El despertador sonó antes de que el sol terminara de despuntar. Kenji lo apagó con un movimiento lento y se quedó mirando el techo, respirando hondo. Sabía que el día no iba a ser tranquilo, no después del mensaje de Marin la noche anterior. Una sonrisa leve cruzó sus labios. Marin era como una tormenta: imposible de predecir, imposible de ignorar.
Bajó a desayunar y encontró a Kyoko en la mesa, concentrada en su celular. La tensión que los había separado seguía ahí, pero algo en su mirada al levantarla fue diferente. Menos filo, más cansancio. Kenji se sentó frente a ella.
—Buenos días.
—Buenos —respondió, sin emoción aparente, pero no apartó la vista tan rápido como antes.
Comieron en silencio, hasta que Kenji decidió romperlo.
—Kyoko… gracias por lo que dijiste ayer. Tenías razón.
Ella lo miró, arqueando una ceja.
—¿Y eso qué significa?
—Que estoy intentando cambiar. No prometo que sea fácil, pero… no quiero que sientas que soy un extraño otra vez.
Kyoko lo sostuvo la mirada unos segundos antes de apartarla con un suspiro.
—Más te vale, porque si lo vuelves a hacer, no pienso cubrirte.
Fue lo más cercano a un gesto de reconciliación que Kenji esperaba por ahora. Sonrió para sí mismo y terminó el desayuno en silencio.
El instituto estaba vibrante cuando llegó. Las secuelas del festival todavía estaban presentes, pero la vida escolar volvía a su ritmo habitual. Al menos, eso parecía… hasta que escuchó la voz de Marin detrás de él.
—¡Kenji-kun! —canturreó, apareciendo con una bolsa enorme y un brillo en los ojos que advertía caos.
—¿Desde cuándo saludas como un anime de idols? —preguntó él, alzando una ceja mientras ella lo arrastraba por el pasillo sin pedir permiso.
—Desde que se me ocurrió la mejor idea del siglo —respondió ella, ignorando su comentario—. ¿Recuerdas las fotos de ayer? Pues resulta que se hicieron virales. Y ahora quieren más.
Kenji frunció el ceño.
—¿Quiénes quieren más?
—¡Toda la clase! Bueno, y el comité del próximo evento… y probablemente medio internet —Marin se detuvo frente a un aula vacía y abrió la puerta con un gesto triunfal—. Así que pensé: sesión de fotos para promocionar la banda. Con estilo.
Dentro había un set improvisado: luces, telas, instrumentos estratégicamente colocados. Kenji se frotó el puente de la nariz.
—Marin… ¿sabes lo que esto significa?
—Sí —respondió ella, sonriendo con picardía—. Que nos vamos a volver leyendas antes de graduarnos.
Antes de que pudiera replicar, ya lo estaba empujando hacia el centro del set, ajustando la luz y dándole instrucciones como si fuera una directora de cine. Kenji se dejó llevar, porque sabía que luchar contra Marin era inútil. La sesión comenzó, y aunque él mantenía una expresión tranquila, en el fondo sabía que esto solo avivaría el fuego de los rumores.
Y no se equivocaba. Apenas terminó la primera hora, las fotos ya circulaban por los chats del instituto. Kenji en poses relajadas, con la guitarra al hombro, sonriendo de forma que parecía calculada para romper corazones. Marin se encargaba de cada detalle, orgullosa como si fuera su obra maestra.
Pero mientras todo esto ocurría, en otro punto del pasillo, dos pares de ojos observaban la pantalla de un celular con expresiones muy distintas. Sakura sostenía el dispositivo con manos temblorosas, leyendo los comentarios que inundaban el chat. Su pecho se apretaba con cada palabra, con cada imagen que mostraba a Kenji junto a Marin, sonriendo de esa manera despreocupada que tanto le dolía.
Sawada, en cambio, soltó una risa sarcástica al ver la misma imagen.
—Claro. Perfecto Hori siendo perfecto otra vez —murmuró, cruzándose de brazos. Pero por dentro, el fuego se avivaba más. No era rabia contra Marin, ni siquiera contra Kenji. Era contra sí misma por seguir sintiendo lo que sentía.
Ambas se alejaron del pasillo en direcciones opuestas, cada una arrastrando un torbellino interno que nadie más veía.
Al final del día, cuando Kenji salió del aula donde habían hecho la sesión, sintió el peso de las miradas sobre él. No era paranoia: los susurros lo seguían por los pasillos como una sombra. Ignoró todo y caminó directo a casa, deseando que al menos allí hubiera algo de paz.
No la hubo. Kyoko lo estaba esperando en la sala, con los brazos cruzados y el teléfono en la mano.
—¿Quieres explicarme por qué apareces en todas las redes del instituto posando como si fueras modelo?
Kenji se dejó caer en el sofá, frotándose el rostro.
—Fue idea de Marin. Yo… no quise armar un escándalo.
—Pues lo lograste —replicó Kyoko, pero su tono no era tan afilado como antes. Tal vez porque, a pesar de todo, no podía evitar sonreír al ver los comentarios positivos sobre la banda—. Solo… no hagas nada que no puedas sostener, ¿ok?
Kenji levantó la vista, y por primera vez en días, sintió que había un puente tendido entre ellos.
—Prometido.
La conversación quedó flotando en el aire, sin tensión. Un pequeño avance. Pero la calma no duró. Mientras subía a su habitación, recibió un mensaje en el grupo de la banda. Era de Iura, con su entusiasmo habitual: "¡Chicos, no lo van a creer! Nos invitaron a tocar en el evento cultural de primavera. ¡Escenario grande, público real!"
Kenji se quedó mirando la pantalla, sintiendo cómo algo se encendía dentro de él. El caos que Marin había provocado no solo agitó los rumores: acababa de abrirles una puerta gigante. Y aunque el peso de sus problemas personales seguía ahí, una chispa de emoción le recorrió el cuerpo.
Porque si había algo que podía darle sentido a todo… era la música.
Y mientras guardaba el teléfono, una idea comenzó a tomar forma. Tal vez esta era la oportunidad que necesitaba. No para ser perfecto. Sino para ser él mismo.