El beso con Julián no duró mucho.
Porque, de repente…
—¡Carajo, Alice!
Una voz grave, rugiente, furiosa.
Alice se separó bruscamente de Julián.
Y ahí estaba Dere.
De pie junto a ellos, con los ojos encendidos de rabia.
Sus músculos tensos como acero.
La mandíbula apretada hasta que crujieron los dientes.
Su presencia era sofocante.
Julián se puso de pie de golpe.
— ¿Cuál es tu maldito problema? —espetó, enojado.
Dere lo fulminó con la mirada.
— Mi problema es que ella no debería estar aquí.
Alice se cruzó de brazos, desafiante.
— Yo decido a dónde voy.
— Claro. Pero mi trabajo es protegerte. Y no puedes irte sin avisar.
Julián bufó con desprecio.
— Dios, eres un maldito guardaespaldas, no su dueño.
Alice vio algo cambiar en la expresión de Dere.
Algo oscuro.
Algo peligroso.
Dere dio un paso adelante.
— Y tú eres un idiota que no entiende la palabra "seguridad".
Julián se plantó firme.
— No tengo miedo de ti.
Dere sonrió.
Una sonrisa fría. Desafiante.
— Qué bueno, porque no quiero que salgas corriendo cuando te rompa la cara.
Alice se quedó sin aire.
¿QUÉ?
Antes de que pudiera reaccionar, Dere empujó a Julián con el hombro.
Fuerte.
Julián tropezó hacia atrás.
— ¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?!
Alice se interpuso.
— ¡Ya basta!
Pero Dere no la escuchó.
Su mirada seguía clavada en Julián.
— No vuelvas a besarla frente a mí.
Alice sintió un escalofrío en todo el cuerpo.
Julián se rió con burla.
— ¿Te molesta, guardaespaldas?
Dere no respondió.
Pero sus puños se cerraron.
Alice vio lo que iba a pasar antes de que sucediera.
Y tenía que detenerlo.
— Dere, no.
Ella le tocó el brazo.
Un toque suave.
Y fue como si rompiera un hechizo.
Dere cerró los ojos. Respiró hondo.
Pero su mandíbula seguía tensa.
— Vámonos. Ahora.
Alice quería discutir.
Quería desafiarlo.
Pero Dere no se veía como siempre.
No era el hombre frío y arrogante que ella conocía.
Era alguien más.
Alguien al borde de perderse.
Y eso la estremeció.
Así que…
Sin decir nada más, tomó sus cosas y se fue con él.
Julián se quedó atrás, con el ceño fruncido.
Pero Alice no volteó.
Porque algo dentro de ella le decía que acababa de cruzar un límite con Dere.
Y no estaba segura de si quería retroceder.
El beso con Julián no duró mucho.
Porque, de repente…
—¡Carajo, Alice!
Una voz grave, rugiente, furiosa.
Alice se separó bruscamente de Julián.
Y ahí estaba Dere.
De pie junto a ellos, con los ojos encendidos de rabia.
Sus músculos tensos como acero.
La mandíbula apretada hasta que crujieron los dientes.
Su presencia era sofocante.
Julián se puso de pie de golpe.
— ¿Cuál es tu maldito problema? —espetó, enojado.
Dere lo fulminó con la mirada.
— Mi problema es que ella no debería estar aquí.
Alice se cruzó de brazos, desafiante.
— Yo decido a dónde voy.
— Claro. Pero mi trabajo es protegerte. Y no puedes irte sin avisar.
Julián bufó con desprecio.
— Dios, eres un maldito guardaespaldas, no su dueño.
Alice vio algo cambiar en la expresión de Dere.
Algo oscuro.
Algo peligroso.
Dere dio un paso adelante.
— Y tú eres un idiota que no entiende la palabra "seguridad".
Julián se plantó firme.
— No tengo miedo de ti.
Dere sonrió.
Una sonrisa fría. Desafiante.
— Qué bueno, porque no quiero que salgas corriendo cuando te rompa la cara.
Alice se quedó sin aire.
¿QUÉ?
Antes de que pudiera reaccionar, Dere empujó a Julián con el hombro.
Fuerte.
Julián tropezó hacia atrás.
— ¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?!
Alice se interpuso.
— ¡Ya basta!
Pero Dere no la escuchó.
Su mirada seguía clavada en Julián.
— No vuelvas a besarla frente a mí.
Alice sintió un escalofrío en todo el cuerpo.
Julián se rió con burla.
— ¿Te molesta, guardaespaldas?
Dere no respondió.
Pero sus puños se cerraron.
Alice vio lo que iba a pasar antes de que sucediera.
Y tenía que detenerlo.
— Dere, no.
Ella le tocó el brazo.
Un toque suave.
Y fue como si rompiera un hechizo.
Dere cerró los ojos. Respiró hondo.
Pero su mandíbula seguía tensa.
— Vámonos. Ahora.
Alice quería discutir.
Quería desafiarlo.
Pero Dere no se veía como siempre.
No era el hombre frío y arrogante que ella conocía.
Era alguien más.
Alguien al borde de perderse.
Y eso la estremeció.
Así que…
Sin decir nada más, tomó sus cosas y se fue con él.
Julián se quedó atrás, con el ceño fruncido.
Pero Alice no volteó.
Porque algo dentro de ella le decía que acababa de cruzar un límite con Dere.
Y no estaba segura de si quería retroceder.