—El manual de supervivencia en novelas transmigradas es claro: "Evita al villano como a la peste". Yo, claramente, necesité anteojos. Porque en la letra pequeña decía: "...y bajo ninguna circunstancia mires a su hermano menor con esa sonrisa de lobo y esos ojos de tormenta". Demasiado tarde. —Confesiones de una transmigrada con pésimo gusto (pero excelentes reflejos).
El último recuerdo de Elena Mendoza fue una combinación nauseabunda: el sabor amargo del café de máquina quemado, el tacto pegajoso de su teclado gaming bajo los dedos, y la imagen pixelada en su pantalla de Lady Seraphine de Montclair, la protagonista de "El Jardín de las Sombras Malditas", desplomándose en un banquete imperial con espuma sanguinolenta en los labios. La ironía fue cruel: Elena, veintisiete años, diseñadora gráfica y adicta a las novelas web, había muerto de la forma más patética imaginable. Un ataque de tos por ahogarse con una maldita galleta de avena mientras leía el clímax envenenado. Un final digno de un meme, no de una heroína.
No hubo túnel de luz. Ni coros celestiales. Ni siquiera un fastidioso ángel con una lista de sus pecados (mayormente, comprar demasiados libros online y odiar el gimnasio). Solo… caos absoluto.
Un vértigo insoportable la sacudió como una muñeca de trapo dentro de una lavadora cósmica. Colores distorsionados se fundían en espirales psicodélicas, sonidos apagados (¿campanas de duelo? ¿gritos lejanos?) retumbaban en sus oídos, y una presión aplastante le hundía el pecho. Luego, silencio. Y un frío húmedo, penetrante, que se le clavaba en los huesos hasta la médula.
—¡Ugh! ¿Qué diablos...? —Su voz sonó extraña, demasiado melodiosa, demasiado… delicada. Como el tintineo de una copa de cristal. Abrió los ojos con un esfuerzo sobrehumano. Su minúsculo apartamento, con sus pantallas parpadeantes y montañas de envases de comida rápida, había desaparecido. Ahora yacía sobre un frío suelo de mármol blanco veteado de gris, en una habitación que parecía sacada de los excesos más alucinantes de Versalles. Columnas doradas se alzaban hacia un techo abovedado pintado con frescos de dioses y bestias. Tapices enormes, bordados con hilos de oro y plata, mostraban escenas de cacerías épicas y batallas legendarias. Candelabros de cristal colgaban como arañas gigantes, sus velas ardiendo con una luz parpadeante que proyectaba sombras danzantes. Un olor intenso, a cera de abejas envejecida y a flores exóticas demasiado dulces, jazmín y gardenias, tal vez, inundaba el aire, casi empalagoso.
—¡Por el Wi-Fi sagrado y todas las series en streaming! ¿Esto es el más allá? ¿O me inyectaron alguna droga experimental de realidad virtual? —masculló, llevándose una mano temblorosa a la cara. La piel que tocó era suave como seda recién desenrollada, la nariz pequeña y recta, los labios… —¿Más gruesos? —Se incorporó torpemente, sintiendo el peso incómodo y las múltiples capas de un vestido ridículamente elaborado: gasa azul celeste, encajes de chantilly, cintas de raso y lo que parecían pequeñas perlas cosidas por todas partes. Miró sus manos: largas, delicadas, de uñas perfectamente ovaladas y sin rastro de la pequeña cicatriz que tenía del intento fallido de cortar un aguacate hacía dos años. Estas no eran sus manos. Este no era su cuerpo.
—¡Felicitaciones, Huésped! ¡Transmigración dimensional completada con éxito! —Una voz metálica, chirriante y absurdamente alegre, como un asistente de voz británico con una sobredosis de éxtasis, resonó dentro de su cráneo. —¡Bienvenida al universo narrativo de 'El Jardín de las Sombras Malditas'! Ha sido seleccionada para encarnar a la protagonista central: Lady Seraphine Devereux. Objetivo principal: ¡Sobrevivir a las intrigas palaciegas y alcanzar un Final Feliz certificado! (TM)
Elena—no, Seraphine—se quedó boquiabierta, literalmente. —¿Que he qué? ¿'El Jardín de...? ¡Es la novela que estaba leyendo cuando me fui al otro barrio! ¿Y soy Sera? ¡Pero si Sera muere en el capítulo 30! ¡Envenenada por esa víbora de Lady Beatrice! ¡Después de elegir al consorte equivocado! —El pánico, frío y agudo, le agarrotó el estómago. Recordaba cada detalle con espantosa claridad: Seraphine, la heredera dulce, algo ingenua y tremendamente manipulable, atrapada en la corte más venenosa del reino, obligada por la tradición a elegir un esposo entre los nobles más poderosos... y peligrosos. Elegir mal era firmar su sentencia de muerte.
