Capítulo 1: La coronación.

Las ruedas del carruaje rechinaban cada vez que avanzaba, el portal se había cerrado hace poco. El sacerdote Uzuai miraba a través de la ventana en silencio contemplando el paisaje; el palacio poco a poco se iba alzando frente a nosotros. Suspiré ante los nervios y me incorporé en la silla buscando relajarme.

Empezamos a cruzar el puente que conducía hacía el palacio, el camino de piedra hacía que se tambaleara un poco el carruaje, los caballeros anunciaron nuestra llegada, las puertas se abrieron para continuar nuestro camino. Rodeamos la fuente principal del palacio y bajamos del carruaje, en la entrada nos esperaban los otros sacerdotes de los demás templos y dos mujeres que no distinguía, quienes hicieron una reverencia, les respondí el saludo.

—Acompáñenla a vestirse, por favor. —pidió el sacerdote Uzuai.

Ellas empezaron a caminar por el palacio guiándome dentro de la cantidad de habitaciones y torres que había, llegamos a una de las ocho torres que poseía el palacio. La habitación muchos más grande que el templo donde había crecido, con una sala de estar para recibir visitas, el baño y por supuesto su cama. En una de las paredes del cuarto, se encontraba un tocador con varios productos de maquillaje.

Comencé a hablar con las mujeres, Isobel Amica y Akina Chalot serían mis shauri[1] quienes me acompañarán en cada momento, elegidas especialmente por el sacerdote Uzuai. Akina era hija de la familia con el mayor comercio de gemas encantadas en toda Hirina, e Isobel era hija del anterior rey del aire Tadeusz Amica por lo que la dejó en buena posición.

 [1] Personas que acompañan a los reyes, quienes se preocupan por su imagen física y divulgativa, además de organizar cada aspecto de la vida del rey asignado.

En las siguientes horas, ellas se encargaron de ayudarme a vestirme, peinarme y maquillarme para la ceremonia que estaba previa a comenzar, observo mi vestido ceremonial al espejo de la habitación, blanco igual que mi cabello, igual que todo lo que representa la luna, en mí lo que resaltaba era mi ojo izquierdo negro, diferenciándose de su compañero de color gris.

—Majestad, ¿qué se han puesto sus padres para la ceremonia? —preguntó Akina.

Eso era un asunto bastante sensible para mí había comprendido e intentado superar todo lo relacionado con mis padres, pero aún no dejaba de entristecerme con ese tema.

—Yo… yo soy huérfana, señorita Akina. —le respondí con una sonrisa.

—Lo lamento mucho, majestad, no quise incomodarla. —dijo pálida por mi respuesta, para hacer una reverencia.

—No te disculpes, no lo sabías.

Llamaron a la puerta e Isobel fue a mirar de que se trataba, había tres caballeros en la entrada de mi habitación, quienes me llevarían hasta donde se iba a celebrar la ceremonia.

Recorrimos todo el palacio para llegar a la capilla de las diosas, un lugar sagrado en todo el reino, en donde se dice que se llevó a cabo el día de la redención hace muchísimo tiempo atrás.

Escuché unos pasos detrás de mí, la fragancia era inconfundible a donde fuera la reconocería ya que provocaba en mí una repulsión, no solo al aroma, sino a quien la portaba. Usaba la misma fragancia desde niños y con el tiempo ese sentimiento de asco fue incrementando. Él se detuvo muy cerca de mí, por lo que pude escuchar que también venía acompañado de sus shauri.

Sorpresivamente no emitió ni una sola palabra, quizá los nervios le ganaban tanto como a mí en ese momento. Pasó delante de mí para entrar primero a la capilla, luego entramos nosotras, a mitad del camino mis shauri se separaron de mí para dejarme continuar con mi camino sola hasta la estatua de la diosa, que se encontraba en al fondo de la capilla.

Detrás de mí llegaron otras cinco personas, cada uno colocándose debajo de su estatua correspondiente, la diosa que le otorgó sus poderes.

La capilla se encontraba en penumbras, unas cuantas velas que se encontraban alrededor es lo que nos otorgaba un poco de visibilidad. Alrededor de nosotros, sentados, se encontraban los invitados a la ceremonia, las personas que más nos interesaban que presenciaran este acto sagrado, los miembros del concejo, los sacerdotes, los altos mandos de la caballería, personas de renombre y por supuesto, la familia más allegada a los futuros reyes de Hirina.

—Conmemoramos la ducentésima descendencia de las diosas. —comenzó a decir la sacerdotisa Hana desde su asiento. —Una vez más estamos aquí reunidos para asegurarnos que las diosas se encuentren con nosotros.

Esto lo habíamos ensayado varias veces en los últimos meses, cada uno de nosotros se pararía al frente, diría su nombre en voz alta, seguido de su descendencia, para luego hacer el juramento y que el sacerdote correspondiente al templo de la diosa le coloque su respectiva corona con su símbolo representativo.

Se iniciaría desde los reyes elementales hasta los reyes astros siguiendo un orden en específico. La primera en salir es Isadora Airea, descendiente de la diosa Isaura, aire; luego seguiría Atlas Skov, descendiente de la diosa Akina, tierra; luego Daniel Bero, descendiente de la diosa Agnes, fuego; luego Seiko Misu, descendiente de la diosa Crystal, agua; luego mi persona, descendiente de la diosa Amaris, luna; y, por último, Aries Melyn, descendiente de la diosa Kisha, sol.

