El cielo amaneció cubierto por un tenue velo de nubes, y el aire traía consigo el aroma fresco de la primavera. Kenji se levantó antes de que sonara la alarma, como ya era costumbre, y abrió la ventana para dejar entrar la brisa. Cerró los ojos por un instante, dejando que la sensación lo envolviera. Cada mañana en este mundo era un recordatorio de la segunda oportunidad que había recibido. Y pensaba aprovecharla hasta la última nota.
Bajó las escaleras y encontró la escena habitual: Yuriko en la cocina, Kyoko revisando su teléfono con expresión seria, y Sota peleando con su cereal porque las figuras del empaque no coincidían con sus expectativas.—Buenos días —saludó con voz cálida.—Buenos días —respondió Yuriko, lanzándole una mirada fugaz antes de volver a concentrarse en el sartén.Kyoko alzó la vista, arqueando una ceja.—¿Otra vez sonriente? ¿Acaso ganaste la lotería?—Algo mejor —respondió Kenji, sirviéndose té—. Estoy disfrutando mi vida.Kyoko lo miró en silencio, como intentando descifrar si era sarcasmo.—Si sigues así, la gente pensará que tienes un secreto turbio.Kenji sonrió, sin desmentirla. Si supiera cuán grande era ese "secreto"…
Durante el desayuno, Yuriko dejó escapar una frase aparentemente casual, pero que a Kenji le sonó como un golpe directo:—Parece que últimamente todos hablan de ti, Kenji.Él sostuvo su mirada, tranquila pero inquisitiva.—¿Eso es bueno o malo?—Depende —respondió ella, dejando la taza sobre la mesa—. Solo recuerda que no todo lo que brilla es oro.
Kenji asintió, guardando esas palabras en lo profundo de su mente. Terminó su té, tomó la mochila y salió con Kyoko rumbo a la escuela.
El camino fue silencioso al principio, hasta que Kyoko explotó.—¿Quieres explicarme por qué Marin te arrastró ayer por medio instituto con telas en las manos?Kenji soltó una risa suave.—Solo está entusiasmada con el evento.—¿Entusiasmada contigo, querrás decir? —replicó Kyoko, chasqueando la lengua—. ¿Sabes cuántas chicas me han preguntado si eres libre?—¿Y qué respondiste? —preguntó Kenji, divertido.—¡Que no tengo idea! —Kyoko lo empujó suavemente con el hombro—. ¡Pero deja de darles razones para molestarme!Kenji sonrió, mirando al cielo.—Prometo no hacer nada… que no valga la pena.
Cuando llegaron al instituto, los rumores parecían haberse multiplicado. Algunos chicos lo saludaban con admiración, y varias chicas lo seguían con miradas cargadas de curiosidad. Marin apareció de la nada, como siempre, con un brillo en los ojos.—¡Kenji-kun! —exclamó, enlazando su brazo con el de él antes de que pudiera reaccionar—. Necesitamos hablar del vestuario para el festival.Kenji apenas tuvo tiempo de saludar antes de ser arrastrado otra vez hacia un rincón del pasillo. Kyoko los observó con una mezcla de irritación y resignación.
—Escucha, necesitamos presencia escénica. Algo que diga "¡wow!" apenas entres al escenario —dijo Marin, mostrando bocetos en su cuaderno—. ¿Te gusta el negro? ¿El cuero? ¿Algo elegante?Kenji la dejó hablar, asintiendo de vez en cuando, hasta que finalmente intervino.—Marin, confío en tu gusto. Haz lo que creas que funcione.Ella lo miró con una sonrisa deslumbrante.—¡Sabía que dirías eso! Eres el tipo de persona que deja huella.
Antes de que pudiera responder, una voz seca interrumpió la escena.—¿Ya terminaste de monopolizarlo?Kenji giró para encontrar a Sawada Honoka de pie, con los brazos cruzados y una mirada que mezclaba fastidio y… ¿molestia?—No sabía que había turnos para hablar conmigo —respondió Kenji con calma, esbozando una sonrisa apenas perceptible.—Pues deberías considerarlo —replicó Sawada, girando sobre sus talones para alejarse. Marin la observó marcharse con una expresión divertida.—Creo que le gustas —susurró, guiñándole un ojo antes de perderse entre la multitud.
