Capítulo 7: El Lamento del Invierno

[Narrado por Elena]

El frío no era natural. Lo sentí tan pronto como crucé el umbral de la mansión. Un escalofrío se deslizó por mi columna como una caricia espectral. Incluso el fuego en la chimenea ardía sin calor. Algo, o alguien, estaba drenando la energía del ambiente. Y ese algo me observaba.

Desde el pacto con Aiden, mi percepción había cambiado. Podía ver rastros de magia, sentir vibraciones antiguas en las paredes. La mansión de los Valemont era un museo de secretos que ahora respondían a mi presencia como si despertaran de un largo sueño.

—Estás aquí —dijo Aiden desde lo alto de la escalera, con el rostro sombrío.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

—Es nuestro legado... y nuestra maldición.

Bajó los escalones lentamente, envuelto en una camisa negra desabrochada, el pecho pálido como la luna. Mis ojos lo siguieron, queriendo, deseando. Pero había algo más esta vez: temor. No por él, sino por lo que se avecinaba.

—¿Has sentido el cambio? —preguntó él.

Asentí.—Sí. Desde anoche. Como si alguien... cantara en los pasillos, pero no con voz. Con dolor.

Aiden cerró los ojos.—Es el invierno. El verdadero invierno. El que vive bajo nuestras raíces. Lo han despertado.

[Narrado por Aiden]

No debía haberla traído aquí tan pronto, pero no tenía opción. Morrigan ya se movía en las sombras, y el Círculo conocía su nombre. Elena era un faro de poder desatado, y su pacto conmigo había roto más sellos de los que imaginaba.

Cuando la tomé de la mano y la llevé al salón principal, ella respiró hondo.

—¿Qué es esto? —susurró.—La Sala de Sangre. Aquí nació la primera generación de vampiros puros.

En el centro de la sala, bajo una cúpula de cristal ennegrecido, se alzaba un trono de huesos, y a sus pies, un cuenco de obsidiana lleno de sangre líquida y aún caliente.

—No te asustes —le dije—. Te traje aquí para mostrarte la verdad, no para convertirte en ella.

Pero Elena, siempre valiente, se acercó sin dudar. Tocó el cuenco. La sangre la reconoció. Vibró.

—¿Quién soy realmente, Aiden? —me preguntó.

No supe qué decirle. Porque en el fondo, aún no lo sabía del todo.

[Narrado por Morrigan]

Los lazos se estaban tensando. Elena ya no era solo una bruja. Su sangre había cambiado. La conexión con Aiden la transformaba, la volvía peligrosa. Y el Consejo no permitiría que esa aberración siguiera viva.

—Debemos actuar —ordené a los míos.

La reunión en las catacumbas de Mhar’eth estaba cargada de energía negra. Las once brujas del círculo, todas marcadas por siglos de poder antiguo, me escuchaban con atención.

—¿Quieres matarla? —preguntó Lysandra, la más joven.

—No. Quiero que ella venga a nosotros. Que vea con sus propios ojos lo que Aiden realmente es. El monstruo que él esconde tras sus caricias y promesas.

Y entonces, revelé el secreto.

—Elena... es descendiente de Ilira. La madre del linaje prohibido.

Un murmullo recorrió la sala. Incluso las antorchas parpadearon.

—¿Estás segura?

Asentí.—Su sangre puede despertar el Trono de Medianoche. Y con él... el final del velo entre este mundo y el otro.

[Narrado por Elena]

Esa noche soñé con llamas negras. Estaba en una torre de cristal, observando cómo un océano carmesí cubría la ciudad de Carthya. Yo gritaba. Pero no era miedo. Era deseo. Deseaba el poder. Quería dominarlo. Sentirlo.

Desperté sudando, desnuda en los brazos de Aiden. Su aliento helado me recorrió el cuello.

—Tu corazón late más fuerte cada día —susurró—. El fuego te está eligiendo.

—¿Qué fuego?

Él se incorporó y clavó sus ojos dorados en los míos.

—El Fuego de Medianoche. Solo arde una vez cada mil años. Solo una bruja y un vampiro ligados por sangre pueden convocarlo. Tú y yo, Elena... somos la grieta.

[Narrado por Aiden]

La llevé al bosque de los susurros. Allí, el invierno era más espeso. Las ramas parecían manos, y la luna, un testigo inmóvil. En el centro, una piedra antigua grabada con runas de guerra.

—Aquí cayó Ilira —le conté—. Murió a manos del primer cazador. Pero su sangre se hundió en la tierra y creó un nuevo linaje: el tuyo.

Elena me miró horrorizada.—¿Estás diciendo que...?

—Eres la reencarnación de ella. No su descendiente. Eres ella. Y estás despertando.

Entonces, una ráfaga de viento azotó el claro. Una sombra apareció entre los árboles. Morrigan.

—Hola, madre —dijo Elena sin saber por qué.

[Narrado por Morrigan]

El despertar era completo. Ella lo sentía. Yo también.

Caminé hacia ella, sin miedo, con el vestido arrastrando escarcha.

—No soy tu madre por sangre. Pero sí por legado. Ilira fue mi hermana.

Elena tembló.—¿Qué quieres de mí?

—Que elijas. Puedes seguir siendo la amante de un demonio condenado. O puedes venir conmigo. Y reinar.

Aiden gruñó.—Ella no irá contigo.

—¿Tú la amas? ¿Después de lo que le hiciste a Ilira?

Elena nos miró a ambos.—¿Qué hiciste, Aiden?

Él bajó la cabeza.

—Fui quien entregó a Ilira al Consejo. La traicioné.

Elena gritó. El aire explotó con magia. Los árboles se encendieron en llamas azules. El bosque aulló.

[Narrado por Elena]

El dolor fue insoportable. Sentí que mi alma se desgarraba. Aiden… mi amante, mi protector… había matado a quien yo era. Mi otra vida. Mi otra yo.

Corrí. Me interné en el bosque. La sangre me hervía. Sentía alas en mi espalda. Garras en mis dedos. Luz en mis venas.

—¡Elena! —gritó Aiden—. ¡No huyas!

—¡Te odio! —le grité, y mi voz rompió una roca cercana.

Entonces lo supe. Era más que una bruja. Era más que una reencarnación.

Era la furia que vendría a reclamar el mundo.

"El fuego no elige. El fuego consume. Y esta vez… no quedará nada salvo cenizas."