"Regla número uno al elegir al hermano del villano: nunca subestimes la rapidez con la que su mirada puede hacerte olvidar tu propio nombre. Regla número dos: cuando el villano en persona te sonría, prepárate. Esa sonrisa no promete flores, promete funerales. Tu funeral." — Notas de campo de una transmigrada que claramente necesita un guardaespaldas (o un exorcista).
El frío que emanaba de Lucius Blackwood no era del jardín de invierno. Era un frío interior, el de un abismo abierto en el umbral de la puerta. Sus ojos dorados, fijos en Seraphine, no parpadeaban. Eran como dos monedas de ámbar helado, evaluándola, diseccionándola. La sonrisa, si es que podía llamarse así a esa leve tensión de sus labios pálidos, no alcanzaba a calentar ni un ápice esa mirada gélida.
—Lady Seraphine Devereux —repitió Lucius, su voz un susurro sedoso que rasgaba el silencio opresivo—. Me intriga.
Dio un paso dentro de la habitación. Sus botas negras de cuero suave no hicieron el menor ruido sobre el mármol. Cada movimiento era fluido, calculado, como el de un gran felino.
—Su elección... es inesperada. Kaelan no suele figurar en las listas de consortes apropiados.
La palabra "apropiados" la cargó con un desdén apenas velado. Seraphine sintió que la lengua se le pegaba al paladar.
*¡Sistema! ¡Ayuda! ¿Qué le digo?*
El pitido de alarma en su cabeza se amortiguó un poco, sustituido por una voz metálica que intentaba sonar profesional, pero que aún temblaba:
—¡Protocolo de Encanto y Supervivencia Activado! Opción A: Disculparse y cambiar de elección inmediatamente (Altamente Recomendado). Opción B: Inventar una excusa elaborada (Probabilidad de éxito: 3.2%). Opción C: Mantenerse firme y rezar (No garantizado).
Mantenerse firme. ¿Firme con qué? Sus rodillas parecían gelatina recién sacada del molde. Pero recordó la galleta asesina, la oficina gris, la muerte patética. Si iba a morir de nuevo, que no fuera arrastrándose. Respiró hondo, inflando el ridículo corpiño de su vestido azul celeste.
—Su Gracias, Lord Blackwood —comenzó, forzando su nueva voz a sonar lo más parecido a la serena Lady Seraphine que recordaba de la novela—. La tradición exige que elija según mi propio criterio. Y Lord Kaelan...
Hizo una pausa dramática, buscando desesperadamente algo positivo que decir del hermano menor del hombre que planeaba su muerte.
—...posee una... presencia distintiva.
*¡Presencia distintiva! ¡Eso es todo lo que se me ocurre! ¡Es como decir que un huracán tiene "aire fresco"!*
Lucius arqueó una ceja perfecta, un gesto minúsculo que pareció entretenerlo.
—Distintiva. Sí.
Su mirada dorada recorrió su vestido, su peinado elaborado, deteniéndose un instante demasiado largo en sus ojos.
—A menudo se confunde la distinción con la imprudencia, Lady Seraphine. Mi hermano es... una tormenta. Hermosa de contemplar desde lejos, devastadora de cerca.
—Quizás —se atrevió a decir Seraphine, sintiendo un atisbo de su antigua terquedad de Elena brotar bajo el miedo—. Pero las tormentas también limpian el aire. Renuevan.
*¿Renuevan? ¿Desde cuándo soy poeta? ¡Sistema, estoy improvisando como un mono en una discoteca!*
El sistema emitió un pitido de aprobación débil:
—¡Metáfora detectada! ¡Probabilidad de que el villano la considere ingeniosa: 12%! ¡Siga así, Huésped! (O no).
Lucius esbozó otra de esas sonrisas que no eran sonrisas.
—Filosófica. Interesante.
Dio otro paso, acortando la distancia. El frío que lo rodeaba se intensificó, haciendo que Seraphine contuviera un estremecimiento.
—Permítame ofrecerle un consejo, Lady Seraphine, en vista de su... peculiar elección.