—¡Exacto, Huésped! Pero no despliegue el pánico aún. Para facilitar su adaptación a este nuevo rol de alto riesgo, se le ha otorgado el 'Sistema de Elección Crítica' (SEC). ¡Es hora de tomar su primera decisión trascendental! ¡Elija sabiamente, su vida depende de ello! —La voz chirrió con un entusiasmo que rayaba en lo psicótico. Un holograma azul eléctrico, como una pantalla flotante, apareció ante sus ojos. Mostraba tres retratos animados, como perfiles de una exclusiva app de citas medieval:
1. Lord Cedric de Valtor: El Príncipe Heredero. Impecablemente guapo: pelo rubio como el oro recién acuñado, ojos azules tan fríos como un glaciar, facciones talladas por los dioses. El "final seguro", el "camino real hacia la estabilidad aburrida". Según los foros de fans, elegirlo garantizaba supervivencia... y una vida de protocolos interminables y conversaciones sobre el tiempo. —Probabilidad de supervivencia a largo plazo: 92%. Probabilidad de muerte por aburrimiento: 87% —susurró el sistema.
2. Sir Gideon Blackwood: El Comandante de la Guardia Real. Facciones duras como el granito, una cicatriz que le cruzaba la barbilla hasta la mandíbula, ojos castaños intensos que prometían lealtad inquebrantable... y probablemente ronquidos capaces de derribar muros. El "guerrero honorable". Prometía acción, protección física... y poca sofisticación. —Probabilidad de supervivencia a largo plazo: 78%. Probabilidad de morir aplastada en su sueño por un brazo demasiado musculoso: 15% —añadió el sistema con tono práctico.
3. Lord Kaelan Blackwood: El Hermano Menor del Duque Lucius Blackwood... El Villano Principal de la historia.
El corazón de Seraphine (ex-Elena) dio un vuelco salvaje y se estancó en su garganta. Este hombre no estaba en las opciones originales de la novela. Kaelan Blackwood. El retrato holográfico lo mostraba de medio perfil, como si despreciara la idea de posar. Pelo negro como el azabache, desordenado y ligeramente largo, cayendo sobre una frente amplia y despejada. Ojos grises, del color de una tormenta oceánica a punto de estallar, profundos, penetrantes y cargados de una ironía burlona que parecía desafiar al espectador. Pómulos altos y marcados, una mandíbula fuerte con una leve sombra de barba que añadía un aire de peligrosa descuido. Y esa sonrisa... una sonrisa torcida, apenas esbozada, que le hacía un hoyuelo fugaz en la mejilla izquierda y prometía problemas deliciosos y probablemente mortales. Vestía sencillamente de negro, sin los adornos excesivos de los otros candidatos, solo una cadena plateada con un colmillo de lobo que reposaba sobre su pecho. Exudaba magnetismo crudo, peligroso, irresistible. Era la personificación de la peor idea posible... y la más tentadora.
—¡Lord Kaelan Blackwood no es una opción válida ni recomendada! —chilló el sistema, su tono alegre cambiando a una alarma aguda. —¡Es el hermano del antagonista principal! ¡Su elección aumentaría la probabilidad de muerte prematura y dolorosa en un 89.3%! ¡Interferencias narrativas detectadas! ¡Seleccione a Lord Cedric o a Sir Gideon para optimizar sus posibilidades de supervivencia inmediata!
Pero Seraphine ya no escuchaba. Sus ojos estaban clavados en el holograma de Kaelan. En su vida anterior, Elena Mendoza había conocido el "amor" a través de citas desastrosas con tipos que hablaban más de sus criptomonedas que de sus sentimientos, o que creían que un meme era una declaración profunda. Kaelan era... otro universo. Era el chico malo sacado directamente de la portada de una novela romántica prohibida, el vampiro sin moral, el demonio con un pasado oscuro que solo una tonta querría redimir. Todo en él gritaba "peligro", "huye", "esto acabará mal". Pero también gritaba "tócame", "bésame", "vive".
—¿Aumenta la probabilidad de muerte a casi un 90%? ¡Vaya, casi un seguro de vida... pero al revés! —pensó, sintiendo cómo el pánico inicial se transformaba en una oleada de adrenalina absurda y liberadora. Recordó su vida gris en la oficina, su muerte ridícula por una galleta. ¿Había cruzado dimensiones, muerto y renacido en este mundo de magia, espadas e intrigas letales para elegir al rubio aburrido o al soldado rudo? Jamás. Si iba a arriesgarse a ser envenenada, apuñalada por la espalda o maldecida por una bruja rencorosa, que fuera por algo que le hiciera sentir viva. Por alguien que hiciera latir su corazón como un tambor de guerra, incluso si ese mismo corazón podía ser arrancado en cualquier momento.
—Lo siento, Siri del Apocalipsis —murmuró mentalmente hacia el sistema, una sonrisa temeraria asomando a sus nuevos labios. —Pero si voy a vivir – o morir de forma espectacular – en esta novela, será siguiendo mi instinto... aunque sea el instinto más catastrófico del multiverso.
