Capítulo 21: Una línea muy delgada

La cena terminó y Julián, con su actitud encantadora, insistió en llevar a Alice de regreso a la mansión en su coche deportivo de lujo.

— Vamos, princesa. Déjame llevarte, así pasamos más tiempo juntos.

Alice sonrió, lanzándole una mirada rápida a Dere, que ya estaba junto al auto negro de la familia, esperándola con su expresión impenetrable.

— Lo siento, amor, pero mi padre dejó en claro que tengo que andar con mi "llavero" a donde sea que vaya.

Julián frunció el ceño, mirando a Dere con obvia molestia.

— ¿En serio, Alice? No puedo creer que tengas que andar con este tipo siguiéndote a todas partes.

Dere ni se inmutó. Parecía de piedra, como siempre.

Alice, divertida, se tomó de la mano de Julián y se acercó a su oído.

— No le hagas caso, cariño. Es solo una sombra. No siente, no habla, no piensa… solo obedece.

Fue un golpe bajo. Dere no reaccionó en absoluto, pero Alice sintió algo en el aire. Una tensión sutil, como si una tormenta estuviera por desatarse, aunque él no dejara que nadie lo notara.

— Nos vemos mañana, Julián. —dijo con una sonrisa coqueta antes de subirse al auto.

Julián la besó en la mejilla y se despidió con un guiño.

Dere cerró la puerta y caminó alrededor del coche para subirse al asiento del conductor.

Silencio absoluto.

Alice lo miró de reojo mientras arrancaba el motor y comenzó a conducir.

— Qué lindo Julián, ¿no crees? —preguntó con un tono casual, observando sus uñas perfectamente pintadas.

Nada. Ni una reacción.

— Es un caballero. Atento, romántico… y su beso es dulce.

Silencio.

Alice se mordió el labio inferior con una sonrisa traviesa.

— Oh, ¿pero qué sabrías tú de eso? —susurró con burla.

Entonces, Dere habló. Su voz fue grave, firme, con ese tono bajo que hacía que su piel se erizara.

— No me pagaron para opinar sobre tu vida amorosa.

Alice giró su rostro hacia él con sorpresa.

Por primera vez, Dere había respondido.

Y eso, aunque pareciera insignificante, era un gran paso.

Sonrió con satisfacción. La coraza de hierro tenía una grieta.

Capítulo 22: Probando los límites

La mansión Salvaterra estaba tranquila cuando Alice entró. Era tarde, y sus padres aún no habían regresado del hotel. Julián le había mandado varios mensajes después de dejarla, pero ella los ignoró.

Su mente estaba en otra parte.

En Dere.

Había hablado. Había reaccionado. Puede que no fuera gran cosa, pero ella sabía que había tocado algo dentro de él. Y ahora tenía que seguir empujando hasta ver cuánto podía hacer que se quebrara.

Se quitó los tacones y subió las escaleras con ligereza, pero antes de llegar a su habitación, se detuvo frente a la puerta de Dere.

Una idea peligrosa cruzó su mente.

¿Y si…?

Sin pensarlo demasiado, levantó la mano y tocó la puerta tres veces.

Nada.

Tocó otra vez, ahora más fuerte.

— ¿Dere?

Silencio.

Rodó los ojos y, sin pedir permiso, abrió la puerta.

Lo que vio la dejó sin palabras.

Dere estaba sin camisa, con solo un pantalón de chándal bajo en sus caderas. Su cuerpo musculoso estaba cubierto de tatuajes, desde el cuello hasta el abdomen, los brazos y la espalda. La luz tenue hacía que su piel bronceada resaltara, y la sombra de su mandíbula marcada le daba un aire aún más peligroso.

Él la miró con frialdad, sin inmutarse por su presencia.

— ¿Se te perdió algo? —su voz era grave, ligeramente irritada.

Alice apoyó el hombro en el marco de la puerta y sonrió con picardía.

— No podía dormir.

— No soy un cuento para niños.

Alice rió con suavidad.

— No, pero eres mi entretenimiento favorito.

Dere suspiró y se pasó una mano por el cabello.

— Alice, vete a dormir.

— ¿Y si no quiero?

Dere entrecerró los ojos.

— Ese no es mi problema.

Alice entró en la habitación sin permiso y se sentó en el borde de la cama.

— ¿Sabes? No me parece justo. Me tuviste toda la semana en Brasil en un hotel de lujo, a tu lado todo el tiempo, y ni una vez me miraste de verdad.

Dere apretó la mandíbula.

— Miro lo que necesito mirar.

Alice se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

— Mírame ahora.

Silencio.

Dere no se movió, pero su mirada descendió lentamente por su rostro, bajó por su cuello y se detuvo en la línea de su vestido de seda, donde su piel quedaba expuesta. Fue solo un segundo, pero Alice lo notó.

Sonrió con victoria.

— Sabía que no eras un robot.

Dere chasqueó la lengua y caminó hacia ella con paso firme. Se detuvo a pocos centímetros, lo suficiente para que Alice tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para verlo.

— Tienes una idea equivocada, princesa.

Alice parpadeó, su corazón latiendo más rápido de lo que esperaba.

— ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?

Dere bajó el rostro hasta que su aliento chocó con el de ella.

— Crees que puedes jugar conmigo. Pero no juegues con fuego si no quieres quemarte.

Alice tragó saliva. Por primera vez, sintió que el juego se estaba volviendo real.

Se levantó despacio, sin apartar la mirada de él, y con una sonrisa desafiante, se acercó hasta que sus labios quedaron a centímetros de los de Dere.

— ¿Y si quiero quemarme?

El músculo en la mandíbula de Dere se tensó.

Y entonces, sin previo aviso, él dio un paso atrás.

— Buenas noches, Alice.

Y antes de que pudiera responder, cerró la puerta en su cara.

Alice se quedó allí, con el corazón latiendo desbocado y la respiración agitada.

Maldita sea.

Ella sabía que lo había sentido.

Y ahora, más que nunca, estaba decidida a hacerlo perder el control.