Ernet llegó a la mansión, donde el mayordomo lo recibió e informó que su tía Driem quería verlo.
—Mierda, olvidé por completo que tenía que llegar temprano.
Ernet avanzó hacia la cocina, donde encontró a su tía y a Klervin. Ambos comían algunas frutas; al parecer, él había llegado interrumpiendo una conversación.
—Ernet, ¿tienes hambre? —preguntó Driem con voz suave, lo que significaba que la abuela estaba en la mansión.
—No. Iré a mi habitación.
No tenía hambre ni paciencia para ese tipo de conversación. Sin embargo, no pudo ignorar la presencia de Klervin, quien estaba sentado en la cocina, disfrutando de una ensalada de frutas con aparente irritación.
—Oye, imbécil, no ignores a tu tía —dijo Klervin con tono molesto, apartando el plato de la mesa y mirándolo con severidad—. Recuerda que estás en la casa del clan. Tienes que mostrar respeto a los mayores.
Ernet se detuvo por un instante. Apretó los puños, pero no le dio el gusto de responder. Si algo había aprendido, era que Klervin solo hablaba para provocar. Y él no iba a darle el placer de una reacción.
Subió las escaleras de la mansión con el ceño fruncido, todavía sintiendo la mirada de su primo clavada en la espalda. Sin embargo, al llegar a su habitación, se encontró con algo inesperado. Liam y Marcy estaban parados frente a su puerta, como dos centinelas. No eran de su familia directa, pero pertenecían al clan, y su presencia en la casa no era extraña. Lo inusual era verlos allí, como si estuvieran de guardia.
Ambos llevaban sus tesoros sagrados: Liam sostenía una varita mágica y Marcy un bastón con inscripciones en idioma divino. Aunque eran investigadores, Ernet sabía muy bien que también eran hábiles luchadores.
“Quizás, en algún momento, renunciaron sus sueños por complacer a la matriarca”
Ernet sintió una punzada de inquietud.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, dirigiendo la mirada a su tía, quien se había acercado con expresión preocupada—. ¿Por qué están frente a mi habitación?
—De eso quería hablarte mientras comías —respondió su tía con un tono de advertencia—. La matriarca está aquí... Por favor, no discutas con ella. Está enferma. Y no cometas el mismo error que mi hermana... No le des la espalda a la familia.
Ernet sintió algo que hacía mucho no experimentaba: aprecio por su tía. Durante años pensó que sus regaños y reglas estrictas eran por alguna vieja rencilla con su madre, pero ahora lo entendía. Su tía solo intentaba protegerlo del peso del clan.
Respiró profundo y abrió la puerta.
La matriarca lo esperaba dentro.
Sentada en su cama, con un bastón sobre el regazo, su cabello canoso estaba cortado al ras. Vestía ropas pesadas y elegantes, adornadas con collares y anillos con el símbolo del clan. Pero lo más imponente eran sus ojos: fríos, penetrantes, azules como un cielo inquebrantable.
—Hijo mío, acércate. Déjame ver tu rostro —dijo con voz áspera y baja, pero cargada de autoridad—Klervin me dijo que ya decidiste lo que harás... Lo siento mucho, hijo, pero ya sabes cuál es el destino de quienes suben esa montaña. La montaña los devora.
Se hizo un silencio incómodo. Ernet nunca fue cercano a la matriarca, pero por primera vez sintió la distancia entre ellos como un abismo.
Se sentó junto a ella.
—He estado hablando con Klervin —continuó, posando una mano sobre su hombro—. Ha desarrollado un nuevo tipo de magia que podría revolucionar el mundo. Quiero que la presentes como tuya antes de la graduación. Así, el primer puesto será tuyo.
Ernet frunció el ceño.
—¿Qué estás diciendo? ¿Por eso Klervin estaba más irritado de lo normal? ¿Quieren que me lleve el crédito por su trabajo?
Se apartó, alejando su hombro del contacto de su abuela.
—Klervin me cae mal, pero no lo suficiente como para robarle el fruto de su esfuerzo —dijo con la voz endurecida—. Además, ya tomé una decisión. Voy a convertirme en explorador, abuela. Y no puedes hacer nada para evitarlo.
La matriarca lo miró con una mezcla de incredulidad y furia contenida.
