CAPITULO 2: MIS RAZONES

Hace poco llegué a la escuela en la que se supone pasaré los próximos tres años de mi vida. Al menos, ese es el plan.

Un solo error podría costarme la expulsión inmediata, sin advertencias ni segundas oportunidades. Y aunque ya lo sabía, no deja de ser un detalle que conviene tener presente.

Después de revisar brevemente la habitación en la que me hospedaría y dejar mi maleta en su sitio, no perdí tiempo acomodando nada. Nos esperaban abajo.

Estaban por mostrarnos una parte de esta especie de mini ciudad dentro de la escuela, además del camino que deberemos seguir para llegar a nuestras aulas.

Pertenezco a la clase C, y nuestra profesora —una mujer de semblante serio— aún no se ha presentado formalmente. Imagino que lo hará más tarde, quizá cuando inicie el ciclo escolar de forma oficial.

Salí de la habitación y, por inercia, llevé la mano hacia donde normalmente estaría la manija. A mitad de movimiento recordé que la puerta no tenía. Sin embargo, al completar el gesto, noté que ahora sí había una manija instalada. Me detuve por un segundo, confundido, pero decidí no pensar demasiado en ello. Probablemente nos lo explicarán más adelante.

Cerré la puerta y un leve sonido confirmó que el seguro se había activado. No podría abrirla de nuevo sin escanear el código QR en la pantalla.

Tomé el ascensor. Al haber salido temprano, aún no había mucha gente, así que bajé sin problemas.

Afuera, frente al edificio, ya se encontraba nuestra profesora con algunos alumnos reunidos a su alrededor.

—Ellos prácticamente no hicieron nada en sus dormitorios —pensé.

Si yo apenas había dejado la maleta y salí de inmediato, ellos probablemente ni entraron, solo identificaron la puerta y se devolvieron.

—Esperaremos a sus compañeros. Si no bajan antes del tiempo estipulado, nos iremos sin ellos —anunció la profesora.

Una chica levantó la mano y, tras recibir permiso, habló:

—¿No deberíamos avisarles o algo? Si se pierden esta información, podrían tener problemas más adelante.

Reconocí su voz. Era la misma que, durante la charla del jefe del consejo estudiantil, había preguntado sobre las expulsiones. Aquella vez no pude verla porque estaba sentada al frente, y yo, en la parte trasera.

Era de baja estatura, no más de 1.54, con el cabello corto, plateado como sus ojos. Por su tono y las preguntas que hacía, parecía alguien que se preocupa por los demás, incluso sin conocerlos. Lo que cualquiera podría catalogar como una buena persona.

—Veo que aún no comprenden de qué trata esta escuela —respondió la profesora sin cambiar de expresión—. Si sabiendo el tiempo límite no bajan, es su problema. Ustedes acaban de demostrar que con menos de treinta minutos fue suficiente. Si alguien se queda, será por su propia negligencia. Recuerden esa mentalidad, les será útil en el futuro.

Hubo cierta inquietud generalizada tras esas palabras. La idea de que esta escuela funcionaba como una competencia constante empezaba a tomar forma. El compañerismo no estaba prohibido, pero tampoco parecía incentivado.

Cinco minutos antes de que se cumpliera el tiempo asignado, ya todos los alumnos estaban reunidos. La profesora sonrió, aunque de una forma peculiar.

—Debo admitir que estoy impresionada. A diferencia del año pasado, esta vez nadie se quedó dentro después del límite. Incluso salieron con cinco minutos de anticipación. El año anterior, dos o tres se retrasaron…

—¿Y qué pasó con ellos? —preguntó uno de los chicos que acababan de llegar.

—Actualmente están expulsados —respondió ella, manteniendo la sonrisa.

El ambiente se volvió tenso. Nadie dijo nada, pero el mensaje estaba claro: aquí no se permitirían errores. Y eso que todavía no conocíamos las reglas formales.

—De acuerdo, síganme. No tenemos tiempo que perder. Les mostraré primero dónde pueden comprar lo necesario para el día a día, además de ropa de repuesto y cosas por el estilo —mencionó la profesora, comenzando a caminar.

Todos empezaron a seguirla, yo incluido, aunque me detuve por un instante al escuchar una discusión proveniente de otra clase.

No sabía exactamente de qué clase se trataba, ya que no pudimos identificar a qué grupo pertenecía cada quien. Nosotros fuimos de los primeros en salir del edificio.

La discusión era entre un chico y una chica. Él era alto, de complexión fornida, con el cabello negro peinado hacia atrás y una mirada que transmitía una autoridad arrogante, como si estuviera acostumbrado a estar siempre por encima de los demás.

Ella, por otro lado, tenía una estatura promedio para su edad, cabello rubio corto y una expresión firme, decidida, que dejaba en claro que no se intimidaría ante él.

—¿Tú crees que yo lo quería? —preguntó la chica, visiblemente molesta.

