Capítulo 28: La ciudad del sol y el fuego cruzado

El jet privado de los Salvaterra aterrizó en Florida a media tarde. El cielo despejado y el calor pegajoso del estado le daban la bienvenida a Alice, quien descendió con su actitud de reina, vistiendo un conjunto beige de falda ajustada y crop top con mangas largas. Las gafas oscuras escondían su mirada calculadora, pero su sonrisa sugería que estaba lista para el espectáculo.

Detrás de ella, Dere bajó con su habitual traje negro, la mirada alerta y su presencia intimidante. A pesar del calor, ni siquiera se aflojó la corbata.

— Bienvenida a Miami, princesa. —murmuró con ironía mientras la alcanzaba.

Alice ladeó la cabeza con una sonrisa burlona.

— Pensé que odiabas los viajes.

— Los viajes están bien. Lo difícil es la compañía.

Alice chasqueó la lengua, divertida. Oh, pero qué placer le daba provocarlo.

La suite en el hotel era una obra de arte. Pisos de mármol, enormes ventanales con vista al mar y una cama tan grande que Alice podría perderse en ella. El servicio del hotel había dejado frutas frescas y champagne esperando en la mesa.

Alice tiró su bolso sobre el sofá y se quitó las gafas.

— Cristina me dijo que nos veremos en la playa al atardecer.

Dere, quien se apoyaba en la pared con los brazos cruzados, ni siquiera parpadeó.

— ¿Y eso qué significa?

— Que iremos a la playa, Ferrel. ¿O prefieres quedarte aquí encerrado jugando a ser una estatua?

— Prefiero no sacarte de un problema cada vez que decides actuar como una niña caprichosa.

Alice soltó una risa sarcástica.

— No te preocupes, Ferrel. Si me pierdo, seguro mi novio vendrá al rescate.

Esa última frase la dijo con saña, solo para ver si lograba romper esa fachada de piedra.

Pero Dere apenas inclinó la cabeza, con una sonrisa burlona en los labios.

— Ah, cierto. ¿Cómo es que se llama? ¿Julián? ¿El suplente?

Alice entrecerró los ojos. ¿Acaso ese hombre no podía tomarse ni un segundo para admitir lo que sentía?

— Por lo menos él es divertido, no un robot andante.

— Sí, claro. Divertido...

Alice resopló y decidió ignorarlo. Se metió al vestidor y, después de veinte minutos de indecisión, salió con un bikini negro de diseño exclusivo.

La pieza abrazaba su cuerpo con un ajuste perfecto, el corte alto de la parte inferior acentuaba su figura, y el escote del top dejaba claro que ella sabía lo que tenía y cómo lucirlo.

Dere no dijo nada cuando la vio salir, pero su mandíbula se tensó por un breve segundo.

Alice lo notó.

Y sonrió.

— Nos vamos, guardaespaldas.

Dere suspiró con resignación y la siguió. El sol caía sobre Miami, pero él sabía que el verdadero peligro no era la ciudad, sino la mujer que tenía enfrente.

El restaurante era una obra de arte moderna: paredes de vidrio con vista al océano, luces tenues y un ambiente elegante. Alice vestía un ceñido vestido negro con espalda descubierta y labios rojo escarlata. Sabía que estaba despampanante y, por la forma en que Julián la miraba, no había dudas al respecto.

— Sabes que podríamos ser la pareja del año, ¿verdad? —dijo Julián con una sonrisa arrogante, sirviéndole más vino.

Alice rodó los ojos, pero sonrió.

— ¿Sigues con eso?

— No es broma, princesa. —Julián se inclinó sobre la mesa. —Piénsalo. La modelo y el futbolista. Glamour, éxito, portada de revistas…

Alice tomó su copa y bebió despacio.

— Si tanto te gusta la idea, tal vez deberías salir contigo mismo.

Julián rió, pero sus ojos la escanearon con intensidad.

— Te gusta jugar, ¿verdad?

Alice no respondió. Solo le lanzó una mirada sugerente mientras se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

Pero en el fondo, estaba inquieta.

La mirada de Julián se tornaba más intensa con cada copa de vino. Había algo diferente en él esta vez.

Más posesivo. Más impaciente.

— Baño. Ya vuelvo. —dijo Alice, levantándose con gracia.

Mientras se alejaba, sintió su teléfono vibrar. Lo sacó y vio el mensaje en la pantalla.

