Punto de vista de Dere
La oficina de la abuela Mónica era un lugar elegante y frío, con muebles de madera oscura y un enorme ventanal que daba al jardín.
Pero en ese momento, Dere no sentía ni una pizca de frescura en el ambiente.
Estaba parado frente al escritorio, aún con la ropa mojada pegada al cuerpo, mientras la mujer lo miraba con una expresión seria.
—Escúchame bien, muchacho. —La voz de Mónica cortó el silencio como una navaja bien afilada—. No quiero volver a ver lo que vi hace un momento.
Dere mantuvo su postura firme, con las manos en los bolsillos, la mandíbula tensa.
—Entiendo…
La mujer entrecerró los ojos.
—No, no creo que entiendas.
Se inclinó ligeramente sobre el escritorio.
—Alice es una niña caprichosa que no sabe lo que hace. Tú sí.
Dere sintió un ardor en el pecho.
—Alice no es una niña —dijo, su voz más grave de lo que pretendía.
Mónica alzó una ceja.
—Tiene la mentalidad de una. Se encapricha con lo que no puede tener, y en este momento, tú eres su capricho.
Eso le dolió más de lo que quiso admitir.
—Yo no estoy jugando con ella —respondió con seriedad.
—¿Ah, no? —La abuela sonrió con ironía—. ¿Y qué es lo que haces entonces? Porque a mis ojos, te estás comportando como un hombre que no sabe dónde está parado.
Dere no respondió.
Porque en el fondo, ella tenía razón.
Mónica suspiró, como si estuviera cansada de lidiar con él.
—Mira, no te voy a correr de mi casa. Eres el guardaespaldas de mi nieta y Maximiliano confía en ti. Pero quiero que dejes algo claro: Alice no es un juego. Si no tienes intenciones serias con ella, aléjate.
Dere sintió la sangre golpearle las sienes.
¿Intenciones serias?
Mónica se enderezó, con la mirada afilada.
—Si te acercas a ella, más te vale que sea con un propósito real. Porque si la lastimas… seré yo quien me encargue de ti.
Dere sostuvo su mirada.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo.
Porque Mónica Salvaterra no era una mujer que amenazara en vano.
Y él tampoco tenía claro qué demonios iba a hacer con lo que sentía por Alice.
—¿Quedó claro? —preguntó Mónica.
—Sí, señora.
—Bien. Puedes retirarte.
Dere salió de la oficina sintiendo que le habían puesto una soga al cuello.
Pero lo peor fue que, a pesar de la advertencia, no estaba seguro de poder mantenerse alejado de Alice.
Porque esa mujer era como el fuego.
Y él ya se estaba quemando.
Punto de vista de Alice
Alice estaba sentada junto a la piscina, las aguas brillando bajo el sol del mediodía. En su mente aún resonaba la conversación con su madre y las preocupaciones que tenía sobre la pasarela en Los Ángeles. Pero algo dentro de ella no podía dejar de pensar en Dere, en el frío que sentía cuando lo veía, el espacio que de alguna manera se había interpuesto entre ellos.
Al principio, todo parecía fácil de manejar. Ella jugaba con él, provocaba, con su coquetería habitual, disfrutando de los momentos que parecían un desafío sin mayor trascendencia. Pero ahora, algo se sentía diferente.
Levantó la mirada, casi como si un impulso la guiara, y ahí estaba, Dere. En la terraza, observando el horizonte, sin una palabra, como si estuviera atrapado en sus propios pensamientos.
Por un momento, Alice se permitió observarlo sin que él lo notara. La tensión estaba en el aire, pero nadie la reconocía.
¿Qué le estaba pasando?
¿Por qué sentía que su corazón se aceleraba cada vez que lo veía?
De repente, la puerta se abrió, y la figura de su abuela, Mónica, apareció en el umbral.
—Alice, ¿todo bien? —su voz fue suave, pero sabia.
Alice la miró y asintió, sonriendo de manera forzada.
—Sí, abuela. Sólo pensando.
