El viento nocturno soplaba con fuerza, llevando consigo el olor tenue de la tierra húmeda y el eco lejano de los grillos. El jardín trasero estaba casi en penumbra, iluminado apenas por la luz fría de la luna. Kenji permanecía quieto, con las manos en los bolsillos, intentando ordenar sus pensamientos mientras miraba el cielo estrellado. No había buscado esa conversación, pero sabía que era inevitable.
Escuchó los pasos antes de verla. Sakura avanzaba lentamente por el sendero de piedra, abrazando un cuaderno contra el pecho. Su cabello castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros, y la luz lunar se reflejaba en sus ojos, que brillaban con algo más que timidez. Se detuvo a un par de metros, tragando saliva antes de hablar.
—Gracias por… venir —murmuró, su voz apenas un hilo.
Kenji asintió, dándole una sonrisa suave.
—Siempre vendría si me lo pides.
El rubor que tiñó sus mejillas fue casi imperceptible, pero él lo notó. Sakura bajó la mirada, apretando el cuaderno con más fuerza.
—Yo… —respiró hondo, como si buscara valor en el aire frío—. No puedo seguir guardando esto. Desde que nos conocimos, siempre… —su voz se quebró un instante, y Kenji sintió un nudo en la garganta—. Me gustas, Kenji.
El mundo pareció detenerse. No era que no lo esperara; había visto las señales, había sentido su mirada en más de una ocasión. Pero escucharlo en voz alta, con esa mezcla de dulzura y dolor, lo golpeó con una fuerza inesperada.
Iba a responder cuando el sonido de pasos apresurados lo hizo girar. Y entonces la vio. Sawada, recortada contra la luz plateada, con el cabello moviéndose por el viento como llamas oscuras. Su expresión era gélida, pero sus ojos… ardían.
—¿Esto es en serio? —preguntó con una calma que sonaba más peligrosa que un grito.
Sakura se tensó, girando apenas la cabeza hacia ella.
—Sawada… yo… —empezó, pero la otra no la dejó terminar.
—¿Desde cuándo? —Sawada avanzó, sus botas golpeando el suelo con firmeza—. ¿Desde cuándo pensaste que podías venir aquí, sonreírle y… confesarle así?
Sakura apretó los labios, levantando la mirada con un brillo inesperado en sus ojos.
—¿Y tú? —replicó, su voz temblando al principio, pero ganando fuerza—. ¿Desde cuándo actúas como si tuvieras algún derecho sobre él?
Kenji sintió que el aire se volvía más denso, cargado de electricidad.
—Basta las dos —intentó intervenir, dando un paso al frente—. No es el momento para esto.
Pero era como si no lo escucharan. Sawada sonrió, una sonrisa dura que no llegó a sus ojos.
—Al menos yo no me escondo detrás de palabras bonitas —escupió, cruzando los brazos—. Tú… siempre ahí, con esa cara de niña buena. Esperando que él te note.
El golpe fue certero, y Sakura lo sintió. Pero no retrocedió.
—¿Y tú? —disparó, su voz firme esta vez—. Fingiendo que no te importa nadie, que eres fuerte, cuando en realidad… —dudó apenas antes de dar el golpe final—, en realidad tienes miedo de que alguien te vea vulnerable.
Sawada la fulminó con la mirada, y por un segundo Kenji pensó que iba a empujarla. Se interpuso antes de que algo peor ocurriera, colocando las manos entre ambas.
—¡Ya basta! —su voz sonó más fuerte de lo que esperaba, resonando en la noche—. Esto no va a arreglar nada.
Las dos lo miraron entonces, y el peso combinado de esas miradas lo atravesó como una lanza.
—¿Cuánto tiempo piensas jugar a no decidirte? —preguntó Sawada, sus palabras como cuchillas.
—No estoy jugando —respondió Kenji, conteniendo la rabia que hervía en su interior—. No quiero que nadie salga herido.
—Pues ya lo hiciste —dijo Sakura, con lágrimas asomando en sus ojos.
Esas cuatro palabras lo dejaron sin aliento. Antes de que pudiera reaccionar, Sakura giró sobre sus talones y se alejó, con los hombros rígidos y el cuaderno temblando en sus manos. Sawada la siguió con la mirada unos segundos, respirando agitadamente, antes de bufar y marcharse en dirección opuesta.
Kenji se quedó solo bajo el árbol, con el frío clavándose en su piel. Sintió un vacío insoportable, como si todo el esfuerzo por mantener el equilibrio se hubiera roto en mil pedazos.
El camino de regreso a casa se sintió eterno. Cada paso pesaba como plomo, acompañado por los ecos de esas palabras: Ya lo hiciste.
Cuando abrió la puerta, la calidez del hogar no trajo consuelo. Kyoko estaba en la sala, con el celular en la mano y el ceño fruncido. Levantó la vista al verlo, y su mirada fue un cuchillo.
—¿Sabes cuántos mensajes recibí hoy? —preguntó sin preámbulos—. ¿Quieres que te lea los rumores o prefieres seguir fingiendo que no pasa nada?
Kenji dejó la mochila en el suelo y pasó una mano por su cabello, agotado.
—No puedo controlar lo que dicen, Kyoko.
—Pero sí puedes controlar lo que haces —replicó ella, poniéndose de pie. Su voz temblaba, no de rabia, sino de algo más profundo: decepción—. Si sigues así, no esperes que te cubra.
Kenji quiso responder, pero no encontró palabras. Antes de que pudiera intentarlo, su teléfono vibró en el bolsillo. Lo sacó y vio un mensaje de Marin:
"¡Reunión urgente mañana! Trae tu guitarra. Es algo grande ;)"
Frunció el ceño, pero no tuvo tiempo de procesarlo porque llegó otra notificación, esta vez de un remitente desconocido:
"Kenji Hori, nos interesa tu talento. Llama a este número si quieres saber más. Es sobre música."
El corazón le dio un vuelco. ¿Quién era? ¿Cómo consiguió su número? ¿Por qué sentía que esto iba a cambiarlo todo?
Apagó la pantalla y subió a su habitación. Cerró la puerta y se dejó caer en la cama, con los ojos fijos en el techo. Afuera, la luna seguía brillando como testigo silenciosa de una noche en la que todo se había roto… y, quizás, empezaba a reconstruirse.