Punto de vista de Alice
Alice sintió cómo el aire se volvió denso.
El agua aún estaba fría, pero su piel ardía.
Dere estaba demasiado cerca.
Podía sentir su calor, su respiración firme, la forma en que su mirada oscura recorría su rostro y descendía lentamente.
—Esto no es un juego, Alice —murmuró, su voz grave y cargada de advertencia.
Alice sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era miedo.
—Entonces, ¿qué es? —susurró ella, con una leve sonrisa desafiante.
Los ojos de Dere brillaron con algo peligroso.
Peligroso y adictivo.
—Es tu última oportunidad de parar —dijo él.
Alice sintió su corazón martillando contra su pecho.
¿Parar?
No.
Ella quería esto.
Lo quería desde hace mucho.
Así que, sin pensarlo más, se acercó aún más, hasta que sus cuerpos quedaron a un respiro de distancia.
—No quiero parar.
Eso fue todo.
La última chispa que encendió el incendio.
En un segundo, Dere la sujetó por la cintura y la empujó contra el borde de la piscina.
El agua se agitó violentamente a su alrededor mientras sus labios chocaban en un beso feroz, intenso, salvaje.
Alice sintió cómo su espalda tocaba la pared de la piscina, pero no le importó.
Solo importaba él.
Su boca, su cuerpo fuerte presionando el suyo, sus manos recorriendo su piel húmeda con una desesperación contenida.
Como si también hubiera estado aguantando todo este tiempo.
Ella entrelazó sus brazos alrededor de su cuello, hundiendo los dedos en su cabello mojado, tirando de él para profundizar el beso.
Dere gruñó contra su boca, y la forma en que su voz vibró en su pecho la hizo temblar.
No era un beso dulce.
No había delicadeza.
Era un choque de emociones reprimidas, un fuego incontrolable que había estado creciendo entre ellos.
Alice gimió contra su boca cuando él la levantó ligeramente, acomodándola mejor contra el borde.
—Maldita sea, Alice… —murmuró Dere, apoyando su frente contra la de ella, respirando con dificultad.
Alice sonrió, con los labios hinchados y el corazón a mil por hora.
—No pares ahora.
Dere cerró los ojos con fuerza, como si estuviera peleando una batalla interna.
Pero al final, cedió.
—Al diablo con todo.
Y la besó otra vez.
Más fuerte.
Más profundo.
Como si estuviera dispuesto a perderse en ella.
Como si ya no hubiera vuelta atrás.
Punto de vista de Dere
"Al diablo con todo."
Eso fue lo último que pensó antes de volver a besarla.
Ya no importaban las reglas, ni su trabajo, ni las consecuencias.
Solo importaba ella.
Alice.
Con su piel húmeda, su cuerpo temblando bajo sus manos, su respiración entrecortada.
Él la sujetó con más fuerza, empujándola contra el borde de la piscina, perdido en la sensación de tenerla así, completamente entregada.
Hasta que…
—¡¿Pero qué carajo está pasando aquí?!
Dere se congeló.
Alice también.
La voz de la abuela Mónica retumbó como un trueno en el patio.
Dere abrió los ojos y vio la silueta de la mujer con los brazos cruzados, una ceja arqueada y una expresión que mezclaba sorpresa y severidad.
Alice se separó de golpe, cubriéndose la boca con una mano, los ojos abiertos como platos.
Mierda.
Dere se pasó la lengua por los labios, sintiendo el sabor de Alice todavía en ellos, su respiración aún acelerada, su piel ardiendo… y su sentido común regresando de golpe.
¿Qué demonios acababan de hacer?
—Yo… —Alice intentó hablar, pero su voz sonó ahogada.
La abuela Mónica no les dio oportunidad de explicarse.
—Salgan de ahí ahora mismo.
Su tono no admitía discusión.
Dere soltó un resoplido, frotándose la cara con frustración.
Maldita sea.
Se giró para darle la espalda a Alice y salió del agua, el agua goteando de su cuerpo mientras su camiseta negra se le pegaba al torso.
Alice lo miró.
Y Dere lo sintió.
Incluso en medio del caos, incluso con la abuela observándolos con ojos afilados, esa mirada seguía cargada de deseo.
Lo mismo que él sentía por ella.
Alice salió detrás de él, ajustándose el bikini con incomodidad.
La abuela Mónica los miró a los dos con una expresión calculadora.
—Alice, ve a cambiarte. Y tú, muchacho —lo señaló a él con el dedo—, en mi oficina ahora.
Dere sintió un escalofrío en la nuca.
Alice tragó saliva y le lanzó una última mirada antes de girarse y caminar hacia la casa.
Dere se quedó quieto, con los puños cerrados.
¿Qué diablos iba a decirle la abuela?
Lo averiguaría en unos minutos.
Y estaba casi seguro de que no iba a ser nada bueno.