El quinto día comenzó temprano, sin que nadie lo planeara. A las 8:14 a.m., todos estaban otra vez reunidos en el garaje de J. Nadie dormía bien desde lo del video. Nadie hablaba demasiado tampoco.
La computadora, aún encendida, mostraba la imagen congelada de la figura que habían grabado la noche anterior. Su forma borrosa, agachada junto al seto, parecía mirarlos desde la pantalla.
Roy rompió el silencio:
—Eso estuvo en tu patio, Z…
Francis solo asintió, con la mirada fija en la imagen.
—¿Y si ya nos vio? —murmuró Carla.
Danny se levantó de golpe, pateando una caja de herramientas vacía.
—¡Y ahora qué se supone que hagamos! —gritó, con las manos temblando—. ¡Estamos muertos! Si es tan fácil toparlo, deberíamos estar más cerca de una tumba que de sobrevivir a esa cosa. ¿¡Qué piensas hacer, J!? ¿¡Cortarlo con una navaja suiza que ni siquiera tiene filo!?
J lo miró sin parpadear. El cuaderno seguía abierto en su regazo.
—Estamos vivos porque aún no sabe que sabemos —respondió con frialdad—. Y eso nos da ventaja. Aún.
Danny se rio, pero fue una risa seca, forzada, como si no supiera si quería llorar o patear algo más.
—¿Ventaja? ¿Ventaja de qué? ¿De saber que algo nos está cazando? ¿De que esto no es una jodida historia de Reddit sino la vida real?
—Sí —interrumpió Francis de golpe—. Porque ahora al menos sabemos que no estamos locos.
Todos lo miraron. Era la primera vez que hablaba con firmeza desde que todo comenzó.
—J tenía razón —continuó—. Lo del virus, lo de las desapariciones, el sujeto en los patios… todo. Y si está aquí… tenemos que movernos como si esto fuera una guerra. Porque lo es.
Un silencio denso llenó el garaje.
Roy suspiró y se dejó caer sobre una caja.
—¿Y entonces qué? ¿Nos armamos? ¿Nos escondemos?
—Nos preparamos —dijo J—. De verdad esta vez. Ya no linternas y sopa enlatada. Necesitamos rutas, refugios, horarios, comunicación sin electricidad, puntos de encuentro, herramientas… todo.
Carla tragó saliva.
—¿Estás diciendo que ya no es cuestión de si llega a nosotros, sino cuándo?
—Sí —respondió J.
Danny bajó la cabeza. Se frotó los ojos y se dejó caer al suelo, con la espalda contra la pared.
—Esto no puede estar pasando —susurró.
Pero estaba pasando.
Aferrados a un plan improvisado, con recursos ridículos y una amenaza que aún no comprendían, cinco adolescentes comenzaban a aceptar una verdad imposible.
Y en el fondo de sus mentes, ya sabían lo peor:
Esa figura… volvería.
Y la próxima vez, quizás no solo se quedaría mirando desde los arbustos.