FERREL: Tienes diez minutos para terminar esa cena.

Alice frunció el ceño y bufó.

— Idiota… —susurró.

Cuando regresó a la mesa, notó que Julián ya había pedido más vino.

— Relájate, princesa. —dijo él, dándole un sorbo a su copa. — Es nuestra noche.

— Creo que ya bebí suficiente. —Alice sonrió con diplomacia.

Julián entrecerró los ojos y dejó su copa en la mesa con un golpe seco.

— ¿Sigues con esa actitud distante?

— No es actitud, solo no quiero beber más.

Julián suspiró y se pasó una mano por el cabello.

— Mira, Alice. He estado esperándote. Me fui a España por un tiempo y cuando volví, sigues con el maldito guardaespaldas pegado a ti.

Alice sintió su piel erizarse.

— Mi padre lo puso ahí.

— Por Dios, Alice. —Julián se inclinó hacia ella y bajó la voz. — Ese tipo no es más que un perro guardián. ¿O acaso hay algo entre ustedes?

Alice sintió su corazón latir más fuerte, pero mantuvo su expresión indiferente.

— No digas tonterías.

Julián soltó una carcajada seca.

— ¿Entonces por qué cada vez que estamos juntos, sientes la necesidad de provocarlo?

Alice se quedó en silencio. Julián la estaba acorralando.

Él tomó su mano, pero esta vez su agarre fue firme.

— Vamos a mi hotel. —susurró con una sonrisa ladeada.

Alice se tensó.

— No.

— Alice… —Julián apretó más su agarre. —Vamos. No seas fría conmigo.

Su tono ya no sonaba juguetón.

Alice intentó retirar la mano, pero Julián no la soltó.

— Julián, te dije que no.

— Alice. —Su tono se endureció. —Sabes que me quieres. Déjate de juegos.

Antes de que Alice pudiera responder, una sombra imponente apareció detrás de ella.

Un agarre firme envolvió la muñeca de Julián y la apartó de Alice de inmediato.

— Ella ya dijo que no.

Dere.

Su expresión era pura ira contenida, sus ojos oscuros y penetrantes. Su mandíbula se tensaba con rabia.

Julián se levantó de golpe, molesto por la interrupción.

— ¿Qué diablos haces aquí, Ferrel?

— Mi trabajo. —Dere lo miró con frialdad. —Y en este momento, mi trabajo es sacar a Alice de aquí.

Julián soltó una carcajada, burlón.

— Vete al diablo, hombre. No puedes venir a dar órdenes aquí. Alice está conmigo.

Dere se inclinó apenas, quedando a la misma altura que Julián.

— Alice. Dile al niño rico que se largue antes de que lo saque a la fuerza.

Alice sintió su pulso acelerarse. La tensión entre los dos era electrizante.

Pero en el fondo, había algo en la forma en que Dere la protegía que la hizo estremecer.

Ella nunca lo había visto tan cerca de perder el control.

— Alice. —Julián insistió, con voz más autoritaria. —Dime que me quede.

Alice tragó saliva. Miró a Dere y luego a Julián.

Finalmente, tomó su bolso y se levantó.

— Me voy con él.

Julián se quedó helado.

— ¿Qué?

— Escuchaste.

Alice pasó junto a Dere y salió del restaurante.

Julián se quedó en su lugar, procesando lo que acababa de pasar.

Dere le dedicó una última mirada.

— Tómatelo con calma, campeón.

Y con eso, se fue tras Alice.

Cuando salieron del restaurante, Dere le abrió la puerta del auto sin decir palabra.

Alice entró, sin atreverse a mirarlo.

El trayecto de regreso a la mansión fue silencioso, pero la tensión era insoportable.

Cuando finalmente llegaron, Alice salió del auto y caminó rápido hacia la entrada.

— Alice.

Su voz la detuvo en seco.

Se giró y lo encontró mirándola fijamente, con los ojos oscuros y una emoción indescifrable en su expresión.

— No vuelvas a hacer algo así. —dijo con voz baja, pero peligrosa.

Alice cruzó los brazos.

— ¿Por qué? ¿Te preocupa lo que pueda hacerme o lo que pueda hacerte sentir?

Dere entrecerró los ojos.

— Ambas.

Alice sintió su respiración fallar por un segundo.

Por primera vez, Dere Ferrel había dejado entrever algo más que frialdad.

Y eso lo cambiaba todo.