En un árido y discreto pueblo
bajo la jurisdicción de Colimayú, territorio del Clan Wa, se hallaba Débora Wa
junto a sus dos guardianes personales, Liam y Marcy. Tras tres días de viaje,
por fin llegaban al templo central del Clan Ta, uno de los clanes menores
aliados. Aunque sin una ciudad propia, los Ta conservaban cierto estatus
político y un pequeño territorio como prueba de su linaje.
Fueron recibidos con cortesía.
Varios miembros del Clan Ta esperaban fuera del templo, y en el centro de la
sala principal, sentada con elegancia en un cojín ceremonial, aguardaba Felia,
joven pero hábil líder del clan. Las dos mujeres se saludaron con el respeto de
quienes saben que no pueden permitirse enemistades, y luego de unos minutos de
conversación formal, pasaron a las palabras con verdadero peso.
—¿Qué tal está mi heredera? ¿Ya
entiende todo? —preguntó Débora, manteniendo una voz firme aunque sus ojos
denotaban inquietud.
—No tiene de qué preocuparse,
señora Débora —respondió Felia con una sonrisa tranquila, bebiendo té—. La
hemos influido como nos pidió. ¿Desea verla?
—Aún no. No mientras las cosas
sigan tan inestables —suspiró la matriarca, bajando la mirada unos segundos—.
Si todo sale como planeamos, no será necesario.
Felia entrecerró los ojos.
—¿Entonces por qué la
preocupación? ¿Es más grave de lo que parece?
—Por supuesto que lo es. Amadeus
es más peligroso de lo que aparenta. Si descubre que hay miembros del clan que
apoyan en secreto a otra heredera… nos arrastrará al caos. No tenemos la fuerza
para enfrentarlo directamente. Por eso necesitamos que el Imperio nos respalde,
y para eso, deben ver el potencial del nuevo tipo de magia que estamos
desarrollando.
—¿Y estás segura de que lo
lograrán si tu representante ocupa el primer puesto en la escuela?
—No lo sé —admitió Débora con
rabia contenida—. El Clan Lu siempre mete las manos donde no debe. Tengo la
fuerte sospecha de que ellos están financiando a Amadeus. Ese bruto no habría
llegado tan lejos solo.
Débora se detuvo, apretando los
puños.
—Él cree que está salvando el
clan, que lo hace por justicia. No comprende que un hombre liderando nos
rompería el vínculo espiritual con la diosa. Seríamos degradados, despojados de
nuestras tierras, de nuestra voz en el Consejo. Volveríamos a la oscuridad.
La conversación terminó con una
despedida formal. Débora subió a su carruaje, aún flanqueada por Liam y Marcy.
El viento seco del atardecer le revolvía los pensamientos.
—Maldición —murmuró—, otra vez no
pude ver el rostro de la heredera.
Entonces lo sintió.
Un escalofrío. Esa punzada de
inquietud. Hizo un gesto sutil con los ojos. Liam y Marcy tensaron sus cuerpos,
listos para cualquier amenaza.
Cinco figuras bloquearon el paso.
No llevaban el anillo oficial del clan, pero sus rostros eran familiares. Eran
marginados. Gente que se había cansado de las reglas estrictas del linaje Wa, y
ahora se aferraban a la promesa de un cambio radical.
Amadeus emergió entre ellos.
Vestía ropas sencillas, manchadas
por el polvo del camino. A simple vista, parecía un bandido. Pero Débora sabía
mejor. Aunque despreciado por la nobleza del clan, Amadeus era un mago
potenciador, entrenado por el mismísimo Imperio trabaja como guardianes. Su
poder físico era extraordinario, sus sentidos agudos como cuchillas, y tenía la
capacidad de regenerar sus heridas en plena batalla. Un rival que no podía
subestimarse.
Subió al carruaje sin pedir
permiso, dejando que su presencia llenara el aire.
—¿Qué pasa, vieja? —espetó con
tono burlón, desafiando a Liam y Marcy con la mirada—. Solo vine a decirte que
tu tiempo se acabó. Literalmente.
—¿Ah, sí? —respondió Débora con
sarcasmo—. Qué detalle. Aunque te autoproclames líder, yo aún ostento el cargo.
Y la autoridad.
—Estoy decepcionado —gruñó
Amadeus, sacudiendo la cabeza—. De verdad pensé que serías más difícil de
quebrar. ¿No estarás tramando algo, no?
—¿Y si lo estuviera? —replicó
Débora con una sonrisa contenida—. Los años y el poder enseñan muchas cosas,
Amadeus. Espero que tú también aprendas.
Amadeus la observó en silencio.
Durante un segundo, sus ojos brillaron, activando la potenciación de su visión.
Pudo notar el leve temblor en los dedos de Débora, el sudor frío bajando por su
cuello, el cambio de postura en los guardias. Sintió que algo no estaba bien.
Había demasiada serenidad en la matriarca para alguien que debería temerle.
“Mierda… Esta anciana me oculta
algo. No se siente derrotada” penso
Se bajó del carruaje sin decir
una palabra más. Se volvió hacia sus seguidores.
—Convoca a los nuestros. A todos
los que estén conmigo.
En pocos minutos, estaba rodeado
por más de treinta aliados del clan. Levantó la voz con la convicción de quien
ya se sentía en control del destino.
—¡Muchachos! Habrá un cambio de
planes…