Su voz bajó aún más, convirtiéndose en un susurro íntimo y peligroso.
—Vigile dónde pisa. En este jardín, incluso las rosas más bellas esconden espinas envenenadas. Y algunas tormentas —añadió, su mirada dorada clavada en la de ella con intensidad abrumadora—, no se contentan con renovar. Destruyen.
El mensaje era claro como el cristal: Te vigilaré. Y tu elección te condena. Seraphine sintió un sudor frío en la nuca.
—Agradezco... su preocupación, Lord Blackwood —murmuró, desviando la mirada hacia el jardín helado, incapaz de sostener esa mirada de ámbar venenoso por más tiempo.
—No es preocupación, Lady Seraphine —corrigió Lucius con suavidad glacial—. Es... curiosidad. Ver cómo juega una pieza nueva en el tablero siempre es entretenido. Hasta que la pieza cae.
Dio media vuelta, su capa negra ondeando ligeramente.
—Disfrute del resto del día. Tengo la sensación de que será... memorable.
Se deslizó fuera de la habitación con la misma silenciosa elegancia con la que había entrado, dejando tras de sí un vacío cargado de amenaza y el persistente olor a frío y a algo metálico, como la sangre vieja. Seraphine se dejó caer contra el frío mármol de la ventana, las piernas negándose a sostenerla. El corazón le martilleaba contra las costillas como un pájaro enjaulado.
—¡Nivel de Amenaza: 'NEGRO APOCALÍPTICO'! —chilló el sistema en su cabeza, las palabras parpadeando en rojo sangre en su visión mental—. ¡Análisis de interacción completado! ¡El Villano Principal ha marcado a la Huésped como 'Interés Potencialmente Peligroso/Entretenido'! ¡Probabilidad de supervivencia a corto plazo ajustada a la baja: 65%! ¡Sugerencia: Buscar refugio inmediato o inventar una máquina del tiempo!
—Cállate un momento, Siri Siniestro —gruñó mentalmente Seraphine, frotándose los brazos para calentar la piel de gallina—. 65% no está tan mal... ¿verdad?
*Sí, Elena, claro que no. Es como cruzar una autopista con los ojos vendados.* La advertencia de Lucius resonaba en sus oídos: "Vigile dónde pisa". Cada paso en este palacio sería ahora una potencial trampa.
El sonido de otras botas en el mármol, estas no tan silenciosas, la sobresaltó. Más rápidas, más... despreocupadas. Seraphine se volvió hacia la puerta, el corazón de nuevo en la garganta. ¿Lucius había vuelto?
Pero no. La figura que apareció en el umbral era diferente. Igualmente alta, quizás un poco más ancha de hombros, pero irradiaba una energía opuesta. Donde Lucius era oscuridad gélida y control, esta presencia era calor eléctrico y caos contenido.
—Kaelan Blackwood.
En persona, era mil veces más impactante que el holograma. El pelo negro como la medianoche, rebelde y ligeramente despeinado, le caía sobre la frente, rozando unas cejas oscuras y expresivas. Los ojos grises, ahora que los veía de frente, eran inmensos. Del color de las nubes de tormenta justo antes del relámpago, profundos, inteligentes y cargados de una chispa de diversión perversa y curiosidad abierta. Llevaba una chaqueta de cuero negro sobre una camisa de lino oscuro, abierta en el cuello, revelando un vistazo de la cadena plateada con el colmillo de lobo. Sus botas estaban ligeramente embarradas, como si hubiera cruzado el jardín helado sin importarle el protocolo.
Se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho. Una sonrisa genuina, ancha, desafiante y terriblemente atractiva, le iluminó el rostro, haciendo aparecer aquel hoyuelo en la mejilla izquierda.
—Bueno, bueno —dijo su voz. Era ronca, cálida, con un deje de sorna que hizo que algo se revolviera en el estómago de Seraphine—. La fuente de todo el revuelo.
Sus ojos grises la recorrieron de arriba abajo, sin disimulo, con una intensidad que la dejó sin aliento. No era la evaluación fría de Lucius; era interés, puro y directo, mezclado con un desafío abierto.