Kenji se quedó quieto unos segundos, viendo la figura de Sawada desaparecer en el pasillo. Había algo en ella que lo intrigaba. Una barrera, un muro que alguien había construido para proteger algo muy frágil. Y él… quería descubrir qué había detrás.
El resto de la mañana transcurrió entre clases y susurros. Cuando llegó el almuerzo, Kenji se dirigió al aula de música para practicar un poco. No esperaba encontrar a nadie allí, pero al abrir la puerta, la escena lo sorprendió: Sakura estaba sentada junto al piano, con el cuaderno abierto sobre las rodillas. Alzó la vista, y sus ojos se abrieron como si la hubieran atrapado haciendo algo indebido.—H-Hori-san… yo…Kenji sonrió con suavidad, levantando las manos en un gesto pacífico.—Tranquila. No interrumpes nada.Ella cerró el cuaderno de golpe, apretándolo contra el pecho.—Solo… me gusta venir aquí cuando está vacío.Kenji caminó despacio hasta el piano y apoyó una mano sobre la madera pulida.—¿Te gusta la música?Sakura asintió, sin mirarlo directamente.—Mucho. Pero no soy buena tocando.—Entonces canta —dijo Kenji, sentándose en el banco.Sakura lo miró, horrorizada.—¿Qué? ¡No puedo!—Claro que puedes. Solo… sigue mi voz.
Antes de que pudiera protestar, Kenji comenzó a tocar una melodía suave, cálida, que llenó el aula como un susurro. Sakura se quedó inmóvil unos segundos, luego, casi sin darse cuenta, comenzó a tararear. Su voz era delicada, frágil, pero hermosa. Kenji sonrió mientras dejaba que las notas la acompañaran. Cuando terminaron, el silencio se sintió casi sagrado.—¿Ves? —dijo él, mirándola a los ojos—. Eres increíble.El sonrojo que cubrió su rostro fue instantáneo.—Yo… tengo que irme —balbuceó, saliendo casi corriendo del aula.
Kenji la siguió con la mirada, sintiendo cómo algo cálido se alojaba en su pecho. Estaba a punto de recoger sus cosas cuando una sombra apareció en la puerta.—Tienes talento para meterte donde no te llaman —dijo Sawada, con los brazos cruzados.Kenji sonrió con calma, ajustando la correa de la guitarra.—¿Vienes a darme una conferencia moral?—No. Solo… no entiendo por qué todos giran a tu alrededor de repente.—Tal vez porque sonrío más —respondió él, caminando hacia ella. Se detuvo a medio metro, inclinándose apenas para bajar la voz—. ¿O será porque me miras demasiado?El leve temblor en la mandíbula de Sawada fue casi imperceptible, pero Kenji lo notó antes de que ella girara bruscamente para marcharse sin responder.
Cuando volvió a casa esa tarde, la tensión del día seguía flotando en el aire como electricidad. Yuriko lo recibió con una mirada curiosa.—Pareces cansado.—Es que fue un día… intenso —respondió él, sonriendo.—¿Problemas?—Nada que no pueda manejar. —Se inclinó para besarla en la mejilla, gesto que la dejó momentáneamente inmóvil antes de sonreír con calidez.—Has cambiado mucho, Kenji. Y no hablo solo de actitud.—Espero que para bien —dijo él, antes de subir a su habitación.
Esa noche, volvió a sentarse con la guitarra. La melodía que había compartido con Sakura seguía vibrando en sus dedos, pero cada acorde parecía teñido por la mirada fría —y vulnerable— de Sawada. Cerró los ojos, dejando que la música hablara por él. Porque en ese instante, comprendió algo: la música no solo conecta notas. Conecta almas.
Y la suya estaba a punto de entrelazarse con más corazones de los que imaginaba.