—Has perdido peso —dijo contra mi mejilla—. Come algo que no sea tostadas y café.
En el segundo que abrí la boca para responder, me besó de nuevo. Con más fuerza.
No pude decir ni una palabra.
Mi espalda se deslizó más profundamente en los cojines hasta que no pude respirar correctamente.
Me levantó con un brazo y no se detuvo.
No estaba borracho.
No quería pensar en cómo actuaría si lo estuviera.
Cuando acepté darnos una oportunidad anoche, no sabía que estaría activando un interruptor dentro de él.
—Estás distraída —murmuró, rozándome la oreja con los dientes.
Luego me levantó, con una mano bajo mis muslos y la otra presionada en mi nuca.
Su boca nunca abandonó la mía.
Me llevó escaleras arriba.
Cada paso resonaba a través de mí.
Mis brazos rodearon sus hombros sin pensarlo.
No me estaba cayendo, pero sentía como si pudiera hacerlo.
Su agarre se mantuvo firme, posesivo.
Mis pies colgaban inútilmente detrás de él, los dedos rozando su pierna mientras caminaba.