Salvaje

El fuego de una antorcha era lo único que los mantenía a salvo.

El joven dúo de cazadores de monstruos vagaba por el bosque, intentando huir.

La incursión que se suponía sería fácil, resultó ser una pesadilla.

Una simple misión de recolección se volvió una de supervivencia.

—Debemos regresar a la aldea —susurró Nor. Arrastraba detrás de ella una camilla improvisada; su compañero herido iba sobre ella.

—Vete... sálvate tú —le respondió Marco. Una herida en su pierna izquierda le impedía caminar —Si sigues arrastrándome, ambos moriremos.

Nor lo pensó. Sabía que, si lo dejaba, tal vez tendría una oportunidad de escapar.

—Sniff... no es justo... —sus ojos llorosos reflejaban la luz de la luna —No podría vivir con la frente en alto si te dejara morir aquí.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas y cayeron.

Pero antes de tocar el suelo... se congelaron.

El fuego en la antorcha titiló. El aire se volvió frío. Seco.

—Están aquí...

Nor miró hacia la oscuridad del bosque.

Y esta... le devolvió la mirada.

Decenas de ojos azules brillaban entre los árboles.

Estaban rodeados.

Bajó lentamente la camilla. Empuñó su espada y se preparó para lo peor.

Por otro lado, Marco recargó su ballesta.

—Te cubriré. Huye cuando tengas la oportunidad.

El crujido de ramas secas cortó el silencio. Uno. Luego otro. Y otro más.

Las sombras cobraron forma.

Desde la penumbra entre los troncos, surgieron las bestias.

Más altas que un hombre, cubiertas de escamas azul oscuro y plumas blancas.

Caminaban erguidas sobre dos patas musculosas, con garras que parecían capaces de partir piedra. Sus picos curvados chasqueaban suavemente, como si probaran el aire.

Los ojos, de un azul glacial, brillaban con una inteligencia depredadora.

Salieron todos al mismo tiempo. Como si respondieran a una misma orden silenciosa.

Como si fueran uno solo.

Cada paso suyo helaba el suelo, marchitaba la hierba.

El fuego de la antorcha se encogió aún más, apenas una chispa titilante en medio de la oscuridad.

Un aliento blanco brotó de las bocas de los cazadores. Estaban respirando hielo.

Nor dio un paso atrás, instintivamente. Pero se obligó a mantenerse firme.

—¿Que hacemos? —susurró sin apartar la vista de ellos

Marco tensó la ballesta, apuntando al más cercano.

—S-son... Cryavas.

—¿Cryavas? —repitió Nor —pero... Se supone que no bajan de las montañas.

De pronto una de las bestias alzó la cabeza, lanzó un chillido agudo y metálico.

Y entonces atacaron.

Se abalanzaron como una ola de escarcha viva, garras extendidas, picos entreabiertos, listas para desgarrar.

Nor gritó y se lanzó al frente, con la espada en alto desvío la embestida de una de las bestias.

Marco disparó su ballesta, una flecha silbó y se clavó en el cuello de una de ellas.

No cayó. Solo se enfureció más.

Se lanzó hacia el con una velocidad absurda.

Y de pronto un corte limpio baño el suelo de sangre. Una cabeza rodo hasta Nor.

—Marco... —murmuro Nor, mientras observaba la cabeza a sus pies —¿Cómo rayos hiciste eso?

—Yo... Yo no hice nada.

Nor retrocedió, desconcertada

La criatura simplemente había... caído.

—¿Qué...?

Otro Cryava se detuvo en seco. Alzó el hocico. Gruñó.

Y su cabeza también cayó...

Las bestias empezaron a girarse sobre sí mismas, olfateando el aire.

Sus ojos destellaban alerta, pero no sabían hacia dónde mirar.

El hielo crujió bajo patas nerviosas.

Uno a uno, empezaron a caer.

Cabezas rodaban. Garras se agitaban en el aire buscando un enemigo que no podían ver, oír, ni oler.

El caos se desató entre las bestias.

Algunas chillaron. Otras intentaron huir hacia la espesura. Pero no escapaban.

Una sombra invisible cazaba entre ellas, como un depredador entre presas ciegas.

Uno a uno, los Cryavas fueron cayendo.

Cabezas rodaban, el suelo se teñía de sangre azulada, y ni un solo rugido avisaba el golpe.

