Capítulo 2: Duelo

Ernet la miró de reojo. Aunque Catarina no podía ver con los ojos, su habilidad para rastrear y anticipar movimientos era asombrosa. Siempre comprendía el flujo de un combate antes que nadie.

Desde las gradas, la voz severa del profesor Bermilio interrumpió sus pensamientos:

—¡Ustedes dos! Si tienen tiempo para charlar, tienen tiempo para pelear. Al centro de la arena. Ahora.

Ernet sintió un escalofrío, pero Carina simplemente sonrió, girándose hacia él con aire confiado.

—Vamos, Cawa —dijo con tono ligero—. No querrás que el profesor nos ponga a leer teoría de duelos toda la semana, ¿verdad?

Él suspiró, pero también esbozó una sonrisa. Carina no era una rival despiadada, sino una compañera con quien podía mejorar. Eso lo hacía sentir más tranquilo.

Ambos caminaron hacia el centro de la arena, listos para el duelo.

—Por cierto, ¿dónde está tu hermana, Catarina? —preguntó Ernet, intentando distraerla y probar su audición—. Imagino que ella sí está entre los cinco mejores de este año.

Carina no respondió. En un instante, lanzó un destello de luz para cegarlo y, sin darle tiempo a reaccionar, siguió con un conjuro de fuego. Ernet alzó un muro de tierra justo a tiempo, bloqueando el impacto.

Sabía que ella peleaba con paciencia, permitiendo que su oponente marcara el ritmo solo para romperlo en el momento justo. Si quería vencerla, debía ser más astuto.

Sin perder tiempo, lanzó el conjuro que esparcía una niebla blanca, normalmente usado para ocultarse, pero también eficaz para esconder olores. Carina reaccionó al instante, conjurando un muro de viento que giró en espiral, disipando la niebla.

Ernet aprovechó el momento para disparar un chorro de agua a presión como una flecha directa a su rival. Pero Carina ya había alzado un muro de tierra, bloqueándolo con precisión.

Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Ernet notó que todos los estudiantes observaban atentos, fascinados con el intercambio. Sonrió con confianza y se preparó para lanzar un conjuro de fuego… pero su cuerpo no respondió.

Sintió cómo algo se aferraba a sus piernas. Miró hacia abajo y vio raíces y enredaderas envolviéndolo. Antes de que pudiera reaccionar, una profunda oscuridad lo cubrió.

—¿Ves? Por eso hay que practicar los conjuros más básicos. Nunca se sabe cuándo pueden ser útiles —dijo Carina con una sonrisa orgullosa—. Y claro, puede que mi hermana no esté entre los cinco mejores… pero la mejor duelista de nuestra generación sigo siendo yo.

—Eso fue increíble, Carina —dijo Ernet, levantando las manos en señal de rendición—. Fue brillante cómo combinaste el conjuro de raíces con uno de luz para que no lo notara.

—Con alguien más atento a los detalles no habría funcionado —respondió Carina, mientras deshacía el conjuro con un leve suspiro, decepcionada de que su plan hubiera funcionado tan bien—. Al no ver, percibo el mundo de manera diferente. Ustedes confían demasiado en los ojos… por eso es fácil engañarlos.

Después de la práctica, el profesor dio a los estudiantes un descanso para que se limpiaran y recuperaran energías.

Ernet, al notar que tenía tiempo, empezó a pensar quiénes de sus compañeros serían útiles para explorar la Escalera del Paraíso, y sobre todo, quiénes tenían razones de peso para hacerlo.

En un rincón del coliseo, los estudiantes más destacados —probables primeros lugares en la graduación— se habían reunido para conversar mientras comían y bebían. Ernet se acercó con intención de sumarse a la charla.

—Oye, Carina, ¿ya sabes qué harás después de graduarte? —preguntó Ernet con tono amistoso, sabiendo que ella tenía talento para convertirse en guía o buscadora—. Yo creo que ya tomé una decisión: quiero ser explorador.

—¡Genial, bien por ti! —respondió Carina, sorprendida—. Pensé que terminarías como investigador.

Bebió un poco de agua antes de añadir:

—La verdad, aún no sé si quiero ser guía o buscadora. Tal vez nos crucemos en la Escalera del Cielo, al menos en el primer escalón.

—¿Y tu hermana? ¿Qué crees que terminará haciendo? —preguntó Adonis Si, del clan Si, conocido por sus excelentes calificaciones y su vasto conocimiento en bestias mágicas—. Me pidió unos libros sobre criaturas, pensé que le interesaba ese campo.

—Quizá termine en botánica o en cría de bestias —respondió Carina, algo triste—. En nuestro clan, la fuerza y la caza de bestias mágicas son muy valoradas… pero ella odia verlas sufrir. Así que en casa las cosas están algo tensas.

—Oh… lo siento —dijo Adonis, avergonzado—. No sabía que era un tema delicado.

El silencio se instaló por unos segundos, hasta que Kunvi Ros habló:

—¿Quién creen que será el mejor de la graduación? —preguntó con voz tranquila y pronunciación casi mecánica.

Kunvi Ros pertenecía a la raza Acguilli, una de las 50 razas secundarias como los humanos. Su piel era una mezcla de azul y verde, con ojos completamente negros, sin pupilas. No tenía cabello, y sus manos y pies estaban unidos por membranas, más parecidas a tentáculos que a dedos humanos. Su cabeza, alargada y redondeada como una sandía, imponía respeto entre sus compañeros.

—¿Acaso creen que este año el mejor estudiante será un extranjero?

—Lo dudo —intervino Metis Ig, una de las más populares, no solo por su talento sino también por su belleza—. Primero tendrías que ser el mejor… y segundo, deberías ser un genio. Este año es complicado.

—¿Lo dices porque nadie ha creado un nuevo conjuro? —preguntó Ernet—. Yo creo que ese seré yo. Soy el mejor en casi todas las materias.

—Yo que tú no estaría tan confiado —dijo Carina con una sonrisa desafiante—. Este año es difícil no solo porque nadie ha hecho algo extraordinario… sino porque hay demasiados genios.