Capítulo 36: En la mira

Punto de vista de Alice

La noche había caído rápidamente sobre la finca, envolviéndola en un aire de tranquilidad engañosa. Desde su habitación, Alice podía escuchar el suave murmullo de las hojas de los viñedos agitándose con la brisa y, en la distancia, el sonido de los grillos.

Todo parecía normal…

Pero no lo era.

Suspiró mientras terminaba de organizar su armario. Había desempacado la mitad de su ropa sin siquiera darse cuenta de lo que hacía. Su mente estaba en otra parte.

En la llamada anónima.

En Dere.

En la forma en que había reaccionado.

Se apartó el cabello del rostro y miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero. Llevaba un suéter corto de lana y unos shorts de pijama de seda, su atuendo habitual para dormir, pero no podía dejar de pensar en la mirada intensa que Dere le había lanzado antes.

Como si ya estuviera preparándose para lo peor.

Toc, toc.

La puerta se abrió ligeramente, y la abuela asomó la cabeza con una sonrisa cálida.

—La cena está lista, querida. Teresa ha preparado un estofado delicioso.

Alice se obligó a sonreír.

—Voy en un momento, nonna.

La anciana le sostuvo la mirada con astucia.

—No pienses demasiado, Alice. Lo que tenga que pasar, pasará.

Y con esas palabras enigmáticas, se marchó.

Alice exhaló y se dejó caer en la cama por un momento.

No quería pensar en lo que pasaría.

Pero lo haría, porque Dere estaba actuando diferente. Más tenso, más distante.

Y lo peor de todo era que a Alice no le gustaba esa distancia.

Punto de vista de Dere

Dere estaba en la terraza, apoyado contra la baranda de piedra mientras hablaba en voz baja con los dos hombres que Maximiliano había enviado para reforzar la seguridad.

—Uno de ustedes se queda en la entrada principal, el otro vigila el perímetro —ordenó con tono firme—. Cualquier cosa sospechosa, me llaman primero.

—Entendido —respondió uno de los hombres, asintiendo.

Cuando se quedaron solos, Dere sacó un cigarro, lo giró entre sus dedos y luego lo guardó sin encenderlo.

No podía bajar la guardia.

No con Alice aquí.

El sonido de la puerta corrediza lo hizo girar la cabeza. Alice había salido al balcón de su habitación, justo al lado de la terraza donde él estaba. Se apoyó en la baranda, mirando la noche con una expresión de calma fingida.

—¿Planeas quedarte ahí toda la noche? —preguntó ella con tono casual.

Dere se encogió de hombros.

—Tal vez.

Alice lo miró de reojo.

—Deberías descansar.

—Y tú deberías ser más cuidadosa —le respondió sin mirarla.

Ella chasqueó la lengua.

—¿Vas a seguir con eso?

—Sí.

Alice suspiró, como si estuviera cansada de escucharlo.

—No soy una niña, Dere.

Él se giró entonces, apoyando los codos en la baranda, y la miró fijamente.

—No, pero sigues actuando como una.

Alice entrecerró los ojos, molesta.

—Si lo que buscas es fastidiarme, felicidades. Lo lograste.

Dere no respondió. Solo la observó.

Y Alice sintió ese maldito escalofrío recorriéndole la espalda. Ese hombre tenía una forma de mirarla que la hacía perder el equilibrio sin siquiera tocarla.

—Ven a cenar —dijo finalmente, bajando la mirada—. Mi abuela y Teresa hicieron algo especial.

Dere no se movió de inmediato. Era raro verla así, sin su actitud altanera y desafiante.

Pero finalmente asintió.

—Voy en un momento.

Alice entró de nuevo a su habitación, cerrando la puerta tras ella.

Dere se quedó en la terraza unos segundos más, mirando la oscuridad de la finca.

Sabía que el enemigo estaba ahí afuera.

Solo esperaba que Alice entendiera que, a partir de ahora, su mundo ya no era el mismo.

Punto de vista de Alice

Alice bajó las escaleras con calma, intentando ignorar la sensación de alerta que no la abandonaba desde que había recibido aquella llamada anónima. Sabía que era una estrategia para desestabilizarla, para hacerla entrar en pánico, pero no les daría el gusto.

La finca de su abuela era un refugio de otro tiempo. Las paredes de piedra, las lámparas antiguas colgando del techo y la calidez del hogar contrastaban con la modernidad de su vida en Estados Unidos. La mesa estaba servida con elegancia, con un centro de mesa de flores silvestres y vajilla de porcelana antigua.

Teresa, la cocinera, y su abuela se movían con agilidad, sirviendo el estofado humeante en los platos. La escena era reconfortante, pero Alice no pudo evitar fijarse en Dere cuando entró al comedor con su expresión impenetrable de siempre.

Ese hombre nunca se relajaba.

—Siéntate, bambino, no te quedes ahí parado —dijo la abuela con una sonrisa, señalándole la silla frente a Alice.

Dere obedeció sin discutir. Se sirvió un vaso de agua, pero no tocó la comida de inmediato. Parecía más ocupado observando cada detalle de la casa, como si esperara que en cualquier momento el peligro atravesara la puerta.

