«Esto no es negocio... esto es castigo», murmuró otro.
Bartolomé Ainsley, aún sentado a la cabecera de la mesa, de repente se movió en su silla, sus ojos fríos y calculadores lentamente se fijaron en James. James, que ahora estaba callado, todavía tratando de entender lo que acababa de suceder, de repente sintió el peso de esa mirada.
La tensión se intensificó cuando Bartolomé Ainsley entrecerró los ojos. La energía en la habitación cambió. Incluso los demás sintieron que algo estaba a punto de romperse.
James levantó la mirada —y se quedó paralizado.
El rostro de Bartolomé Ainsley era severo. Pero detrás de esa severidad había algo más peligroso.
Sospecha.
Un silencio cortante se extendió por la habitación nuevamente, como si las paredes mismas estuvieran conteniendo la respiración.
En ese momento James se enderezó, percibiendo el cambio.
Entonces, Bartolomé Ainsley habló, lentamente y con una voz que cortaba profundo.
—James.
James no respondió inmediatamente.