—No tengo idea —respondió él con desdén—. Pero eres una molestia, así que por favor, no vuelvas a acercarte a mí por ningún motivo.

Por lo poco que pude escuchar, se conocían desde la secundaria y, por lo visto, nunca se llevaron bien. Ahora habían terminado en la misma escuela… y para su mala suerte, en la misma clase. Eso bastó para que el chico comenzara a gritarle cosas sobre su pasado, cosas que honestamente no me interesaban.

—Tú no me dices qué hacer —replicó ella con frialdad.

El chico, ya visiblemente más alterado —una vena se marcaba con fuerza en su sien—, respondió:

—Mira, Rina...

Pero antes de que pudiera continuar, la chica lo interrumpió casi gritando:

—¡Te he dicho que me hables por mi apellido! Nunca te di permiso para llamarme por mi nombre.

—Yo te diré como se me antoje. Incluso "basura", si eso es lo que mejor te define. Sinceramente, yo nunca me comportaría como tú lo estás haciendo ahora. En cualquier escenario posible, tú siempre sales perdiendo.

—¿Y por qué crees eso? ¿Tan sobrevalorado te tienes?

En un segundo, el chico la tomó bruscamente por el cuello de la camisa y levantó el puño, dejando clara su intención.

—¿De verdad lo harás aquí? ¿Con personas alrededor? El único que saldría perjudicado serías tú —dijo ella con un tono desafiante—. No cabe duda de que eres un estúpido.

El chico soltó una carcajada.

—¡Jajajaja! Tú sí que eres la estúpida. ¿No crees que, con solo estar haciendo esto, ya deberían haberme detenido?

La mirada de la chica cambió de enfado a algo más pensativo. Al parecer, entendió a qué se refería.

—Si mal no recuerdas, el ciclo escolar comienza pasado mañana, así que hoy no les importa lo que hagamos. Tal vez tenga un par de inconvenientes después, pero habrá valido la pena.

El chico sonrió, mostrando los dientes, mientras ella fruncía el ceño. Una gota de sudor recorrió su rostro mientras esperaba el golpe.

Él hizo fuerza para soltar el puñetazo... pero no pudo.

Algo —no, alguien— estaba deteniendo su brazo.

—¿Realmente lo ibas a hacer? —murmuré mientras sujetaba con firmeza su brazo.

De inmediato, el chico empujó con brusquedad a la chica, que cayó al suelo por la fuerza del movimiento. Luego se sacudió bruscamente, logrando que lo soltara, y volteó a verme con furia.

—¿Y tú quién te crees que eres? Por tu apariencia, no eres más que un patético.

Mi aspecto: cabello castaño, ojos oscuros, una mirada neutral y tranquila. Nada destacaba en mí.

—¿No crees que armar una pelea aquí podría perjudicarte? Es cierto que por ahora no te dirán nada, pero tarde o temprano estarás bajo vigilancia. Harán lo posible por expulsarte. Recuerda en qué tipo de escuela estás.

El chico bufó, frustrado.

—No creas que me olvidaré de ti por esto. Cuando menos te lo esperes... será tu fin.

Molesto, se alejó sin decir más. Mientras lo observaba alejarse, la chica se levantó, se acercó a mí con una expresión molesta.

—Ni creas que voy a agradecerte esto. Nadie te pidió ayuda, así que no vuelvas a intervenir.

Me limité a mirarla en silencio. Luego, sin decir más, ella también se alejó.

Y yo… simplemente retomé el camino hacia donde había ido mi clase.

—De acuerdo —dijo la profesora, llamando la atención de todos—. Como ya pudieron ver, esta es la sección comercial. Aquí hay todo tipo de tiendas y locales: lugares para comer, comprar lo necesario, y también sitios de entretenimiento como cines, karaokes, entre otros.

Logré escuchar sus palabras porque no estaba muy lejos del grupo. Una vez que llegué al lugar, comencé a observar a mi alrededor. Y tenía razón.

Incluso había tiendas de marcas reconocidas. Tal parece que, aunque la escuela sea estricta, tampoco quieren que perdamos esta etapa de nuestras vidas.

—Esta zona es algo extensa y tiene varios callejones —continuó la profesora—, por lo que es posible que se pierdan al principio. Pero no se preocupen, durante la ceremonia de apertura se les explicará qué hacer en casos así. Por ahora, sigamos. Haremos el recorrido hacia la escuela.

Empezamos a caminar de regreso en dirección a los edificios. Por lo visto, la escuela se encontraba en el extremo opuesto de esta área comercial.

Durante el trayecto, pasamos junto a un lago y una zona verde. Había árboles, césped bien cuidado y varias bancas. Un sitio perfecto para leer o simplemente pasar el rato con amigos.

Después de unos minutos, llegamos a nuestro destino. Desde donde estábamos, ya se podía ver la escuela. Era grande y contaba con varios edificios que no superaban los tres pisos de altura.

Pero antes de que pudiéramos avanzar más, la profesora se detuvo en seco.

