Capítulo 25: La Bestia Despierta

El beso con Julián no duró mucho.

Porque, de repente…

—¡Carajo, Alice!

Una voz grave, rugiente, furiosa.

Alice se separó bruscamente de Julián.

Y ahí estaba Dere.

De pie junto a ellos, con los ojos encendidos de rabia.

Sus músculos tensos como acero.

La mandíbula apretada hasta que crujieron los dientes.

Su presencia era sofocante.

Julián se puso de pie de golpe.

— ¿Cuál es tu maldito problema? —espetó, enojado.

Dere lo fulminó con la mirada.

— Mi problema es que ella no debería estar aquí.

Alice se cruzó de brazos, desafiante.

— Yo decido a dónde voy.

— Claro. Pero mi trabajo es protegerte. Y no puedes irte sin avisar.

Julián bufó con desprecio.

— Dios, eres un maldito guardaespaldas, no su dueño.

Alice vio algo cambiar en la expresión de Dere.

Algo oscuro.

Algo peligroso.

Dere dio un paso adelante.

— Y tú eres un idiota que no entiende la palabra "seguridad".

Julián se plantó firme.

— No tengo miedo de ti.

Dere sonrió.

Una sonrisa fría. Desafiante.

— Qué bueno, porque no quiero que salgas corriendo cuando te rompa la cara.

Alice se quedó sin aire.

¿QUÉ?

Antes de que pudiera reaccionar, Dere empujó a Julián con el hombro.

Fuerte.

Julián tropezó hacia atrás.

— ¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?!

Alice se interpuso.

— ¡Ya basta!

Pero Dere no la escuchó.

Su mirada seguía clavada en Julián.

— No vuelvas a besarla frente a mí.

Alice sintió un escalofrío en todo el cuerpo.

Julián se rió con burla.

— ¿Te molesta, guardaespaldas?

Dere no respondió.

Pero sus puños se cerraron.

Alice vio lo que iba a pasar antes de que sucediera.

Y tenía que detenerlo.

— Dere, no.

Ella le tocó el brazo.

Un toque suave.

Y fue como si rompiera un hechizo.

Dere cerró los ojos. Respiró hondo.

Pero su mandíbula seguía tensa.

— Vámonos. Ahora.

Alice quería discutir.

Quería desafiarlo.

Pero Dere no se veía como siempre.

No era el hombre frío y arrogante que ella conocía.

Era alguien más.

Alguien al borde de perderse.

Y eso la estremeció.

Así que…

Sin decir nada más, tomó sus cosas y se fue con él.

Julián se quedó atrás, con el ceño fruncido.

Pero Alice no volteó.

Porque algo dentro de ella le decía que acababa de cruzar un límite con Dere.

Y no estaba segura de si quería retroceder.

El beso con Julián no duró mucho.

Porque, de repente…

—¡Carajo, Alice!

Una voz grave, rugiente, furiosa.

Alice se separó bruscamente de Julián.

Y ahí estaba Dere.

De pie junto a ellos, con los ojos encendidos de rabia.

Sus músculos tensos como acero.

La mandíbula apretada hasta que crujieron los dientes.

Su presencia era sofocante.

Julián se puso de pie de golpe.

— ¿Cuál es tu maldito problema? —espetó, enojado.

Dere lo fulminó con la mirada.

— Mi problema es que ella no debería estar aquí.

Alice se cruzó de brazos, desafiante.

— Yo decido a dónde voy.

— Claro. Pero mi trabajo es protegerte. Y no puedes irte sin avisar.

Julián bufó con desprecio.

— Dios, eres un maldito guardaespaldas, no su dueño.

Alice vio algo cambiar en la expresión de Dere.

Algo oscuro.

Algo peligroso.

Dere dio un paso adelante.

— Y tú eres un idiota que no entiende la palabra "seguridad".

Julián se plantó firme.

— No tengo miedo de ti.

Dere sonrió.

Una sonrisa fría. Desafiante.

— Qué bueno, porque no quiero que salgas corriendo cuando te rompa la cara.

Alice se quedó sin aire.

¿QUÉ?

Antes de que pudiera reaccionar, Dere empujó a Julián con el hombro.

Fuerte.

Julián tropezó hacia atrás.

— ¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?!

Alice se interpuso.

— ¡Ya basta!

Pero Dere no la escuchó.

Su mirada seguía clavada en Julián.

— No vuelvas a besarla frente a mí.

Alice sintió un escalofrío en todo el cuerpo.

Julián se rió con burla.

— ¿Te molesta, guardaespaldas?

Dere no respondió.

Pero sus puños se cerraron.

Alice vio lo que iba a pasar antes de que sucediera.

Y tenía que detenerlo.

— Dere, no.

Ella le tocó el brazo.

Un toque suave.

Y fue como si rompiera un hechizo.

Dere cerró los ojos. Respiró hondo.

Pero su mandíbula seguía tensa.

— Vámonos. Ahora.

Alice quería discutir.

Quería desafiarlo.

Pero Dere no se veía como siempre.

No era el hombre frío y arrogante que ella conocía.

Era alguien más.

Alguien al borde de perderse.

Y eso la estremeció.

Así que…

Sin decir nada más, tomó sus cosas y se fue con él.

Julián se quedó atrás, con el ceño fruncido.

Pero Alice no volteó.

Porque algo dentro de ella le decía que acababa de cruzar un límite con Dere.

Y no estaba segura de si quería retroceder.