Capítulo 29: Juego de tres

La arena blanca de Miami Beach se extendía como una alfombra bajo los pies de Alice. Las olas rompían suavemente, el sol dorado se reflejaba en el agua y la brisa jugaba con su melena rubia.

Era la imagen perfecta de una diosa en la tierra.

Y Dere lo sabía.

Aunque no la miraba directamente, su postura rígida y su expresión estoica eran prueba suficiente de que estaba haciendo un esfuerzo por no ceder.

— Cristina está tardando... —murmuró Alice, mientras sacudía la arena de sus manos.

— O quizá nos tendieron una trampa. —respondió Dere con su habitual tono seco.

Alice rodó los ojos y estaba a punto de decir algo sarcástico cuando una voz masculina y llena de arrogancia cortó el aire.

— ¿Alice Salvaterra? ¿Será posible que esta belleza haya venido hasta Miami solo para encontrarme?

Alice giró la cabeza y su sonrisa se amplió al ver a Julián Lombardi caminando hacia ella.

Vestía una camisa blanca abierta hasta el pecho, mostrando su piel bronceada y sus abdominales marcados. Sus gafas oscuras ocultaban su mirada, pero su sonrisa engreída dejaba claro que él sabía el efecto que tenía en las mujeres.

Dere endureció su expresión al instante.

— ¡Julián! —Alice corrió hacia él con entusiasmo y se lanzó a sus brazos.

El futbolista la levantó con facilidad y giró con ella en el aire, disfrutando de cada segundo del contacto.

— Dios, te extrañé, mi amor. —Julián le dejó un beso en la frente y luego bajó la mirada hacia Dere con una expresión de fastidio.

— Veo que sigues con tu niñera.

Alice se encogió de hombros con una sonrisa provocadora.

— Mi padre insiste. Pero vamos, no hablemos de él.

Dere no se molestó en responder. Solo se cruzó de brazos y se mantuvo firme, como una sombra imponente.

Julián pasó un brazo alrededor de Alice y la atrajo hacia su pecho.

— Voy a llevarte a cenar esta noche. Reservé en un restaurante privado con vista al océano. Solo tú y yo.

Alice sintió el peso de la mirada de Dere sobre ella.

— Me encantaría.

Julián sonrió, triunfante.

— Perfecto. Nos vemos a las ocho.

Antes de irse, se inclinó y le dejó un beso demasiado prolongado en la mejilla, mientras miraba a Dere de reojo, disfrutando de la provocación.

Cuando finalmente se fue, Alice se volvió hacia su guardaespaldas con una sonrisa maliciosa.

— ¿Algo que decir, Ferrel?

Dere la miró fijamente por un momento antes de responder, con su tono más frío.

— Sí. No llegues tarde.

Y con eso, se giró y comenzó a caminar de regreso a la mansión.

Alice lo observó irse, mordiendo su labio con frustración.

¿Cuánto más iba a tardar en romperse ese hombre?

Alice no dejó de pensar en esa maldita llamada.

Victoria Ferrel.

La esposa de Dere.

Y Junior. Su hijo.

¿Desde cuándo Dere tenía una familia?

¿Por qué nunca lo mencionó?

¿Por qué, demonios, eso le dolía tanto?

Alice odiaba sentirse así. Débil. Vulnerable.

Pero lo peor era que Dere no se veía afectado en lo más mínimo.

Desde que regresó del viaje para verlos, seguía siendo el mismo hombre frío, distante y arrogante.

Nada había cambiado para él.

Pero para Alice…

Todo estaba patas arriba.

Esa noche, Dere estaba en la sala de la mansión cuando Alice entró.

Llevaba un vestido rojo de satén, ajustado a la perfección.

El cabello suelto, con ondas suaves cayendo por su espalda.

Era una diosa… y lo sabía.

Dere la miró de reojo y volvió la vista a su teléfono.

—¿Te vas a algún lado? —preguntó sin interés.

Alice sonrió con falsedad.

—Sí. Tengo una cena romántica.

Dere alzó una ceja, sin levantar la vista de su teléfono.

—¿Con tu novio?

Alice entrecerró los ojos.

—Sí, con mi novio.** Julián.**

Dere dejó el teléfono sobre la mesa con calma.

—Vaya. Me sorprende que siga contigo.

Alice cruzó los brazos.

—¿Por qué dices eso?

Dere la miró fijamente.

—Porque tienes un talento especial para sacar de quicio a la gente.

Alice sonrió. Pero era una sonrisa peligrosa.

—Eso es gracioso viniendo de alguien que me ha estado mintiendo todo este tiempo.

El ambiente se tensó de inmediato.

Dere entrecerró los ojos.

—¿De qué hablas?

Alice se acercó lentamente, hasta estar a centímetros de él.

—De tu esposa, Dere.

Dere no reaccionó.

Alice lo miró con rabia.

—De Victoria.

Silencio.

Luego, Dere sonrió de lado.

Alice sintió un escalofrío.

—¿Y qué pasa con ella? —preguntó él, con voz tranquila.

Alice apretó los puños.

—¿Por qué nunca me dijiste que estabas casado? ¿Por qué me ocultaste que tienes un hijo?

Dere no dijo nada.

Solo la miró.

Y luego, con la mayor calma del mundo, soltó la bomba:

—Porque no era importante que lo supieras.

Alice sintió que algo dentro de ella se rompía.

Ese desgraciado lo estaba confirmando.

Todo.

Era verdad.

Se había estado burlando de ella todo este tiempo.

Alice sonrió con amargura.

—Qué idiota fui.

Se giró para irse, pero Dere la agarró del brazo.

Alice sintió su piel arder con su contacto.

—¿Y por qué te importa tanto, Salvaterra? —murmuró él, con la voz baja y peligrosa.

Alice lo fulminó con la mirada.

—No me importa. Solo que no me gusta que me mientan en la cara.

Dere la soltó lentamente.

—Entonces deja de hacer preguntas que no quieres responder.

Alice sintió ganas de gritarle, de golpearlo, de hacer algo para romper esa maldita máscara de indiferencia.

Pero no lo hizo.

En cambio, se inclinó hacia él y susurró:

—Un día, Dere Ferrel, alguien te hará sentir lo mismo que yo estoy sintiendo ahora.

Y con eso, se fue.

Dejándolo solo con su mentira.

Una mentira que, en el fondo, sabía que le iba a explotar en la cara.