—Lady Seraphine Devereux. La valiente – o temeraria – alma que ha decidido arrojarse a las fauces del lobo. Es decir... a las mías.
Seraphine se quedó paralizada. ¿Cómo se suponía que debía responder a eso? El sistema estaba en silencio, quizás sobrecargado o simplemente asombrado.
Kaelan empujó suavemente la puerta y entró en la habitación. Su presencia llenó el espacio de manera diferente a Lucius. No era opresiva, era... electrizante. Como estar cerca de un generador vivo. Se acercó a ella, moviéndose con una gracia felina pero relajada, hasta quedar a solo un par de pasos de distancia. El olor a él la alcanzó: cuero, aire frío, hierba mojada y algo más, terroso y salvaje, como un bosque después de la lluvia.
—Mi hermano mayor —continuó Kaelan, mirando hacia la puerta por donde Lucius había desaparecido—, acaba de pasarme un mensaje bastante... gráfico sobre los peligros de aceptar su elección.
Volvió la mirada hacia ella, y esa sonrisa torcida se amplió.
—Dijo algo sobre espinas venenosas y tormentas destructivas. Muy poético para él. Lo normal son amenazas más directas.
Seraphine encontró finalmente su voz, aunque sonó más aguda de lo que pretendía.
—¿Y... vas a aceptar? ¿Mi elección, quiero decir?
Era la pregunta del millón. ¿Por qué diablos iba él, el hermano problemático del villano, a querer ser el consorte de la protagonista destinada a morir?
Kaelan lanzó una carcajada baja y resonante. Un sonido cálido y contagioso que hizo que, a pesar del terror, una esquina de los labios de Seraphine se moviera involuntariamente hacia arriba.
—¿Rechazar a la única persona en este palacio de serpientes sonrientes que ha tenido las agallas – o la locura – de elegirme a mí sobre el príncipe dorado o el soldado de hierro?
Se inclinó ligeramente hacia adelante, reduciendo aún más la distancia. Sus ojos grises atrapaban los suyos, brillando con puro divertimento.
—Seraphine Devereux, eso sería de mala educación. Y además —añadió, su voz bajando a un tono más íntimo, casi conspirativo—, prometías ser la cosa más interesante que ha pasado en este aburrido mausoleo en décadas. Lucius está... fascinado. Y verlo fascinado siempre vale la pena.
Sus palabras eran una mezcla de peligro y atracción pura. No prometía seguridad ni amor eterno. Prometía caos, entretenimiento y el placer perverso de molestar a su poderoso hermano. Y en ese momento, con sus ojos de tormenta clavados en los suyos y esa sonrisa desafiante en sus labios, Seraphine supo dos cosas:
1. Había metido la pata hasta el fondo.
2. No podía apartar la mirada de él.
—Entonces... —logró decir, tragando saliva—. ¿Esto es un sí?
Kaelan enderezó su postura, pero su sonrisa no desapareció. Extendió una mano hacia ella, no para un beso de caballero, sino con la palma hacia arriba, un gesto desafiante y ligeramente burlón.
—Considera tu tormenta personal... oficialmente aceptada, Lady Seraphine —declaró, sus ojos grises destellando con un desafío y una promesa que hizo que el sistema en su cabeza emitiera un pitido de sobrecarga y luego se apagara momentáneamente—. Prepárate. Esto acaba de ponerse realmente divertido.
Y mientras sus dedos, fuertes y cálidos, cerraban suavemente alrededor de los de ella en un apretón que no era protocolario sino un pacto tácito con el diablo, Seraphine solo pudo pensar una cosa, mientras el pánico y una excitación absurda bailaban un tango en sus venas:
*Dios mío, qué hermosa es la vista desde el borde del precipicio.*
El eco de la risa de Kaelan, cálida y peligrosa, parecía resonar en las paredes doradas, mientras Lucius Blackwood, desde algún lugar oculto, observaba con sus fríos ojos de ámbar, prometiendo sin palabras que la diversión de su hermano tendría un precio. Un precio que Seraphine, quizás, ya estaba empezando a estar dispuesta a pagar.