Capítulo 6: Lo invisible nos une

Ernet se preparaba para ir a la escuela. Mientras se vestía, decidió mirar por la ventana. A lo lejos, pudo ver cómo su abuela subía a un carruaje acompañada por dos de sus guardias personales. Según le había explicado su tía, tenía una reunión importante con el líder del Clan Ta, uno de los clanes menores. Aunque no controlaban una ciudad entera como el Clan Wu, los Ta eran fundamentales: se encargaban de fabricar objetos mágicos y ropa encantada para los Wu, una relación de cooperación que llevaba más de un siglo.

Con el estómago vacío desde la noche anterior, Ernet bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Tomó algunas frutas al azar y justo cuando se disponía a salir de la mansión, escuchó una voz desagradable proveniente de la sala:

—Oye, estúpido, ¿a dónde crees que vas? ¿No escuchaste a la madre ayer? —era Klervin, su primo, con ese tono que tan bien dominaba.

El buen ánimo con el que Ernet había comenzado su día se desmoronó por completo.

—No irás a la escuela estos días —continuó Klervin, acercándose—. Te voy a enseñar todo sobre mi investigación. Quiero que entiendas de qué trata la nueva magia que estamos desarrollando.

Ernet no respondió. Aunque Klervin era molesto, una nueva magia era un tema imposible de ignorar. Lo siguió, intrigado, hasta su habitación.

Al entrar, lo primero que notó fue el caos: libros abiertos por todas partes, diseños de runas en hojas sueltas, fragmentos de pergaminos rasgados… La habitación estaba apenas iluminada por una lámpara en el centro que proyectaba sombras vacilantes en las paredes. El ambiente era frío, como si la misma magia se filtrara por las grietas. En una jaula metálica, varias criaturas se movían con inquietud. Eran ratas de monte, pequeños animales que descendían de la Escalera del Cielo. Tenían ojos rojos, cuerpos grises o negros con patas blancas, espinas en la espalda y una cola afilada como una daga.

—Sobra decir que todo lo que veas aquí es confidencial —dijo Klervin, tumbando algunos libros de la cama para poder sentarse—. Solo seis personas en todo el clan, incluyéndote, saben de la existencia de esta nueva magia. Pero antes de contarte, te haré una pregunta: ¿Sabes cuál es el verdadero objetivo del Clan Wu?

—Claro que lo sé. ¿Crees que después de tantos años viviendo aquí no lo sabría? —respondió Ernet, mientras buscaba dónde sentarse—. Nuestro objetivo es la investigación… ¿no?

—Eres un genio, pero también un estúpido —bufó Klervin mientras tocaba su collar sagrado, decorado con tres gemas mágicas de colores distintos—. La investigación es solo una herramienta. No somos como los Lu, que investigan por investigar. Nuestro propósito es guiar a la humanidad hacia un futuro mejor. Y para guiar a alguien, primero hay que entender los obstáculos que enfrenta.

Ernet, al no encontrar silla libre, se recostó contra una pared.

—Una de las complicaciones más grandes que he identificado es la comunicación —continuó Klervin—. Los humanos usan radios mágicos que funcionan con gemas. Pero son limitados: solo puedes hablar con otra persona que tenga uno, y la distancia tampoco es muy amplia. Quise resolverlo creando una nueva radio mágica, pero luego entendí que el problema no era el objeto, sino el principio.

—Oye, genio —interrumpió Ernet, ya impaciente—. Si solo me vas a contar cómo hiciste una radio distinta, mejor me voy a estudiar…

—¡No me interrumpas mientras hablo! —Klervin alzó la voz, sin llegar al grito—. El proceso es lo más importante. No puedes crear un nuevo tipo de magia si no entiendes cómo se llega a ella. Ahora escucha: me di cuenta de que lo que necesitábamos no era solo comunicar, sino trasladarnos. Ir de un lugar a otro, sin importar la distancia.

Ernet abrió los ojos, empezando a comprender.

—Lo que estoy desarrollando es magia espacial. Por ahora, solo puedo transportar cosas o personas a una distancia máxima de cinco metros. Pero imagina esto: un explorador atrapado en un escalón de la Escalera del Cielo, a punto de morir, que puede regresar a casa en un instante. Una persona herida en la calle que aparece de inmediato en un hospital… Eso es lo que quiero lograr.

Se levantó, tomó una hoja con runas complejas y la sostuvo frente a Ernet.

—Mi primer hechizo se llama “Transporte”. No es un gran nombre, lo sé. Pero funciona. Combina magia con hechicería: debo escribir runas en dos ubicaciones distintas. Una runa indica dónde estoy, y otra dónde quiero aparecer. El conjuro, la energía mágica y la precisión de la runa determinan el resultado.

—¿Y qué limitaciones tiene? —preguntó Ernet, fascinado.

—Primero: no puedo superar los cinco metros. Segundo: aún no logro controlar la altura. Una vez terminé suspendido en el aire y caí de espaldas. No fue agradable.

Los ojos de Ernet brillaban con asombro. ¿Era realmente tan “sencillo” crear una nueva magia? ¿O era que Klervin sabía explicar como nadie?

Pasaron cuatro días. En ese tiempo, Ernet comprendió mucho mejor todo lo que su primo le había enseñado. Entendió que para crear una magia híbrida, Klervin había tenido que aprender hechicería desde cero, decodificar el lenguaje divino y experimentar con distintas runas hasta encontrar las adecuadas. Las ratas de monte eran parte crucial del proceso: las usaban como sujetos de prueba para expandir el límite de cinco metros sin arriesgarse.

Lo más revelador fue descubrir cómo la combinación entre hechicería y magia no solo creaba un nuevo tipo de hechizo, sino que desafiaba toda la estructura sobre la que se había construido la magia humana. Nadie había osado mezclar ambos elementos antes. La humanidad, limitada por lo que sus “diosas” les habían enseñado, simplemente no se lo había planteado.

Ahora, sin embargo, todo cambiaba. La magia espacial no solo era real: era el primer paso hacia una nueva era.