Las semanas habían pasado volando. Era increíble cómo el tiempo parecía acelerarse cuando los días se llenaban de emociones genuinas y decisiones que marcaban la diferencia. El sol de esa tarde otoñal entraba por la ventana de la sala de música, proyectando sombras alargadas mientras Kenji afinaba el bajo. Sus dedos recorrían las cuerdas como si estuviera tocando parte de su alma, como si cada nota expresara lo que su boca aún no podía decir.
Ishikawa golpeaba suavemente la batería, marcando ritmos simples, y Shuu Iura, en modo hiperactivo como siempre, rasgueaba su guitarra eléctrica con una energía que hacía sonreír incluso a los profesores que pasaban cerca del aula insonorizada.
—¡Otra vez desde el inicio! —ordenó Kenji con una voz firme, pero con una leve sonrisa. Su presencia se imponía como siempre, fuerte, segura, pero cada vez más cálida. La música lo cambiaba. Lo liberaba.
—Eres un tirano musical —bromeó Ishikawa mientras giraba una baqueta entre sus dedos.
—¿Prefieres que te grite como entrenador de fútbol? —respondió Kenji, alzando una ceja. Todos rieron.
La canción que estaban componiendo era una mezcla entre rock melódico y pop alternativo, con letras que hablaban del deseo de avanzar sin olvidar el pasado. Kenji había escrito parte de la letra la noche anterior, inspirado por una conversación inesperada con Sakura, quien lo había sorprendido en la biblioteca con una taza de té.
Aquel momento, tan breve como una nota sostenida, seguía resonando en su cabeza.
—No pareces de este mundo —le había dicho Sakura, con una expresión tranquila, observándolo desde el otro lado de la mesa, rodeada de libros de repostería y fórmulas químicas.
—Quizás no lo sea —había respondido él, con una sonrisa enigmática.
No era sarcasmo. Era una verdad que no podía compartir, pero que en ese instante se sintió menos pesada. Hablar con ella lo hacía olvidar que estaba atrapado entre el conocimiento de su vida pasada y las emociones de la presente. Con Sakura, el peso de ser "el reencarnado" se diluía.
Ese mismo día, ella le pidió ir a un café el sábado. No como una cita, lo dijo claramente. Pero ambos sabían que lo era. No por las palabras, sino por cómo se miraban cuando creían que el otro no lo notaba.
Mientras tanto, en otro rincón de Katagiri, Kyoko y Miyamura caminaban por el pasillo del tercer piso, justo después de clases. Las ventanas reflejaban un cielo pintado de nubes naranjas y violetas.
—Tu cabello está más largo —dijo Kyoko, acariciándole una punta mientras caminaban.
—¿Te molesta? —preguntó él, un poco sonrojado.
—Me gusta. Te hace ver… como tú.
Kyoko no era de muchas palabras románticas, pero cuando las decía, Miyamura sentía como si el corazón se le desbordara. Se detuvo frente a ella, sin decir nada, solo observándola. A veces, no necesitaba más.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, incómoda pero curiosa.
—Quiero agradecerte. Por seguir mirándome igual… aunque ya no sea el “secreto” que tenías solo para ti.
Ella le pegó suavemente en el hombro.
—Idiota. Sigues siendo solo mío. Nadie más ve lo que yo veo.
Y entonces, sin previo aviso, lo besó. No fue un beso rápido ni torpe. Fue un beso de promesa. De certeza. Como si el mundo alrededor pudiera detenerse y a nadie le importara. Como si decir “te amo” fuera poco.
Desde una de las ventanas, Kenji observaba la escena sin que ellos lo notaran. Sus labios dibujaron una mueca entre satisfacción y nostalgia. Kyoko había encontrado a alguien que podía con su fuego. Y eso le daba tranquilidad. Aun así, no podía evitar sentir un hueco extraño. No de celos. Más bien, de distancia. Él siempre sería el guardián, el muro, el hermano mayor. Y eso significaba quedarse en la sombra muchas veces.
—¿Estás bien? —preguntó Sakura, apareciendo a su lado como si hubiera leído sus pensamientos.
—Sí. Solo… a veces me cuesta dejar de proteger. Incluso cuando ya no es necesario.
—Esa es tu forma de amar, ¿no?
Kenji se giró a verla. Su voz era suave, pero segura. Sus ojos, siempre tranquilos, hoy estaban más brillantes.
—¿Qué hay de ti, Sakura? ¿Cuál es tu forma de amar?
Ella no respondió de inmediato. Bajó la mirada, jugueteando con los dedos del cuaderno que traía en las manos.
—Creo que… me gustaría descubrirlo contigo.
Fue un susurro. Tan bajo que solo el silencio lo escuchó. Pero para Kenji fue como una explosión suave en el pecho.
No dijo nada. No hizo falta. Solo extendió su mano y ella la tomó.
Esa noche, al regresar a casa, Kenji fue directo a su habitación, se sentó frente al escritorio y abrió uno de sus múltiples cuadernos: el de ecuaciones avanzadas. Ese día, había llegado al final del temario de nivel universitario y empezado con física cuántica aplicada. Entender el universo era más fácil que entender lo que comenzaba a sentir por Sakura.
A lo lejos, en su teléfono, Iura le había dejado un mensaje con la grabación del ensayo de esa tarde.
“Bro, creo que esto va en serio. Tenemos que mostrarle esto a alguien pronto. ¡El mundo tiene que escucharte!”
Kenji sonrió. Sí, eso iba en serio. Todo lo era ahora: la banda, los estudios, y lo que Sakura le estaba mostrando.
El capítulo se cerraba en tonos cálidos. Las piezas empezaban a encajar, como acordes en una canción que apenas comenzaba.