Desde aquella tarde bajo el árbol, J no dejaba de repetir: “Tenemos que prepararnos”. Al principio, Francis y los demás pensaban que era solo paranoia, pero con el paso de los días, el peso de sus palabras comenzó a calar hondo. Convencieron al grupo para actuar. Compraron linternas, cerraduras, baterías y algo de comida enlatada, aunque no sin protestas.
—¿En serio vamos a gastar la mesada en esto? —se quejó Danny mientras guardaba una linterna en su mochila—. No podíamos gastarlo este dinero en algo más divertido.
—No es cuestión de creer —insistió J—, es cuestión de estar listos.
Francis los miraba con calma, aunque por dentro una mezcla de nervios y duda lo carcomía.
Esa noche, tras cenar, Francis decidió revisar la cámara de seguridad que habían instalado en el patio. Afuera hacía un calor pegajoso, y el silencio era pesado, casi opresivo. Las hojas de los arbustos parecían moverse con vida propia bajo la luz tenue.
De repente, algo llamó su atención. Una figura delgada y pálida se movía con lentitud entre los arbustos. Su respiración se aceleró. Sin pensarlo, tomó una piedra y la lanzó hacia el movimiento. De los arbustos saltó un zorrillo, huyendo rápidamente.
—Solo un zorrillo —murmuró Francis, aunque no logró calmar del todo su inquietud.
Se fue a la cama, se cubrió con la manta hasta la cabeza, como un niño pequeño que reza para espantar los malos sueños. La oscuridad parecía más densa que nunca. El calor le hacía sudar, pero no se atrevía a destapar la cara.
Entonces, justo cuando empezaba a quedarse dormido, la luz se apagó de repente. Un silencio absoluto invadió la casa. El calor parecía multiplicarse, y en la oscuridad, Francis sentía que algo lo observaba desde fuera de la ventana.
Pasó la noche así, inmóvil, sin saber si dormir o escuchar.
A la mañana siguiente, sus amigos llegaron a la casa de J, preocupados por la interrupción de la luz y la falta de comunicación. Todos se sentaron alrededor de la vieja computadora para revisar las grabaciones del anochecer.
Lo que vieron les heló la sangre.
En la grabación, justo después de que el zorrillo huye, aparece una sombra larga, delgada y encorvada. Se mueve con lentitud antinatural, casi deslizándose, sin hacer ruido.
—¿Eso fue lo que viste? —preguntó Carla, con la voz temblorosa.
—Sí —respondió Francis, aún con la manta enrollada en los brazos—. No era un animal. No era humano.
El grupo quedó en silencio.
Danny, sin sarcasmo, dijo:
—Esto es real.
J cerró su cuaderno y asintió:
—No podemos ignorarlo más. Esto va a empeorar.
Francis miró a sus amigos y supo que, por primera vez, ya no estaban solo en una broma o en un juego.
La amenaza estaba en sus patios.
Y lo peor apenas comenzaba.