—¿Quién podría ser?
Alguien poderoso.
Alguien en quien su padre confiaba.
Alguien dispuesto a casarse con ella... a pesar del desastre familiar, a pesar de su negativa a renunciar a sus acciones.
Caminaba de un lado a otro por su habitación, con la bata de baño de anoche todavía colgada del pomo de la puerta como un fantasma olvidado. Su corazón latía con fuerza con cada teoría, cada recuerdo que podía desenterrar.
¿Sería un amigo de la familia?
¿Un antiguo socio comercial?
¿El hijo de alguno de los compañeros de golf de su padre?
No. Sacudió la cabeza. Su padre no la confiaría a alguien débil o desconocido. Si él había elegido personalmente a este hombre, entonces este hombre tenía influencia. Poder. Algo que ganar al casarse con ella. O peor aún... algo que controlar.
Su teléfono vibró.
Era Emma.
«¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a recogerte?»
Jean miró fijamente la pantalla, con los dedos suspendidos sobre el teclado.
Escribió. Borró. Escribió de nuevo.