Alice, en cambio, tomó su tenedor con elegancia y probó un bocado del estofado. Estaba delicioso.

—Esto está increíble, Teresa —comentó, buscando normalidad en la conversación.

La mujer sonrió con orgullo.

—Nada como la comida casera para recuperar el alma.

Alice no pudo evitar mirar de reojo a Dere. Él era el que necesitaba recuperar el alma.

—¿No comes? —preguntó con fingida inocencia.

Dere alzó la vista y la miró fijamente antes de responder con su voz grave.

—Siempre espero a que todos prueben primero.

Alice rodó los ojos.

—¿En serio crees que alguien va a envenenarnos aquí?

—No subestimes a la gente —fue su única respuesta antes de finalmente empezar a comer.

Alice se recargó en la silla con una sonrisita burlona.

—Eres un paranoico.

—Y tú eres demasiado confiada.

Ahí estaba el juego otra vez.

Alice disfrutaba molestar a Dere, presionarlo, hacer que su fachada inquebrantable se resquebrajara aunque fuera por un segundo.

—Bueno, alguien tiene que ser el alma despreocupada en este dúo, ¿no? —dijo con fingida dulzura.

—Esto no es un dúo, princesa. —Dere bebió un sorbo de agua sin mirarla—. Yo estoy aquí para hacer mi trabajo, nada más.

Nada más.

Alice sintió un extraño nudo en el estómago, pero lo ignoró rápidamente. No iba a permitir que él tuviera el control de la conversación.

—¿Siempre eres así de aburrido o solo cuando estás trabajando?

Dere esbozó una leve sonrisa, la primera en todo el día.

—Depende.

—¿Depende de qué?

—De si la persona que tengo que cuidar me da razones para serlo.

Alice entrecerró los ojos, sintiendo que esa era una forma elegante de llamarla problemática.

La abuela los miraba con una sonrisa divertida, claramente disfrutando de la dinámica entre ellos.

—Parece que ustedes dos se llevan muy bien —comentó con tono astuto.

Alice casi se atraganta con su comida.

—No exactamente.

Dere se limitó a alzar una ceja.

Teresa rió suavemente mientras recogía algunos platos.

—Dicen que los que pelean mucho...

Alice alzó la mano para detenerla.

—No termines esa frase.

Pero su abuela ya había encontrado un nuevo pasatiempo. Molestarla.

—Ay, Alice, querida. A veces lo que nos molesta es lo que más nos atrae.

Alice bufó, fingiendo indiferencia.

Dere solo sonrió de medio lado, sin decir nada.

Pero Alice vio la chispa en su mirada.

Y eso la hizo sentir más nerviosa que la amenaza de Moncada.

Punto de vista de Dere

Alice era un problema.

Un problema con un carácter difícil, con una forma de retarlo que sacaba lo peor de él, pero también con un magnetismo del que le costaba escapar.

Mientras la veía hablar con su abuela y bromear con Teresa, Dere se dio cuenta de algo: ella estaba tratando de actuar como si nada hubiera pasado. Como si la llamada no la hubiera afectado en lo más mínimo.

Pero él lo notaba.

En la manera en que su risa sonaba un poco más forzada.

En la forma en que evitaba su mirada más de lo normal.

Alice estaba asustada.

Y él lo sabía.

Cuando terminaron de cenar, Dere se quedó ayudando a Teresa a recoger la mesa. Alice se excusó para salir al jardín, pero Dere la siguió poco después. No iba a dejarla sola.

La encontró sentada en el columpio de madera, con los brazos cruzados sobre el regazo y la mirada perdida en el cielo nocturno.

—Si querías escaparte, al menos podrías haberlo intentado con más sutileza —comentó él, cruzándose de brazos.

Alice lo miró de reojo, sin moverse.

—No me escapé. Solo quería aire.

Dere se acercó y se apoyó en un árbol cercano, observándola con detenimiento.

—No eres buena ocultando cuando algo te preocupa.

Alice suspiró.

—No estoy preocupada.

—Mentira.

Ella lo fulminó con la mirada.

—¿Ahora eres un detector de mentiras?

Dere sonrió de medio lado.

—No, pero eres predecible cuando te esfuerzas demasiado en fingir que todo está bien.

Alice apretó los labios y desvió la mirada.

—No quiero hablar de eso.

Claro que no.

Porque hablar de eso significaría aceptar que la amenaza había funcionado.

Dere suspiró y sacó un cigarro del bolsillo. Lo giró entre los dedos, pero no lo encendió.

—Si intentan algo, los detendré antes de que te toquen.

Alice lo miró entonces, con una intensidad que lo tomó por sorpresa.

—¿Y si no puedes?

—Puedo.

Su tono no dejaba espacio a dudas.

Alice lo observó por unos segundos más antes de esbozar una sonrisa cansada.

—Siempre tan arrogante.

—Siempre tan terca.

Se miraron en silencio, la tensión entre ellos creciendo de nuevo.

Y aunque Alice quería fingir que no pasaba nada, sabía que estaba perdiendo ese juego peligroso.

Porque Dere ya no era solo su guardaespaldas.

Era la única persona en la que realmente confiaba.

Y eso la aterraba más que cualquier amenaza de Moncada.