba de comenzar.