—Hasta aquí llega la caminata. Conocerán el interior de la escuela una vez que inicie oficialmente el ciclo escolar —dijo, y luego señaló una zona específica—. Ese salón enorme que ven allá es el gimnasio. Ahí se llevará a cabo la ceremonia de apertura el primer día. Por ahora, pueden tomarse el resto de este día y mañana para familiarizarse con el lugar y descansar. Pasado mañana será su primer día. Pueden retirarse.

Dicho esto, la profesora se dirigió hacia el interior de la escuela, mientras los demás alumnos comenzaron a dispersarse. Algunos ya formaban pequeños grupos de amigos, otros se alejaban solos sin decir palabra.

Yo me quedé por unos segundos más, observando el edificio desde afuera. Analizaba cada detalle visible, tratando de imaginar cómo sería por dentro. Aunque era difícil saberlo, ya podía hacerme una idea general.

Pero no era el único. Al mirar de reojo hacia mi derecha, noté que había una chica de estatura promedio. Tenía el cabello largo, castaño, y los ojos fijos en la escuela. Al parecer, también estaba analizándola con atención.

—Sé que me estás observando —dijo de pronto, sin apartar la mirada—. ¿Qué es lo que quieres?

—Perdona, no era mi intención —respondí, sin rodeos.

Me di media vuelta para regresar a los dormitorios, pero antes de que pudiera alejarme, la chica volvió a hablar.

—¿Qué haces en una escuela como esta? A juzgar por tu apariencia, no pareces tener muchas habilidades. Además, se nota que no te gusta llamar la atención.

¿En serio dedujo todo eso tan rápido? Parece que, efectivamente, hay personas muy agudas en este lugar.

—No lo sé. Supongo que quiero ver de lo que soy capaz.

La chica me miró con seriedad. Yo no me inmuté. Mantuve mi expresión tranquila, como si nada.

—Entonces, si vienes a tomarte esta escuela como un juego, será mejor que estés preparado para ser expulsado antes de lo que imaginas.

No sé quién es exactamente, pero parece muy comprometida con todo esto. Sinceramente, preferiría evitarme problemas con alguien así en el futuro.

—Entiendo... —respondí con calma—. En ese caso, supongo que daré mi mejor esfuerzo.

Sin decir nada más, comencé a caminar en dirección a los dormitorios. Alcancé a notar que la chica se quedó algo sorprendida por mi respuesta. Seguramente piensa que sigo tomándome esto a la ligera.

Y, siendo sincero, no está del todo equivocada.

Pero no porque sea un fracaso, como ella probablemente cree, sino por la verdadera razón que me trajo a este lugar.

Después de caminar unos minutos, llegué finalmente al edificio de dormitorios. Subí hasta mi habitación, abrí la puerta y entré, dejando escapar un suspiro al recostarme en la cama.

Por fin a solas. Y ahora, podía repasar todo con claridad.

Yo no vine aquí para estudiar. Mi verdadera misión es encontrar al traidor.

Hace poco más de medio año, fui citado en uno de los edificios principales de la organización secreta a la que pertenezco: Sakura.

Una organización que lleva años perfeccionando humanos. Su objetivo es claro: crear individuos capaces de realizar cualquier tarea sin errores, sin debilidades. Humanos perfectos.

El gobierno, claro, ha estado detrás de muchos de sus avances, pero eso ahora no importa.

Lo importante es lo que sucedió hace quince años.

Entre los sujetos experimentales, hubo uno en particular. Tenía alrededor de dieciocho años y era, sin duda, el mayor logro de la organización. Un arma humana perfecta.

Pero ese mismo año, se rebeló.

Destruyó una de nuestras instalaciones, asesinó a varios miembros clave… y desapareció sin dejar rastro.

Se encargó de borrar toda su información. Eliminó a las pocas personas que sabían de su existencia. Desde entonces, encontrarlo se volvió casi imposible.

La organización lo ha buscado por todo el mundo, sin éxito. Pero hay un lugar en Japón que nunca pudieron investigar a fondo: la preparatoria más prestigiosa del país.

Un lugar cerrado, impenetrable. Sólo aceptan a quienes han sido minuciosamente evaluados. Nadie entra sin ser investigado.

Y es justo ahí donde entro yo.

Mi nombre es Takahiro Yamada. Tengo dieciséis años y, desde que tengo memoria, he sido preparado por Sakura. Entrenado, moldeado… convertido en lo que soy hoy.

Gracias a mi edad, puedo infiltrarme en esta escuela sin levantar sospechas, fingiendo ser solo un alumno más.

Mi tarea: encontrar cualquier pista que nos lleve al sospechoso. No importa si se trata de un estudiante, un profesor o incluso alguien del personal externo. Cualquiera podría ser él.

Tengo tres años. Ese es el límite. Si para entonces no descubro nada, o si me expulsan, será imposible saber si ese hombre estuvo aquí alguna vez.

Es una misión delicada. Silenciosa. Pero también decisiva.

Y yo… soy quien debe completarla.