Voces en la Oscuridad

La noche había sido corta. Demasiado corta para alguien cuya mente no había dejado de dar vueltas desde la llamada. Kenji abrió los ojos cuando el reloj marcaba las seis de la mañana, con la luz tenue del amanecer filtrándose entre las cortinas. Se quedó un momento mirando el techo, intentando calmar el latido acelerado de su corazón.

"Tu música no pertenece a un aula, sino a un escenario real." Las palabras resonaban como un eco imposible de apagar. No era solo lo que dijo, sino cómo lo dijo: con la certeza de alguien que no estaba improvisando. ¿Quién era esa persona? ¿Un productor? ¿Un bromista con demasiado tiempo libre?

Sacudió la cabeza, incorporándose. El suelo frío bajo sus pies lo ancló a la realidad. Tenía otras preocupaciones antes de sumergirse en teorías conspirativas: la banda. El ensayo de hoy sería decisivo. Marin había prometido traer la propuesta final de vestuario y efectos para el evento. Lo que en lenguaje Marin significaba caos garantizado.

Cuando bajó a la cocina, Yuriko ya estaba allí, sirviendo té como cada mañana. La serenidad en su expresión contrastaba con la tormenta que Kenji llevaba dentro.

—Te levantaste temprano —comentó ella, sonriendo suavemente.

Kenji asintió, sirviéndose un vaso de agua para humedecer la garganta.

—No podía dormir.

—¿Problemas en la banda? —preguntó Yuriko, con ese tono que parecía leer más de lo que decía.

—Algo así —respondió, sin entrar en detalles.

Antes de que pudiera añadir nada, Kyoko apareció en la puerta, con el cabello aún húmedo por la ducha y una expresión más relajada que la noche anterior. Lo miró por un segundo que pareció eterno antes de sentarse frente a él.

—¿Hoy tienes ensayo? —preguntó, fingiendo desinterés mientras revolvía el té.

—Sí. El evento se acerca.

—Más te vale que no la arruines —dijo, pero esta vez había un dejo de humor en su voz, como una tregua implícita.

Kenji sonrió, sintiendo una chispa de alivio. Tal vez el puente que se había roto empezaba a repararse, aunque fuera con hilos delgados.

El aula de música era un hervidero cuando llegó. Marin había tomado el control absoluto, con telas colgando de los respaldos, luces LED apiladas en cajas y un proyector improvisado mostrando bocetos de vestuario. Iura, en su papel habitual de bufón, modelaba una chaqueta con lentejuelas que parecía sacada de un anime de idols, mientras Sengoku se tomaba la cabeza con las dos manos.

—¡Por el amor de todo lo sagrado, Marin, esto es un evento cultural, no los Grammys! —gritaba, mientras ella giraba sobre sí misma, ignorando las súplicas.

Kenji dejó su guitarra junto a la pared, observando el espectáculo con una mezcla de resignación y diversión. Se acercó a Marin, que ajustaba unas luces con precisión quirúrgica.

—¿No crees que esto es demasiado? —preguntó él, arqueando una ceja.

Ella giró hacia él con una sonrisa que brillaba más que las luces que sostenía.

—Demasiado es mi segundo nombre, Kenji-kun. Si vamos a estar en el escenario principal, vamos a hacerlo a lo grande.

Kenji suspiró, pero no pudo evitar sonreír. Esa era Marin: un torbellino imposible de detener.

El ensayo comenzó con una energía desbordante. Las guitarras rugieron, la batería marcó el ritmo y la voz de Iura, aunque desafinada en algunos momentos, transmitía un entusiasmo que compensaba cualquier falla técnica. Kenji se sumergió en la música, dejando que las notas fluyeran por sus dedos, intentando ahogar en ellas las dudas que lo perseguían.

Pero la calma duró poco. A mitad del segundo tema, la puerta se abrió con un golpe seco. Y allí estaban. Sakura, con su habitual serenidad, y Sawada, con la mirada cargada de electricidad.

El tiempo pareció detenerse. Marin, ajena al drama latente, corrió hacia ellas como un torbellino.

—¡Chicas! ¡Llegaron justo a tiempo para opinar sobre los vestuarios!

Sakura sonrió, educada, pero sus ojos se desviaron hacia Kenji por una fracción de segundo. Sawada, en cambio, se apoyó en la pared con los brazos cruzados, sin disimular la incomodidad que le provocaba estar allí.

Kenji sintió cómo la tensión se le instalaba en los hombros. Cada acorde que tocaba pesaba el doble bajo esas dos miradas opuestas. Era como caminar sobre una cuerda floja, con el vacío esperando abajo.

El ensayo terminó con más risas nerviosas que aplausos sinceros. Marin comenzó a recoger sus cosas, parloteando sobre la próxima reunión, mientras los demás se despedían. Sakura se acercó para devolverle una hoja con anotaciones sobre las canciones, rozando sus dedos por accidente. Kenji sintió un escalofrío, pero antes de poder decir algo, Sawada pasó junto a él con un golpe intencionado en el hombro.

No dijo nada. No podía. No allí, no ahora.

La noche trajo silencio. Kenji se encerró en su habitación, el celular ardiendo en su mano. Abrió la conversación con el número desconocido, los dedos flotando sobre la pantalla. Finalmente, escribió una sola palabra:

"¿Quién eres?"

La respuesta llegó en segundos, como si alguien hubiera estado esperando:

"Alguien que puede abrirte la puerta que siempre soñaste. Mañana, 7 p.m., Café Hoshizora. Si no vienes, la oportunidad será para otro."

Kenji dejó caer el teléfono sobre la cama, con el corazón latiendo como un tambor. Sintió la adrenalina recorrer cada fibra de su cuerpo. Tenía una presentación enorme por preparar, dos mundos emocionales a punto de colisionar… y ahora, esto.

Se dejó caer sobre la almohada, mirando el techo, mientras una sola pregunta retumbaba en su mente:

¿Hasta dónde estoy dispuesto a llegar?