La espada humeaba por el impacto. Las personas comenzaron a gritar, rápidamente se creó un caos entre aquellos que querían salir y quienes buscaban protegerse en tal caso de otro ataque.
Había quedado sorprendida de que alguien quisiera hacerme daño, porque el impacto venía dirigido hacia mí, evitando a la perfección tocar a Aries. Mis manos se aferraban al trono, miraba a mi guardián con un poco de asombro, bajó su espada, no me había dado cuenta de que se había quitado la máscara antes.
Sus ojos marrones me miraron con lo que parecía ser preocupación. El salón se llenó de caballeros tratando de calmar la situación, apresaban a algunos y otros los dejaban ir, miré a las otras sillas que estaban a mi lado, pero se encontraban vacías. Los guardianes de los otros reyes habían actuado igual de rápido para sacar a sus reyes del caos.
—Majestad, ¿se encuentra bien? —preguntó mi guardián, solo pude asentir.
El capitán Bauer entró junto con otros caballeros, mi guardián hizo una reverencia ante su presencia y se dirigió a él, entre ellos hablaron un poco y luego el capitán se marchó.
Comencé a caminar para salir del salón, ya no había nada que hacer ahí, este había quedado completamente vacío luego de la llegada de los caballeros.
De las magias registradas, había una que era crear cosas a partir de energía entre ellos armas, estos se le conocen como lyarmis[1], entre más energía usaban más débil quedaba el lyarmis, pero más fuerte sería el impacto, lo que me sorprende que la espada del guardián haya quedado en una sola pieza, ya que el destello era bastante fuerte.
[1] Persona capaz de utilizar destellos de luz hechos de energías como armas.
Mis shauri venían corriendo hacia mí, sus rostros se veían un poco pálidos.
—¡Majestad! —gritaron ambas cuando me vieron.
—Escuchamos decir que alguien la había atacado. —comentó Isobel.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Akina.
—Si, me asusté un poco, pero estoy bien. Gracias por preocuparse. —respondí.
—Majestad. —escuché decir detrás de mí.
Su voz resultaba intimidante, un poco gruesa, mis shauri se sonrojaron un poco. Giré para encontrarme a mi guardián, su cabello caía un poco en su frente, pasaba su mano por él para peinarlo.
—Majestad, le pido por favor que vaya a su habitación, mientras la situación se calma, estaré con la caballería buscando al culpable. —dijo él.
—De acuerdo, señor… —comencé a decir, pero recordé que no se había presentado ante mí.
Sorpresivamente se arrodilló ante mí, colocando una mano en su pecho me dijo: —Eriol Gerlaria, majestad. Caballero dorado.
—De acuerdo, señor Gerlaria. Si tiene novedades para mí acerca del ataque puede hacérmelo saber.
Caminé hacia mi habitación, lo que había dicho Eriol tenía mucho sentido, pues, no podía estar deambulando por el palacio teniendo en cuenta que hacía poco me habían atacado, o al menos eso pensaba, puesto que el ataque no había herido a Eriol y la dirección era perfecta para hacerme daño.
Pasaba por el jardín cuando me llegó el maravilloso aroma de las flores, no pude evitar dirigirme hasta allá para poder contemplarlas. Siendo reginor[2] cada año visitaba el palacio, para asistir a una reunión con el consejo y aprender de cuestiones políticas y el funcionamiento interno del reino, una vez finalizaba la reunión, siempre terminaba en los jardines, contemplando las flores que su exquisito olor y hermosos colores llenaban el palacio de vida.
[2] Título que se le otorga a los reyes que aún no han sido coronados.
Me pasé alrededor de las fuentes, el rocío del agua salpicaba un poco mi vestido, me llamó la atención ver a una mujer sentaba en la fuente, su espalda se encontraba seca, hacia poco se encontraba allí sentada. Su piel era pálida, con un largo cabello negro que llegaba a sus muslos, ojos rasgados igualmente negros, sus mejillas rosadas por el sol le daban un aire de inocencia.
—Majestad. —dijo la mujer haciendo una reverencia, soltando una flor que había sido víctima de sus manos.
Hice una reverencia para responderle el saludo.
Me preguntaba si así serían las cosas de ahora en adelante, estando al cuidado del sacerdote Uzuai, los monjes del templo me trataban como a un igual, no existía tal trato especial, pero ahora las cosas eran diferentes, los demás tendrían siempre algo que reconocer, como en este caso la corona.
En vista que no tenía algo más que conversar con la mujer, me di vuelta para caminar hacia mi habitación, cuando esta mujer gritó.
—¡Majestad, espere! —gritó para luego colocarse nerviosa, al ver la reacción de mis shauri quienes la miraban con desprecio por haberme gritado. —Perdóneme, no quise gritar, me gustaría charlar con usted.
—¿De qué desea hablar, señorita? —pregunté con cortesía.
—Mi nombre es Nina, majestad. —dijo haciendo una reverencia de nuevo.
—¿Tiene apellido, señorita Nina? —pregunté.
Balbuceo durante unos segundo bastante nerviosa, pero no me dijo la respuesta, quizá no pertenezca a una familia distinguida, o quizá si lo haga, pero le avergüenza por algún motivo.
—Entiendo, ¿qué desea de mí, señorita Nina?
—Me gustaría saber si usted conoce algún hechizo para deshacer un juramento de sangre. —preguntó ella casi en un susurro.
—Es muy osada preguntarle eso a una reina, teniendo en cuenta que es una magia muy peligrosa de manipular, por no decir que está prohibida. —respondí, sus mejillas se sonrojaron ante mi comentario.
—Era muy pequeña para saberlo, hoy en día me arrepiento de ello, pero más arrepentida estoy por lo que conlleva ese juramento. —explicó.
No podía pedirle información detallada sobre ese juramento, moriría intentando decirme, o en el peor de los casos se torturaría mucho en el proceso. De eso se trataba el juramento de sangre, quienes lo hacían, morirían antes de revelar el contenido del juramento, por lo que el contenido se iría con ellos, por eso se considera una magia peligrosa, pues puede haber muchas personas con secretos de traición, asesinatos y jamás lo sabríamos.
—Hasta el día de hoy, señorita Nina, me temo que no conocemos algo que detenga el encantamiento. ¿Viene usted de una familia noble? —pregunté tratando de indagar sobre su pasado.
Me generaba mucha curiosidad que se negara a decirme su apellido, normalmente es símbolo de orgullo ya que demuestra el poder que se tiene sobre los demás de acuerdo con el estatus que posea la familia, pero ella se negaba a eso. Además, el apellido también podría servir para que pudiera ayudarla con su problema contactando a su familia.
—No, majestad, la verdad es que mi padre me abandonó hace mucho tiempo y mi madre murió de causas naturales.
Se me hizo un nudo en la garganta, ella al menos sabía sobre ellos, yo ignoraba quiénes eran, pero no sabía qué lado era más cómodo, saber la verdad o vivir en la ignorancia.
—Lo lamento.
Escuché unos pasos apresurarse hasta donde nos encontrábamos, Eriol llegó con su expresión seria, muy apresurado.
—Majestad, temí lo peor cuando no la encontré en su habitación. —dijo él.
—No se preocupe, señor Gerlaria, charlaba con la señorita Nina.
—Tenemos noticias sobre el atacante. —dijo él.
Miré a Nina quien tenía su mirada hacia el piso, sonreí ante la timidez de ella.
—Señorita Nina, me temo que debo irme. Ha sido un placer hablar con usted. —dije y ella se despidió.