Todo pasaba en silencio. Invisible. Preciso.

Hasta que el último cuerpo colapsó.

Y el bosque calló.

Solo el fuego tembloroso de la antorcha seguía vivo.

Nor se quedó quieta, la espada baja, el rostro desencajado. Marco apenas podía respirar, las manos crispadas sobre la ballesta.

Ambos miraban alrededor, esperando que algo saliera de entre los árboles.

Pero nada se movía.

Hasta que apareció justo frente a Marco.

No lo escuchó. No lo vio llegar.

Solo estaba ahí, de pronto. En cuclillas.

A menos de un metro.

La figura era humana. Pero solo a medias.

Llevaba una hoz de huesos negros en su espalda.

Lo primero que vio Marco fue una calavera. Una máscara grande, con cuernos curvos que parecían de carnero. Los ojos oscuros y vacíos de la calavera lo miraban directamente.

Sintió que el corazón se le detenía.

El cuerpo no le respondía. Ni un músculo.

Quiso gritar, pero solo salió aire.

—N-Nor... —susurró con un hilo de voz, sin apartar la vista de esa cosa.

Ella giró de inmediato, apuntando la espada hacia el.

—¿Eres... Un cazador?

La calavera volteó la mirada hacia ella por un segundo, luego volvió a Marco.

Observó la herida en su pierna, levantó un dedo... y la tocó.

—¡Aaghh! —Marco gritó, sobresaltado por el dolor punzante —¡¿Qué demonios haces?!

Seguido de eso, un pequeño reptil apareció en el hombro del enmascarado, bajo por su brazo y se acercó a Marco.

Abrió la boca, y una larga lengua salió disparada hacia la herida.

Nor se tensó de inmediato.

—¡Aléjate de él! —rugió, dando un paso adelante con la espada lista para atacar.

—¡¡Espera!! —dijo marco levantando la mano hacia Nor —el dolor... Está desapareciendo.

Mientras tanto el enmascarado se levantó.

Camino hacia Nor.

Se detuvo frente a ella y la olfateó.

—El... Es un humano macho, igual que yo —dijo mientras señalaba a Marco —pero tu... Sniff... Sniff... Hueles diferente ¿Que eres?

Nor entrecerró los ojos, sin bajar la espada.

—¿Qué clase de pregunta es esa? Soy una mujer, imbécil.

—¿Mujer imbécil? —repitió él, ladeando la cabeza con curiosidad.

—¿Me estás tomando el pelo, verdad?

—No te estoy tocando.

—¡Es una expresión!

—¿Qué es una expresión?

—Olvídalo... —suspiró, resignada, bajando apenas la espada.

Detrás de él, Marco soltó una carcajada ronca.

—Ja, ja, ja... Oye “mujer imbécil”. Esta cosa es increíble... —dijo mientras miraba al pequeño reptil.

Nor bufó, pero no pudo evitar sonreír al verlo reir. Luego miró su pierna y a la criatura que aún posaba su lengua en la herida.

Vió como se cerraba poco a poco. Ya no sangraba. La piel nueva palpitaba como si hubiera brotado de golpe.

—¿Está... curado? —preguntó Nor, aún sorprendida.

—Sí —asintió Marco, tocándose la pierna con cuidado —Como si nunca hubiera pasado nada. Esta cosa es... Mágica...

El pequeño reptil soltó un leve chillido agudo, recogió la lengua y corrió hacia el enmascarado.

Trepó desde su pierna hasta su cuello. Envolviéndose como una bufanda viviente.

—¿Qué es? —preguntó Nor, señalandolo.

—Se llama Goru. Me sigue desde que era muy pequeño.

Nor bajó del todo la espada, aunque sin dejar de observarlo.

—Entonces... ¿Cómo te llamás?

El levantó la cabeza y se quitó la máscara con una mano.

Su rostro era joven, de rasgos finos y ojos dorados. El cabello blanco le caía en mechones desordenados por los hombros.

—Ryo.

—¿Solo Ryo?

—¿Necesito más?

Nor se encogió de hombros.

—Bueno, Ryo… Gracias por salvarnos.

Ryo se quedó pensativo, mirando al suelo manchado de sangre azul.

—Son los primeros humanos que... —susurro Ryo —me quedare con ustedes...