Pasaron cinco años desde el día en que Yuki subió por primera vez al templo.
Cinco largos años bajo la tutela implacable de su abuela.
No lo había aprendido todo todavía —ni de cerca—, pero había dominado las bases de la telequinesis y había templado su cuerpo y su carácter.
La abuela la miró una mañana, tras un último ejercicio de concentración en el patio cubierto de escarcha, y le dijo:
> —Ya no puedo enseñarte nada… por ahora. Lo demás lo aprenderás afuera. Métete a la Asociación de Ecos. Que el mundo te muerda y te mastique hasta que decidas si quieres que te escupan o te traguen.
Y así fue como, con una simple maleta al hombro y el temple frío de siempre, Yuki descendió de la montaña y llegó a la gigantesca sede central de la Asociación de Ecos.
Era un edificio de acero y vidrio, lleno de letreros luminosos y gente corriendo de un lado a otro.
La recepcionista apenas le dedicó una mirada antes de indicarle a qué piso debía ir para registrarse.
—Pasillo 7, ventanilla 3. Grupo de rango indefinido.
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🌒 El equipo
En la pequeña sala de espera había dos chicos ya sentados.
Uno parecía serio, callado, con las manos en los bolsillos y la mirada gélida clavada en la pared. Tenía cabello largo, negro atado en una coleta, con un mechón rojo que caía sobre su rostro. Sus ojos eran negros profundos, y su piel clara.
Ese era Sen.
El otro era todo lo contrario: pelo blanco ligeramente largo, atado en una pequeña coleta con un mechón rosa teñido, piel clara, ojos azules oscuros y una gran sonrisa mientras jugueteaba con una botella de agua.
Ese era Supsuro.
En cuanto Yuki entró, Supsuro fue el primero en romper el silencio:
—¡Oye! ¡Pero qué guapa está la nueva! ¿Tú eres nuestra compañera? Dime que eres nuestra compañera.
Yuki ni siquiera lo miró.
Solo se sentó al otro extremo de la sala, dejando su maleta a un lado y mirando hacia el reloj de pared.
Supsuro no se desanimó:
—Oye, oye, oye, ¿qué onda con tu cola y tus cuernos? ¿Es cosplay o qué? ¡Se ven súper reales!
Sen resopló, sin molestarse en girar la cabeza.
—Cállate, Supsuro. No todos quieren escucharte.
—¡Ay, el emo habla! —se burló Supsuro, girándose hacia él—. ¡Anoten la fecha! El señor misterioso decidió abrir la boca.
En ese momento entró la secretaria a cargo del grupo, sin molestarse en ocultar su aburrimiento.
—Bien. Ustedes tres son el… —revisó su tabla— …Grupo 47. Por ahora sin rango definido. Básicamente, relleno. Investigarán zonas, recogerán materiales y no molesten. ¿Preguntas?
Supsuro levantó la mano.
—¿Qué rol ocupamos entonces? ¿Y qué pasa si uno se muere?
La secretaria lo miró con desdén.
—El más fuerte sobrevive. Y por ahora su rol es… no estorbar. Eso es todo.
Antes de irse, añadió sin girarse:
—Ah, y no esperen uniforme todavía. Hasta que no demuestren algo, vístanse como quieran. Son… intrascendentes.
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🌒 El inicio del desastre
Ya fuera de la oficina, los tres caminaron juntos hacia el elevador.
Supsuro no paraba de hablar:
—¿Sabían que hay como cinco tipos de grupos? ¡Los que pelean, los que rescatan, los que curan, los que investigan y… nosotros! Los que no sirven para nada. ¡Genial, ¿no?!
Yuki finalmente habló por primera vez desde que llegó:
—Cállate antes de que te entierre en el techo.
Sen escondió una sonrisa fugaz al oírla.
Supsuro solo rio nervioso, subiendo las manos en son de paz.
—Oookey, la princesa albina tiene carácter… me gusta.
Pero en el fondo, los tres sabían que aquel era apenas el comienzo.
Un equipo de desconocidos, incompletos, con habilidades extrañas y personalidades imposibles.
El peor equipo en la historia de la Asociación.
Y ahora… los peores tenían que demostrar que valían algo.
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Así cerraba el Capítulo 3, con el equipo caminando por el pasillo entre ecos más veteranos que los miraban con desprecio y murmuraban:
> “El equipo de relleno…”
“No van a durar una semana…”
“Pobre idiota la que se mete con esos inútiles…”
Pero Yuki no parecía inmutarse. Solo pensaba para sí misma:
> No vine aquí para gustarles. Vine para demostrarles que puedo destruirlos a todos, si me da la gana.