Mónica se acercó, sentándose a su lado en la silla de lounge, y le acarició la espalda con ternura.
—Es normal que estés confundida. Esta finca, este lugar... es tranquilo, pero puede ser peligroso para alguien como tú. Hay muchas cosas que aún no sabes, Alice, y no todas son fáciles de entender.
¿Qué le estaba diciendo?
Alice giró su rostro hacia su abuela, preguntándose si estaba hablando de ella o de Dere.
—¿A qué te refieres, abuela? —preguntó, bajando la voz, como si hubiera algo que ocultara.
Mónica le dio una mirada profunda.
—Lo que pasa entre tú y Dere... —comenzó, con una seriedad inusitada—, tiene consecuencias. Y no siempre será como tú esperas.
Alice sintió un escalofrío recorrer su espalda.
No estaba segura de lo que Mónica sabía, pero algo en el tono de su abuela le decía que no todo estaba bien.
—No entiendo. —Alice frunció el ceño, sin dejar de mirar a Dere desde la distancia.
Mónica suspiró, poniéndose en pie lentamente.
—Es complicado, querida. La gente que vive como él, que carga con responsabilidades tan grandes... no sabe qué hacer con lo que sienten.
Lo que sintió Alice en ese momento fue una mezcla de confusión y desconcierto.
No sabía qué era lo que le pasaba.
No sabía si quería estar cerca de Dere o si prefería mantener la distancia. Pero lo que sí sabía era que algo había cambiado en ella, algo más allá de las miradas furtivas, más allá de los roces casuales.
En ese instante, Dere comenzó a caminar hacia ellos, con paso firme y seguro. Cuando llegó a su lado, Alice lo miró directamente, sus ojos revelando una mezcla de desconfianza y curiosidad. Él la observó un segundo más de lo que debería haberlo hecho, como si una tormenta interna estuviera ocurriendo entre ellos.
—¿Listos para la cena? —preguntó él, con su tono habitual, pero con algo que no pudo identificar, algo más tenso.
Alice asintió, pero antes de que pudiera levantarse, la abuela Mónica volvió a intervenir.
—Dere, acompáñame un momento. Alice, te espero adentro.
Dere la miró por un segundo, antes de seguir a Mónica, dejando a Alice allí, sola con sus pensamientos y su creciente desconcierto.
Ella intentó quitarse la sensación extraña que la embargaba, pero algo dentro de ella sabía que todo esto no era solo un juego.
Algo dentro de ella estaba cambiando, y no sabía si podía soportarlo.
Punto de vista de Dere
Mientras seguía a Mónica hacia la oficina, el peso de lo que acababa de pasar se asentó en su pecho. La tensión estaba tan palpable que casi podía cortarla con un cuchillo.
Había algo en Alice que lo perturbaba profundamente.
Mónica lo miró con frialdad cuando entraron al pequeño salón, con el reloj antiguo en la pared haciendo tictac lentamente.
—Dere, te lo he dicho antes, y lo repito ahora: mantente alejado de ella.
Su voz no era la de una abuela preocupada; era la de una mujer que sabía lo que hacía.
—Yo no soy el problema, señora. —Dere no se contuvo y su tono se volvió desafiante—. Ella... no tiene idea de lo que está haciendo.
Mónica lo observó fijamente, y sus palabras fueron más suaves, pero cargadas de una amenaza oculta.
—No lo entiendes. Alice tiene más poder sobre ti de lo que piensas. No es solo su belleza ni su juventud, es que ella sabe cómo mover las piezas. Tú tienes una responsabilidad aquí, y esa responsabilidad no incluye involucrarte con mi nieta. Si no quieres que esto termine mal, mantén la distancia.
Dere sintió cómo su paciencia comenzaba a desvanecerse.
—Voy a protegerla. Eso es lo que hago.
—Sí, pero no la protejas con tus sentimientos, porque eso es lo que te va a destruir a ti.
Con esas palabras, Mónica lo dejó allí, observando el reloj mientras ella se retiraba hacia el jardín, dejando a Dere con sus pensamientos llenos de dudas y deseos encontrados.