—¡Niño necio e ingrato! —exclamó, sujetándolo del brazo con una fuerza sorprendente—. No tienes idea de cómo funciona este mundo. Te hemos consentido demasiado. Debí ser más dura contigo. Nuestro clan está al borde del declive, y el proyecto de Klervin es la única forma de estabilizarlo.
—La graduación no es más que un espectáculo. Un show político del imperio. No estar entre los 23 mejores es una vergüenza. Y en ese espectáculo, presentarás la nueva magia que hemos desarrollado. Gracias a ella, salvaremos vidas. Mejoraremos nuestro trabajo como clan. No somos luchadores. Somos guías. Así ha sido, y así seguirá siendo. Así lo dicta nuestra diosa.
Un ataque de tos interrumpió su discurso. Recitó un conjuro sanador entre jadeos.
Ernet sintió la ira burbujeando.
—¡Pero, abuela Débora! —gritó con la voz temblorosa—. ¡Yo también quiero decidir! Si me quedo de brazos cruzados... no sé... ellos podrían estar vivos. Esperándonos.
El grito alertó a Liam, quien entró con el ceño fruncido.
—Cuida tu tono, jovencito —advirtió la matriarca. Luego, con un gesto, ordenó a Liam que se retirara.
Se levantó con dificultad y lo miró con severidad.
—Antes que abuela, soy la matriarca de este clan. Y eso es más importante. Tengo la responsabilidad de proteger a toda mi familia. Convertirte en explorador es un desperdicio. Estás aferrado a una esperanza vacía.
Ernet sintió un nudo en el estómago. “¿Eso es lo que piensas?”, pensó. Pero la pregunta que salió fue otra.
—¿Qué sabes tú de mis esperanzas? ¿Qué sabes tú de lo que pasa en realidad?
La matriarca suspiró. Su expresión se suavizó, lo que Ernet interpretó como lástima.
—Lo sé mejor de lo que crees... Sé que tus padres te abandonaron. Se fueron tras la montaña sin mirar atrás, sin importar lo que dejaban. ¿Crees que la montaña vale tanto como para abandonar a un hijo?
Se detuvo un momento. Luego su mirada se endureció.
—Hace poco llegaron documentos. Exploradores que contraté intentaron seguir sus pasos y encontraron mensajes de los desaparecidos.
Ernet sintió que el aire le fallaba.
—¿Y qué decían?
—Nada sobre ti. Ni una sola palabra sobre su hijo. Solo apuntes de rutas, mapas, garabatos sobre criaturas y... una advertencia: No intenten llegar a la cima. Por favor, no suban.
—¿Cómo sabes que eran de ellos?
—Primero, porque están firmados por todos los miembros desaparecidos. Y segundo… porque yo misma reconocí la letra de mi hija.
—¿Estás segura?
—Jamás confundiría la letra de mi propia hija. Como madre y matriarca, revisé sus documentos muchas veces antes de que desperdiciara su vida en esa estúpida montaña.
Su voz tembló levemente.
—Diosa Mayosy, perdóname la ofensa —susurró.
Luego miró a Ernet con gravedad.
—Piensa bien lo que vas a hacer. Tu futuro depende de ello.
La abuela salió de la habitación, dejando a Ernet solo. Por primera vez, comenzó a dudar de sus padres. Y peor aún… comenzó a dudar de sí mismo.
Débora Wu, matriarca del clan, bajaba las escaleras. Su bastón resonaba por toda la mansión. Se acercó a Klervin, quien por respeto se levantó e inclinó la cabeza.
—Escucha, hijo. Ya sabes lo que tienes que hacer —dijo, colocando la mano en su hombro—. Enséñale todo. Estamos contra el reloj. El clan Lu también está creando su propia magia, y su heredero está en esa escuela. Es obvio que lo usarán como un títere. Nosotros debemos adelantarnos. Debemos conseguir el primer puesto.
Con un gesto, hizo que Driem se acercara.
—Hija mía… impide que Ernet tenga contacto con su hermano. No quiero que se escape en la escuela. No se puede evitar que se junte con otros estudiantes, pero en esta mansión no se permiten personas de otros clanes. ¿Entendido?
—Madre… ¿fue conveniente decirle las cosas así? —preguntó Driem, preocupada—. ¿Estás segura de que fue lo mejor para él?
—¡Cómo te atreves a cuestionar a la madre, sirvienta! —exclamó Marcy, que estaba más atrás pero lo suficientemente cerca para escuchar—. La madre siempre hace lo mejor para el clan. No importa lo que sea lo mejor para èl.