Desde el momento en que Kenji le abrió la puerta de su casa a Miyamura, algo dentro de él se había encendido. Era un sentimiento difícil de explicar, mezcla de curiosidad, simpatía e instinto protector. Había algo frágil en el muchacho que su hermana había traído a casa, y aunque aún no lo conocía bien, ya sentía esa pulsión natural que lo empujaba a ofrecerle un espacio seguro. No por compasión, sino por una suerte de empatía nacida de lo que alguna vez sintió en su antigua vida.
La tarde se deslizaba lentamente, bañando la sala en tonos dorados mientras Sota revolvía su jugo con una pajilla de dinosaurio. Kyoko y Miyamura conversaban sobre un trabajo en grupo, pero lo hacían con un tono extrañamente cálido, como si se conocieran de mucho antes. Kenji observaba desde la cocina, apoyado contra la barra, con los brazos cruzados. Su presencia llenaba el espacio de una manera que no era invasiva, pero sí imposible de ignorar. Con su altura, cuerpo esculpido y mirada serena, parecía más un guardián que un hermano.
—¿Te quedas a cenar, Miyamura? —preguntó sin rodeos, interrumpiendo suavemente la conversación.
El chico parpadeó, como si la voz grave de Kenji lo hubiera traído de vuelta de algún lugar lejano.
—¿Eh? Ah, no quiero molestar...
Kyoko lo miró con esa expresión de "si no aceptas, te golpeo" que tanto caracterizaba su afecto.
—No molestás. Kenji cocina bien, y yo tengo hambre.
Sota asintió con entusiasmo. —¡El curry de Kenji es mejor que el de papá!
Kenji sonrió apenas. No necesitaba más aprobación que esa.
La cena fue tranquila, con esa calidez casi olvidada que solo se da cuando las conexiones nuevas aún están en formación, cuando cada palabra se elige con cuidado, pero cada sonrisa ya empieza a sentirse genuina. Miyamura hablaba poco, pero cuando lo hacía, lo hacía con honestidad. Sus ojos se suavizaban cada vez que miraba a Kyoko, y Kenji, con su agudo sentido de observación, lo notó de inmediato. No dijo nada, claro. Solo almacenó la información en el rincón de su mente reservado para quienes lo rodeaban.
Cuando Miyamura se despidió, inclinándose ligeramente, Kenji lo acompañó hasta la puerta mientras Kyoko ayudaba a Sota a lavarse los dientes. Ya era de noche y las luces del vecindario titilaban como luciérnagas urbanas.
—Oye, Miyamura —dijo Kenji en voz baja—. ¿Te sentiste cómodo?
El chico se detuvo. No esperaba esa pregunta. Tardó un segundo en responder.
—Sí... mucho más de lo que pensé. Gracias por dejarme venir.
Kenji asintió, dándole una palmada leve en el hombro.
—Eres bienvenido siempre. Pero si haces llorar a mi hermana, no vas a querer verme enojado.
No había amenaza en su tono. Era una declaración objetiva, fría como una advertencia médica, pero sin malicia. Miyamura tragó saliva, asintió y se fue con el corazón latiendo un poco más rápido.
Al día siguiente, Kenji empezó a asistir regularmente a clases en Katagiri. Su apariencia llamó la atención de inmediato. No solo por su físico o su rostro, que claramente heredaba los mejores rasgos de los Hori, sino por su comportamiento. Era amable, pero no sumiso. Cortés, pero no servil. Parecía vivir en su propio eje, y sin embargo, se integraba con naturalidad. Pronto, los rumores comenzaron a correr. Algunos decían que era un primo lejano. Otros, que era un modelo que había decidido probar la vida escolar común. La verdad era más simple y más extraña a la vez: era Kenji Hori, el hermano mayor que nadie conocía, pero que ahora ocupaba su lugar en el escenario de Katagiri.
Sengoku fue el primero en acercarse. Como presidente del consejo estudiantil, le preocupaban los estudiantes transferidos... aunque no tanto como el que Kenji ya tuviera medio salón susurrando cada vez que entraba.
—Hori Kenji, ¿cierto? —le dijo, ajustándose las gafas.
Kenji lo miró, reconoció la voz y el rostro de inmediato gracias a sus recuerdos como fan. No lo interrumpió.
—Si necesitas algo, puedes acudir a mí. Como presidente del consejo estudiantil, debo asegurarme de que los alumnos nuevos estén cómodos.
Remi, que iba justo detrás, lo observó con atención. Aunque era despistada en apariencia, tenía un instinto afilado para las emociones.
—¿Eres hermano de Kyoko?
—Mayor. Me había ido un tiempo, pero ya era hora de volver.
Sengoku pareció aliviado de que no fuera un extraño completo. Asintió y le dio una breve bienvenida oficial antes de irse con Remi, quien, para sorpresa de ambos, se volvió y le lanzó a Kenji una sonrisa curiosa.
—Te ves más intimidante de lo que eres, ¿verdad?
Kenji la miró de reojo y sonrió apenas.
—Tal vez.
Ese "tal vez" dejó a Remi pensativa por unos segundos. Luego se fue riendo sola.
Durante el receso, mientras la mayoría de los chicos seguían admirando (o temiendo) la figura de Kenji, hubo alguien que se le acercó con pasos casi silenciosos. Sakura Kouno, con su aire reservado y su carpeta contra el pecho, se paró frente a él sin decir nada. Lo observó un segundo, como evaluándolo, antes de hablar.
—¿Te gusta la literatura clásica?
Kenji, que estaba leyendo un viejo volumen de poemas japoneses, alzó la mirada y asintió.
—Me ayuda a entender mejor a las personas. Hay cosas que solo los silencios poéticos pueden explicar.
Ella bajó ligeramente la vista, algo sonrojada.
—Ese libro es difícil de encontrar. Yo también lo tengo, pero con la portada rota.
—Te lo presto cuando termine. O podemos discutirlo después de leerlo.
Sakura asintió con suavidad y se fue, sin decir más. Pero ese breve intercambio dejó un calor inusual en el pecho de ambos. Era sutil, pero estaba allí. Como una semilla sembrada en la tierra correcta.
Esa noche, mientras Kenji afinaba su bajo eléctrico en su habitación, pensaba en todo lo que había cambiado en tan poco tiempo. Su nueva vida avanzaba con pasos firmes, pero también con emociones que no había anticipado. La conexión con Miyamura, el reencuentro con Kyoko, la dulzura inesperada de Sakura. Incluso la excentricidad encantadora de Remi, que parecía leer el alma con una sonrisa ladeada. Todo comenzaba a tomar forma.
Y aún no había comenzado a tocar en serio. Aún no había entrenado en deportes. Aún no había demostrado lo que podía hacer en clase. Su verdadera vida apenas estaba comenzando.
Y no pensaba desperdiciarla.