Después de recitar el juramento los ojos de las estatuas que representaban a la diosa se iluminarían momentáneamente indicando que su descendiente se encuentra presente.

Así inició la reunión, uno a uno fue pasando cada rey, hasta que llegó mi turno. Di dos pasos al frente suavemente.

—Mi nombre es Agatha Iluna, soy la descendiente de Amaris, reina de la luna. Juro solemnemente proteger a Hirina de cualquier mal, haciendo uso de los poderes que la diosa Amaris a puesto sobre mí, siendo mi responsabilidad cuidar al pueblo y a su gente.

Como con el resto de los reyes, a la estatua representativa de la diosa se le iluminaron los ojos y hubo silencio, el sacerdote Uzuai se levantó de su asiento sosteniendo una almohada blanca entre sus manos, sobre ella iba la corona que me representaría de ahora en adelante. La corona tenía en símbolo de la luna en la parte superior envuelto en piedras, se entrelazaban a ellas unas líneas que luego bajaban para continuar con el resto de la corona. Luego siguió el rey Aries, repitiendo exactamente lo mismo que todos los demás.

Cuando terminó la parte de él, era que venía lo más importante: la ceremonia del loto. Esta se caracterizaba por ser la parte más importante de todo, la asignación de un guardián, o mal llamado una sombra, porque su labor sería proteger a su rey adonde quiera que vaya. Aunque me parecía algo absurdo, que un ser mortal cuide de un ser que no puede morir, lo cierto es que ellos no solo nos cuidan, sino que también nos proporcionan sus conocimientos para poder tomar las mejores decisiones.

Las puertas de la capilla se abrieron y entraron doce personas, todas llevaban su uniforme de caballería, con la distinción del sello dorado en el lado izquierdo de su pecho que indicaba que eran parte del círculo dorado de la caballería, aquellos que, por sus poderes o conocimientos, e incluso los años experiencia les permitieron llegar ante nosotros.

Estas doce personas llevaban una máscara cubriendo su rostro porque una de las principales características del círculo dorado es que se desconoce quienes forman parte de ella, hasta que se revelan ante los reyes solo aquellos que son elegidos. Ellos se colocaron entre las sillas de los invitados y nosotros. En el mismo orden que hicimos nuestro juramento debíamos pasar delante de ellos, algo muy sencillo pero muy simbólico.

Cuando fue mi turno, caminé en silencio, los tacones resonaban en la capilla por el silencio casi sepulcral que había, me posé delante del primer caballero para tomarle la mano, era lo único que debía hacer con todos hasta que sugiera algo. Fui uno por uno, pero no ocurrió algo a diferencia de los demás. Escuché como los invitados empezaban a murmurarse algunas cosas, aun mas cuando el sacerdote se levantó y fue hasta mí.

No me encontraba preocupada por los hechos, pero si me sorprendía que, de todos los reyes, haya sido a mí la única que no le haya tocado un guardián, no sé si era posible que sucediera, pero por la reacción de los demás, al parecer no era normal.

—Inténtalo una vez más. Mantén tu mente en blanco y deja sentir a tu corazón, es lo que necesitas. —me dijo el sacerdote Uzuai casi susurrándome mientras tocaba mi hombro.

La ceremonia del loto era fundamental para los reyes porque se establecía una conexión única con su guardián, estas conexiones pueden ser porque están destinados a grandes cosas en el futuro, o puede ser porque entre ellos o alguien de sus ascendientes tuvieron alguna relación de distintas índoles. Muchas veces se daban a conocer estas conexiones, otras quedaban como un misterio.

Comencé a dar la vuelta nuevamente entre los caballeros, el tercer guardián a quien le doy la mano, al contacto emite un destello azul en forma de lazo que envuelve nuestros brazos simbolizando así la unión rey-guardián, como había ocurrido con los demás.

Sentí un alivio cuando ocurrió, pues no sabía que sucedería después en tal caso que no volviera a resultar, sigo sin poder entender que habré hecho mal para que no resultara a la primera.

Llegue de nuevo hasta mi lugar para que luego pasara Aries, al segundo guardián que había se creó la conexión entre ellos, ya con eso daban por concluida la primera parte de la ceremonia.

Aries salió de la capilla seguido de su guardián aun con su mascara puesta, empecé a caminar detrás de Aries para ir al gran salón para terminar la ceremonia, con lo que llamaban una demostración de poderes, el gran salón se encontraba más lleno que la capilla, muchas personas de Hirina habían sido invitadas sin importar su posición solo para que conozcan a sus nuevos reyes.

Para esa demostración empezó Aries con su espectáculo ante todos encendiendo con fuego todas las velas disponibles y luego apagándolas. Mientras los demás esperábamos sentados atrás en nuestros tronos.

Lo siguiente que ocurrió fue algo que puedo recordar lentamente cada detalle. Aries empezaba a crear un espectáculo de fuego con luces, muchas personas estaban sorprendidas ante el manejo de sus poderes, desde el público se emitió un destello verde, que se iba haciendo cada vez más grande, se iba acercando. Mi guardián se puso delante de mí, en un ágil movimiento desenfundó su espada. El destello de luz pasó por un lado de Aries sin tocarlo, para aterrizar en la espada de mi guardián.