El sol apenas asomaba en el horizonte cuando la mansión Salvaterra comenzó a despertar. El personal se movía de un lado a otro, preparando todo para la salida de Alice, quien viajaría a Florida para su pasarela más importante hasta el momento.
Alice se encontraba en su habitación, parada frente al gran espejo de cuerpo entero, mientras su asistente personal y una de las mucamas le ayudaban a empacar. Su expresión era seria, perdida en sus pensamientos mientras su mano jugaba distraídamente con la tela de un vestido que no sabía si incluir en su maleta o no.
Aún tenía la conversación con Dere dándole vueltas en la cabeza. ¿Por qué le había mentido? O mejor dicho, ¿por qué la había dejado creer una mentira sin aclararla?
— Señorita Alice, ¿incluimos estos tacones o prefiere los dorados? —preguntó su asistente.
— Ambos. —respondió Alice sin apartar la vista del espejo.
Afuera de su habitación, Dere estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y su rostro serio de siempre. Su presencia era una sombra constante en su vida, y aunque Alice intentaba fingir que no le afectaba, sabía que la sola idea de estar con él durante el viaje haría que todo se volviera más difícil.
Tenía que hacer algo para sacarlo de su cabeza.
— Cristina, dime que estarás en Miami en estos días. —dijo Alice al teléfono mientras revisaba su maleta.
— Obvio, querida. ¿Acaso crees que me perdería tu pasarela? Además, tengo que ver en qué andas, porque algo me dice que cierto guardaespaldas sigue en tu radar.
Alice rodó los ojos y cambió de tema rápidamente.
— Nos vemos allá.
Mientras tanto, en la planta baja, Maximiliano Salvaterra estaba dando instrucciones al personal de seguridad. Cinco guardaespaldas acompañarían a su hija en el viaje, pero el líder de todos seguía siendo Dere.
— Confío en que no habrá inconvenientes. —dijo Maximiliano, mirando a Dere con seriedad.
— Todo estará bajo control, señor. —respondió el guardaespaldas con su tono habitual de firmeza.
Alice bajó las escaleras con unas gafas oscuras y un conjunto elegante: unos pantalones blancos de corte alto, un top de seda y una chaqueta ligera en tonos pastel. Su cabello suelto y ondeado caía en cascada sobre sus hombros, mientras caminaba con su usual aire de superioridad.
Dere la vio venir y, por un instante, sus ojos recorrieron su silueta de forma inconsciente. Se veía deslumbrante, como siempre.
— Espero que el vuelo sea cómodo, Ferrel. —dijo Alice con una sonrisa burlona mientras pasaba a su lado.
— Eso no depende de mí, princesa. —contestó él sin mirarla directamente.
Alice frunció el ceño. Esa actitud distante la sacaba de quicio.
¿No pensaba decir nada más?
— ¿Sabes? A veces eres tan aburrido que me sorprende que no te hayas quedado dormido de pie.
— Eso se llama profesionalismo, no aburrimiento.
Alice entrecerró los ojos, frustrada. Él siempre tenía una respuesta para todo.
El chofer llevó el equipaje al auto, y minutos después estaban en camino al aeropuerto.
Dere, sentado a su lado en la camioneta, mantenía la vista fija en el camino, ignorando deliberadamente la presencia de Alice.
Ella, en un intento por molestarlo aún más, cruzó una pierna lentamente, dejando ver más piel de la necesaria.
— Si vas a mirarme, al menos disimula. —soltó de repente, sonriendo con malicia.
Dere giró apenas el rostro y la miró de reojo, su expresión era inmutable.
— No te confundas, princesa. Mirarte no está en mis prioridades.
Alice sintió un leve cosquilleo en el pecho. Ese hombre tenía una capacidad increíble para provocarla sin siquiera intentarlo.
— Veremos cuánto tiempo te dura esa actitud, Ferrel.
El auto avanzó por la carretera rumbo al aeropuerto, mientras en el aire flotaba una tensión que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer.
Pero ambos sabían que el viaje a Florida sería todo menos tranquilo.