Con un impulso que combinaba la valentía de un kamikaze y la estupidez de una polilla frente a una llama, Seraphine estiró el dedo (índice, impecablemente manicurado, otra novedad que la asombraba) y tocó con decisión el holograma centelleante de Kaelan Blackwood.
—¡ELECCIÓN CONFIRMADA: LORD KAELAN BLACKWOOD! —anunció el sistema, con un tono que podría describirse como aterrorizado y profundamente decepcionado. —¡ADVERTENCIA CATEGÓRICA! ¡ADVERTENCIA! ¡NIVEL DE AMENAZA ELEVADO A 'ROJO SANGRIENTO'! ¡ACTIVANDO PROTOCOLO DE SUPERVIVENCIA BÁSICO (REZAR Y ESPERAR MILAGRO)! —El holograma parpadeó violentamente y desapareció, dejando un eco de pitidos de alarma que sonaban como un llanto electrónico en su mente.
El silencio que siguió fue denso, opresivo, cargado de la magnitud de su error glorioso. Seraphine respiró hondo, el perfume floral de repente le pareció asfixiante. ¿Qué había hecho? Acababa de atar su destino al hermano menor del hombre que, en la novela original, había orquestado la caída y muerte de Seraphine con la frialdad de un ajedrecista y la crueldad de un psicópata. Lucius Blackwood. El Duque de las Sombras. Su verdugo.
—Bueno, Sera —se dijo a sí misma, usando el apodo cariñoso que los fans daban a la protagonista, mientras se ponía de pie con una gracia innata que su nuevo cuerpo parecía recordar, aunque su mente se sentía como un elefante en una cacharrería. —Acabas de seleccionar el modo 'Leyenda' en esta realidad. Pero oye, si vas a caer, que sea desde muy alto... y con una vista alucinante. —Se imaginó esos ojos grises de tormenta fijos en ella con intensidad, esa sonrisa torcida deslizándose en sus labios... y un escalofrío (¿de terror puro? ¿de anticipación eléctrica?) le recorrió la espalda de arriba abajo.
Se acercó tambaleándose a una enorme ventana arqueada, oculta tras pesadas cortinas de terciopelo carmesí. Las apartó con una mano que apenas lograba contener el temblor. Afuera, un imponente jardín de invierno se extendía bajo un cielo plomizo y amenazante. Fuentes congeladas en grotescas esculturas de hielo, setos recortados con precisión geométrica militar, estatuas de mármol pálido que parecían observar con ojos vacíos y juiciosos. Era hermoso, sí, pero con una belleza fría, calculada, opresiva. Una auténtica jaula dorada. Su jaula dorada ahora.
De repente, el aire se espesó. Una sensación de frío intenso, repentino, como si una sombra viva hubiera absorbido todo el calor de la habitación, la hizo estremecerse. No era el frío del jardín; era algo más profundo, más maligno. Lentamente, con el corazón golpeándole las costillas, Seraphine giró sobre sus talones.
Allí, en el umbral de las altas puertas dobles de roble tallado, inmóvil como una estatua esculpida en la oscuridad misma, estaba un hombre. Alto, esbelto, envuelto en ropajes de un negro tan profundo que parecía devorar la luz de las velas. Su rostro era una máscara de belleza helada y perfecta: pelo negro liso como ala de cuervo peinado con severidad, piel pálida como la porcelana lunar, labios finos y descoloridos. Y los ojos… ojos de un dorado inquietante, como ámbar líquido envenenado, que no mostraban emoción alguna. Solo una curiosidad glacial, la de un depredador supremo observando a una presa que acaba de hacer algo incomprensiblemente estúpido.
Lucius Blackwood. El Duque de las Sombras. El Villano. El hermano mayor de Kaelan.
Y esos ojos dorados, fríos como el vacío interestelar y calculadores como un superordenador, estaban clavados directamente en ella. Una sonrisa imperceptible, apenas un estiramiento de los finos labios que no alcanzaba a iluminar su mirada gélida, curvó su boca.
—Lady Seraphine Devereux —dijo su voz. Era suave como la seda al desgarrarse, resonando en el silencio como un susurro venenoso. —Qué… peculiar elección acaba de realizar.
Seraphine sintió que las rodillas le flaqueaban. El sistema emitió un pitido agudo y constante de pánico dentro de su cráneo, como una alarma de reactor nuclear a punto de explotar. El jardín de invierno helado le pareció de repente un paraíso acogedor comparado con la presencia que llenaba el umbral. Había despertado la atención del depredador alfa. Y lo único que se le ocurrió pensar, mientras el terror glacial y la absurda euforia de su elección temeraria chocaban como olas en su pecho, fue:
Dioses del multiverso, espero que Kaelan Blackwood valga cada latido de este pánico... porque esto acaba de ponerse jodidamente interesante.
Y en algún lugar profundo del palacio, como si su pensamiento desesperado hubiera sido escuchado, creyó oír el eco de una risa. Baja, ronca, llena de un humor peligroso y profundamente atractivo. Una risa que solo podía pertenecer a una persona.